27/11/14
La piedra blanca
Él, me miraba siempre con los ojos llenos de promesas. Yo, le decía con mi mirada que no podía, que lo nuestro era un imposible. No. Más bien una prueba a superar.
Un día, se acercó a mí y sacando la mano del bolsillo, me la tendió con el puño cerrado. Hasta que no puse la mía con la palma hacia arriba no se movió. Entonces abrió el puño y dejó caer en mi palma una pequeña piedrecita blanca, ovalada. Me dedicó la última de sus miradas y desapareció.
Nunca más lo vi.
En mi celda guardo, como mi tesoro más preciado, aquella piedra. Y cada vez que la veo recuerdo aquellos ojos llenos de promesas, que nunca tuvieron la más mínima oportunidad de cumplirlas.
A pesar de que lo amé con todo mi ser, mi compromiso con mis votos fue lo que me retuvo, y nunca quise creer aquellas promesas veladas. No sé si a él le pasaba igual. Tan culpable fue por no dar un paso hacia delante, como yo por callar y dejar pasar el tiempo.
Hoy lo traen de cuerpo presente, vestido de un blanco impoluto con olores a santidad, a su última morada, aquí en la cripta del monasterio.
Cuando la ceremonia haya terminado y los vivos vuelvan a sus quehaceres, lejos ya de los que duermen el sueño eterno, me acercaré a su tumba, y le devolveré su corazón. Aquel mismo que una tarde me entregó con la forma de una piedra blanca ovalada, y que desde entonces ha permanecido a mi lado, siendo el vivo soporte para el mío propio. Y en esa tumba, desde ahora, descansarán estos dos viejos corazones, consagrados a Dios, y al amor más puro y sincero que jamás haya existido en el mundo.
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