La fábula de la tortuga y el escorpión:
Cierto día llegó el escorpión a la orilla de un río que debía de cruzar, y sin saber nadar, miró a su alrededor buscando alguna manera de cruzarlo. Orilla abajo vio a la tortuga que se disponía a cruzarlo, y rápidamente se dirigió hacia ella.
– Amable tortuga, ¿tendrías la bondad de ayudarme a cruzar este río?
La tortuga lentamente se lo negó con su cabeza, sin apartar sus ojos del terrible depredador.
– No escorpión. ¿Quién me asegura a mí que no intentarás picarme en mitad del río?
– Pero eso no es de lógica tortuga. Si te picara, nos ahogaríamos los dos.
La tortuga se quedó pensando en esa respuesta. Y dado que a ella realmente no le supondría ningún trabajo cruzar el río con el escorpión sobre su caparazón, al final accedió. Montó el escorpión sobre ella, y así se echaron al agua. Y justo pocos metros antes de lograr alcanzar la otra orilla, el escorpión blandió sobre su cabeza su aguijón, y lo clavó en una de las patas de la tortuga. Ésta, incrédula aún por lo que acababa de hacerle, y antes de que las aguas del río se los tragaran a los dos le preguntó por qué la había picado, firmando así su propia sentencia de muerte.
– No lo sé realmente, – le contestó el escorpión mientras se hundía en el agua – lo he hecho sin pensarlo. Está en mi naturaleza.