29/12/11

BUSCANDO UN SUEÑO:10º.- Regreso a Chicago





Capítulo 10º: REGRESO A CHICAGO



Solo huele a tristeza,  huele a soledad
en mis ojos perdidos solo hay humedad
siento un gran vacío en mi corazón
siento escalofríos de ansiedad.
Dónde está la otra parte de mi corazón
ay amor, donde andas, donde vivirás
 donde, donde estás.
Huele a tristeza este corazón
sabe a tu ausencia, sabe a dolor,
huele a tristeza, este corazón sabe a dolor. *


BELLA

   Hace ya un año que él desapareció en aquel accidente en el Atlántico sur. Dicen que la distancia y el tiempo es el bálsamo perfecto para olvidar. No es cierto. A lo largo de todo este año no he hecho nada más que pensar en él. Y puse de distancia tantos kilómetros como hay desde Chicago hasta Denver. Me fui a vivir con mi padre, huyendo de esa ciudad donde cada esquina me lo recordaba. Ya acomodada en mi asiento en el avión, cerré los ojos con la intención de dormir hasta que aterrizáramos en el aeropuerto de Chicago. Eran muchos los recuerdos y emociones que acudían a mí por la excitación de este viaje, y no conseguí dormirme, todo lo contrario, los recuerdos del último año vinieron a mí:


   Desperté en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Chicago, sola y desorientada.
Una enfermera me atendió en cuanto me vio despierta, tranquilizándome mientras avisaba al médico de guardia. Al cabo de un rato apareció mi madre, su rostro descompuesto, los ojos rojos acentuados por sendas ojeras, y esa mirada triste que adoptó desde entonces cada vez que me miraba. Había pasado dos días allí, después de superar de milagro un paro cardíaco gracias a una sobredosis de heroína. Con una de sus manos cogió la mía llevándose la otra a la boca, mientras unas lágrimas se escapaban de sus ojos. Quise decirle cuánto lo sentía, pero fue ella quien me lo dijo antes. Mi cuerpo estaba rodeado de cables, tubos y aparatos que aseguraban un buen funcionamiento de mi organismo. Permanecí  allí dos días más, afortunadamente sedada, así que ni me di cuenta. Derrotada por la vida, sin nada por lo que seguir adelante, destruida, con el corazón roto, roto de amor y roto físicamente, ¿qué podía pedirle a la vida? Simplemente me dejé llevar, si hubiera muerto en ese momento hasta lo habría agradecido.
   Una semana después me dieron el alta y volví a casa, el médico me aseguró que gracias a mi juventud y salud mi corazón prácticamente no se había resentido de la sobredosis, podría llevar vida normal. Vida normal, qué fácil era decirlo, como si fuera fácil llevar una vida normal sin él, sin tan siquiera una tumba donde poder llorarle.
Pasaba los días enteros en mi habitación, tumbada en la cama, mirando la pared. Las noches eran peores. En cuanto cerraba los ojos su imagen venía a mi mente, y si lograba conciliar el sueño aquella pesadilla acudía corriendo noche tras noche. Era raro que no despertara entre gritos, sollozos, y lamentos. Por mucho que Jessica y el resto de amigos me insistieran en que debía seguir con mi vida, lo cierto era que yo ya no tenía vida sin él. De las pocas veces que salía de mi habitación me arrepentía en el momento en que veía a mi madre mirarme con aquellos ojos tristes, compadeciéndose de mí. Por lo menos Phil intentaba alegrarme un poco, pero los ojos de mi madre supuraban tan crudamente la tristeza que habitaba en mi interior que llegó un momento que no lo pude resistir más y salí huyendo de casa. Huir era lo único que podía hacer con lo que me quedaba de vida. Huir del dolor, de la pena. Huir de sus recuerdos, de los ojos de mi madre. Y al cabo de un mes hice mi maleta con lo imprescindible y sin decirle nada a nadie huí. Un taxi me llevó a la estación de autobuses y cogí el primero que salía hacia Denver. Dentro del autobús hice dos llamadas. La primera a Phil para decirle dónde estaba y a dónde me dirigía, lo llamé a él porque no tenía fuerzas para decírselo a mi madre. La segunda llamada a Charlie, mi padre. Necesitaba un cambio de aires, él siempre decía que tenía las puertas de su casa abiertas para mí, así que de la noche a la mañana decidí ir a vivir con él.

   Algo tan sencillo  como subir a un autobús, sentarte y dejarte llevar durante horas sin tener que preocuparte por nada más; fue lo que me hizo coger distancia para poder enfocar mi vida desde otro ángulo. Tan sencillo como alejarse del núcleo del sufrimiento, y tan complicado como saber que sales huyendo de la destrucción de lo único que ha dado sentido a tu vida.
Llegar a Denver y encontrarme a mi padre esperándome con su sonrisa supuso un antes y un después en mi vida sin Edward. Mi padre vivía solo desde que se separaron. Creo que él nunca superó el abandono de mi madre, pero nunca fue detrás de ella para intentar recuperarla, sencillamente la dejó ir. Ajustó su vida en solitario a su trabajo, trabajaba en el departamento de policía de Denver, y se podría decir que era de esas personas que viven para trabajar. Tenerme ahora allí supuso un cambio drástico en su planeada vida, pero lejos de incomodarle, me recibió con los brazos abiertos. La soledad no es una buena compañera permanente. Nos amoldamos a la perfección, le ayudaba con las tareas de la casa, era fácil vivir con mi padre. El resto del día hacía lo que hacía en Chicago, me tumbaba en la cama a mirar la pared. Pero por lo menos, cuando salía de mi habitación no tenía que enfrentarme a los ojos de mi madre, y eso fue un alivio. Un alivio que poco a poco me animaba a salir más continuamente de mi habitación. Charlie tenía por costumbre salir a Cheesman Park  a correr por las mañanas los días que su horario se lo permitía, le gustaba conservar una buena forma física, en su trabajo es algo muy importante. A las pocas semanas de estar allí empecé a salir a correr con él.
Poco a poco empecé a salir de casa, al supermercado, a la biblioteca, a dar un paseo. Paulatinamente fui acomodando el dolor en mi corazón, lugar del que nunca saldría, pero por lo menos me dejaba vivir. A la hora de dormir la situación también fue mejorando, pero muy lentamente. La primera noche pasmé a mi pobre padre, a pesar de que mi madre lo había llamado y estaba prevenido de mis pesadillas y gritos. Estaba tan desesperado al ver mi dolor que acabó tumbado a mi lado velando mi sueño. Era raro la noche que no soñaba con él, en todas las situaciones posibles, desde los buenos momentos donde éramos felices, hasta la incansable repetición de aquella pesadilla en el lago; con un cambio, veía claramente que era él el hombre que se estaba ahogando. Pero hasta a eso se llega a acostumbrar una.  Así se pasó un año. Un año sin él, un año en blanco.
   Mi padre a base de insistir me había convencido para que retomara los estudios en la universidad de Denver. Al principio no me parecía buena idea seguir con mi carrera de derecho. Es lo que estaba estudiando en Chicago, los planes que tenía entonces eran poder trabajar algún día con Edward en el Bufete de abogados de su padre. Pero era una carrera que se me daba bien y me gustaba, así que alentada por mi padre, ese año empezaría en la facultad de derecho. Antes debía volver a Chicago, cerrar ese capítulo, e intentar seguir con mi vida. Unas semanas antes del aniversario de su muerte recibí una llamada inesperada que me llenó de remordimientos y despertó en mí penas latentes. Era Elizabeth, la madre de Edward necesitaba verme, y yo a ella. Mi madre mantenía el contacto con ella. Así me enteré de que pocas semanas después de instalarme en Denver el padre de Edward sufrió una angina de pecho y murió pocos días después. Fue un golpe muy fuerte para Elizabeth, en cuestión de pocos meses había perdido a su hijo y a su esposo. Sé que tendría que haber estado allí consolándola, pero no sé qué habría sido de mí si hubiese vuelto en esas circunstancias. Tenía pendiente ese asunto con Elizabeth, debía regresar a Chicago, solo de visita. No iba a dejar Denver, ni la poca paz que había encontrado aquí, ni a mi padre.
  
   El avión tomó tierra, y a lo lejos pude ver el comité de bienvenida que me esperaba, solo les faltaba una pancarta. Mi madre junto a Phil, Jessica y Mike. Fue un reencuentro muy emotivo por parte de mi madre, sus ojos ya no me miraban con aquella pena, había sido reemplazada por cierta añoranza y a la vez ilusión por verme. Phil como siempre me recibió con una gran sonrisa y un sonoro beso en la frente. Jessica y mike me abrazaron a la vez tiernamente, seguían juntos y se les veía felices. Aquello me dio la primera punzada en el corazón, respiré profundamente, sabía que no iba a ser fácil estar otra vez allí, nada fácil. La segunda punzada fue al entrar a mi habitación, parecía que los recuerdos de las tardes vividas allí con él me estaban esperando para saltar sobre mí nada más poner un pie allí. Volví a respirar profundamente, solo iban a ser unos días. Después de descansar un rato me monté en el coche de Phil y me dirigí al encuentro con Elizabeth, me estaba esperando en su casa. Fui todo el camino mentalizándome para lo que me esperaba, debía ser fuerte y no desmoronarme allí, no delante de ella. Por muy mal que yo lo estuviera pasando, sé que no tenía ni punto de comparación con su sufrimiento.
   Me abrió la puerta Maggy, quien tras dudarlo unos segundos acabó recibiéndome con un tímido abrazo que con gusto correspondí. Me hizo entrar y me condujo a una pequeña salita de estar donde me esperaba Elizabeth. La mujer que me esperaba sentada en un sillón, tapada con una manta y con la mirada perdida en el gran ventanal que tenía delante no era la Elizabeth que yo recordaba. Sus cabellos competían en palidez con su rostro, arrugado de manera exagerada. Sus gafas caían por su marcada nariz ahora aguileña, ocultando  aquellos ojos esmeraldas sin esperanza, fuente de donde salieron los mismos ojos que en el instituto me enamoraron una vez. Su extrema delgadez era preocupante, al igual que el temblor que hacía de sus manos algo imposible de manejar con toda seguridad. Parecía una anciana de setenta años y no la imponente mujer cuarentona que yo recordaba. Sus ojos volaron hasta los míos en cuanto Maggy me anunció y tendiendo una de sus temblorosas y huesudas manos hacia mí, me invitó a acercarme a ella y sentarme a su lado. Nos fundimos en un abrazo, nuestros cuerpos temblaban ante el torrente de emociones que los recorrían. Al separarnos una de mis manos quedó atrapada entre las suyas, apretándola dulcemente, mientras me miraba con esos ojos tan familiares, tan dolorosos, tan dolidos; llenos de lágrimas.

- Gracias por haber venido Bella. Me alegro de que estés bien, tienes buena cara.
- Sentí mucho lo de su marido. Quise venir cuando mi madre me lo contó, pero no encontré fuerzas suficientes para ello.
- No te preocupes por eso ahora. Ya ha pasado.
- Lo siento de verdad Elizabeth.
- Tu madre estuvo a mi lado todos esos días, es una gran mujer.
- Sí, lo sé.
- Quería verte una vez más antes de partir. Me voy fuera del país, y no sé si volveré.
- ¿Se va?
- Así es. Pronto va a hacer un año de la pérdida de mi hijo, y no puedo seguir aquí por más tiempo sola. Debo huir, como hiciste tú.

   Aquellas palabras removieron muchas cosas en mi interior, me hicieron sentir culpable por haber salido corriendo, y no estar a su lado cuando su marido murió. Apretó mi mano, intentando reconfortarme, y siguió hablando:

- No te estoy culpando por eso, si yo hubiese podido hacer lo mismo, lo habría hecho. Pero a la muerte de mi Eddy, se quedaron muchos cabos sin atar. El bufete, nuestras propiedades, muchas cosas que tuve que ir arreglando. Ten en cuenta que nuestro heredero universal era mi hijo.

   Agaché la cabeza intentando ocultar mis lágrimas. Posó una de sus manos en mi mejilla y me hizo mirarla de frente.

- Ahora ya está todo resuelto, y las cosas claras. Tenía que verte antes de irme, porque tengo varias cosas que te pertenecen, y he querido dártelas en persona.
- Elizabeth a mi no tiene que darme nada.
- Te equivocas. Hay varias cosas que te pertenecen, y otras que sé que mi hijo hubiese querido que tuvieras tú.
- No quiero nada.
- Son tuyas, te guste o no. A partir de aquí haz con ellas lo que quieras.
- Pero es que…
- Bella por favor, no me contradigas, te pertenecen por derecho.

   Me hizo callar con su mano, no iba a dar su brazo a torcer. Encima de la mesita que tenía delante había un montón de sobres y papeles. Rebuscó entre ellos y sacó uno con el membrete del bufete de abogados Masen&Norton, me lo tendió para que lo cogiera.

- He llegado a un acuerdo con Henry, el socio de Eddy, respecto al bufete. De ahora en adelante pasará a llamarse Norton&Masen, hasta que te incorpores cuando acabes la carrera.
- ¿Y van  a querer aceptarme sin experiencia ninguna?
- Eres propietaria del 25% de las acciones del bufete, las de mi hijo. Cuando tengas la carrera podrás exigir ser socia activa y ejercer ahí. Impuse una cláusula  en el contrato de venta de las acciones de mi marido, Henry ha de cambiar el nombre del bufete si decides ejercer con ellos, pasaría a llamarse Norton, Masen&Swan. No les interesa perder mi apellido, saben que le da prestigio al bufete.
- Yo no puedo aceptar esto.
- Solo te estoy dando lo que era de mi hijo, él querría que lo tuvieras tú.

   Con el sobre entre las manos negaba con la cabeza, era demasiado. Pero por lo visto las sorpresas no acababan ahí. Elizabeth seguía rebuscando entre los papeles de la mesita. Esta vez sacó un sobre color malva que recordaba muy bien. Era la escritura de la cabaña del lago. Por la expresión que puse cuando me lo tendió supo que lo había reconocido.

- Veo que este sobre sabes lo que es.
- La cabaña del lago.
- Así es. Es tuya de pleno derecho. Aunque quisiera no podría quitártela.

   Me quedé mirando el sobre con la mirada perdida entre las flores que adornaban una de las esquinas. A mi mente vino el último fin de semana que pasamos allí. Quedaban ahora tan lejos aquellos felices días, que parecía que eran de una vida anterior. Elizabeth me sacó de mi ensimismamiento al tenderme un tercer sobre blanco.

- Esto es una beca para que acabes la carrera en cualquier universidad del país que elijas. Me ha comentado tu madre que piensas seguir tus estudios en la de Denver.
- Así es, pero no puedo aceptar esa beca.
- Sí puedes cielo. Y no escatimes en gastos en todo lo que se refiera a los estudios. Solo debes de preocuparte de ir aprobando las asignaturas.
- Esto es demasiado, no debo aceptar nada de lo que me está ofreciendo, nada es mío.
- ¿Recuerdas lo que te dijo mi hijo en el aeropuerto antes de embarcar?

   ¿Cómo podría olvidar aquellas palabras?: “Bella ve haciéndote a la idea de que la próxima vez que nos veamos te voy a pedir que te cases conmigo, y no voy a aceptar un no por respuesta”. Aquellas palabras se me grabaron en la mente y en el alma donde nunca las olvidaría. Asentí en silencio con la cabeza, ella también las recordaba.

- Él estaba dispuesto a compartirlo todo contigo, así que todo lo suyo sería tuyo. Así ha de ser. Todo lo que era suyo ahora te pertenece. Y esto también, porque sé que con esto tenía planeado pedir tu mano.

   Metió su mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó una pequeña caja forrada de satén negro. Me la entregó mientras me animaba a que la abriera. Dentro estaba el anillo que siempre llevaba ella puesto, miré su mano y vi que no lo llevaba. Un  espectacular óvalo rodeado de pequeños diamantes, entretejidos entre sí por una banda de oro, fina y delicada. Era una preciosidad.

- Este anillo ha pasado por más de siete generaciones de Masen. Mi esposo lo heredó de su madre, que lo había recibido de su padre, y me hizo su dueña. Mi hijo iba a dártelo a ti, así que ahora te pertenece.
- No. Esto sí que no puedo aceptarlo. Es suyo, es un recuerdo de su esposo. No lo voy a  aceptar.
- Donde yo voy no lo necesito. Él quería pedirte en matrimonio con este anillo. Por favor Bella, acéptalo. Por Edward.

   Volví  a mirarlo, haciendo caso omiso a mi cordura me lo imaginé a él delante de mí, cómo habría sido aquella pedida que nunca llegó. Cerré la tapa de la caja con un clic que nos sobresaltó a ambas y lo guardé en mi bolso. Ella me miró y me dio las gracias. Poco más estuve allí. Elizabeth ya me había dado y dicho todo lo que tenía que darme y decirme, y poco a poco se fue sumiendo en sus propios pensamientos, prestándome cada vez menos atención. Y antes de empezar a parecer que estorbaba, me despedí de ella lista para volver a casa con un montón de cosas de Edward.

- Elizabeth está oscureciendo ya, he de irme.
- Así es, ya se está poniendo el sol.
- Me ha alegrado verla.
- Bella aprovecha bien todo lo que te he dado, eres joven y tienes toda la vida por delante. Con el tiempo sabrás olvidarlo y…
- Eso no va a pasar nunca, jamás podré olvidar a Edward.
- Algún día reharás tu vida cielo, te lo mereces. Mereces ser feliz.
- ¿Y a dónde va usted?
- Quiero cambiar de aires, esta casa se ha quedado muy grande para mí sola, y está llena de recuerdos.
- ¿Volveré a verla?
- Creo que no. Me voy para no volver.
- Cuídese mucho Elizabeth, y espero que encuentre lo que anda buscando.
- Cuídate tú también. Adiós Bella.  
  
   Al llegar me estaban esperando mi madre y Phil con la cena lista. Sabiendo de donde venía no querían verme decaer e hicieron todo lo posible para hacerme reír. Y lo consiguieron el rato que estuve con ellos. Después de cenar me encerré en mi habitación, me tumbé en mi cama con la cajita del anillo de Elizabeth entre las manos, mirando la pared, por un momento me dio la sensación de que no había pasado el tiempo desde la última vez que me tumbé allí mismo. Me acercaba al pozo sin fondo irremediablemente, las heridas abiertas, el dolor punzante listo para desatarse por todo mi cuerpo, cuando llamaron a la puerta. Reconocí la voz de Jessica:

- ¡Bella! ¿Puedo pasar?
- ¡Sí! Pasa Jessica por favor.
- Arréglate un poco y vamos, las chicas nos están esperando.
- ¿Qué?
- He venido a por ti. No te puedo dejar aquí así, para un día que vienes. Te echamos de menos así que esta noche vamos a salir con Jenny, Samantha y Carol. ¡Venga!

   Por la puerta apareció mi madre secundando a Jessica, así que no tuve más remedio que cambiarme de ropa, arreglarme el pelo, retocar el maquillaje un poco, e irme detrás de Jessica. Nos montamos en su coche y al rato estábamos en el Jazz Showcase junto con las otras chicas. Hacía más de un año que no salía de copas, y lo cierto es que lo pasé genial con las chicas. Hicimos un círculo irrompible en mitad de la pista, y por muchos tíos que nos entraran, pasábamos de todos. Me hacía falta un poco de fiesta así. A las tantas me dejaron en mi casa, iba algo bebida, lo suficiente como para no poder pararme a pensar; así que pillé la cama y dormí del tirón hasta bien tarde.
   Me llamó mi madre para comer. El resto del día lo pasé por la ciudad de compras con ella, hacía un año que no estábamos juntas y nos echábamos de menos, así que disfrutamos como dos enanas. Al día siguiente volvía a Denver, tenía que prepararme para el curso que empezaba en unos días, y quería tenerlo todo listo.
   Fueron a despedirme, aparte de mi madre con Phil, Mike con Jessica y las chicas. Las había invitado a todas a que vinieran a Denver un fin de semana, lo pasaríamos bien. Subí al avión con la sensación de dejar detrás de mí un capítulo ya cerrado de mi vida, no obstante jamás podría olvidarlo. Simplemente aspiraba a poder seguir adelante con mi vida, siempre adelante.

Pero eso no iba a ser tan fácil para mí. La vida no dejaba de golpearme duro. Mientras bajaba las escalerillas del avión buscaba con la mirada a mi padre, se suponía que estaría esperándome. Al poner el pie en el suelo lo vi, en el segundo piso a través de los cristales, agarrado a una rubia despampanante tal y como le gustaba agarrarme a mí de la cintura cuando quería marcar su territorio. ¿Era Edward? Era igual a él, pero no exactamente, tenía cierto aire raro para ser él. Pero, ¿cómo iba a ser él?, mi cabeza me estaba jugando una mala pasada. En ese momento nuestras miradas se cruzaron. Fueron apenas 10 segundos que a mi se me antojaron 10 siglos. Mi corazón dio un vuelco y empezó a latir frenéticamente como si hubiera encontrado al fin la medicina que lo calmara. Alguien me tiró del brazo llamándome por mi nombre, desvié la mirada un par de segundos, era Charlie, estaba a mi lado. Cuando volví a buscarlo ya no estaba, ni él ni la rubia.
   Mientras mi padre me arrastraba hacia la puerta de acceso al edificio, a mi corazón volvió su viejo amigo el dolor. Me repetía a mí misma que no fuera idiota, él estaba muerto y no iba a volver a verlo más. Solo me faltaba verlo por todos lados. Me estaba volviendo loca. Pero, ¿cómo le explicas eso a un corazón roto, cuando sabes que lo único que lo calmaría es su presencia?
  
    Al empezar las clases, en la universidad volví a tener la misma alucinación. En un extremo de uno de los pasillos de la facultad volví a verlo. A menos de diez metros de mí se me presentó doblando la esquina del pasillo, al lado de las escaleras. Yo me quedé petrificada en mi sitio, los libros se me cayeron al suelo, tuve que apoyar mi espalda en la pared para no caer yo también. Aquel Edward me echó una mirada de odio, con unos ojos negros de los que te taladran el alma. Iba acompañado por un chico rubio que lo agarró de los brazos por detrás y lo arrastró a las escaleras. Eso ya me superó, y precipitadamente me subí en el ascensor que tenía detrás, y huí de allí. Dejé la facultad y me encerré en casa de Charlie, como al principio. Así se pasaron los meses. Aquellas alucinaciones me hundieron en una depresión donde no veía salida por ninguna parte. Poco a poco me fui convenciendo a mí misma que tenía que reaccionar y seguir con mi vida. Empezar de cero fue muy duro, pero no tenía otra salida. Decidí entonces hacer uso de la beca que Elizabeth me había entregado, y volví a huir, esta vez de Denver. Eché la matrícula en la facultad de derecho de una universidad lejana, en la primera que me dieron plaza, y dejé que transcurrieran los meses esperando que empezara el curso para trasladarme allí y empezar sola. Eso era lo que necesitaba, un cambio drástico, yo sola.


* “Huele a tristeza”
Maná
 Dónde jugarán los niños

2 comentarios:

Irene Comendador dijo...

Que fondo mas navideño que te me has agenciado mi Luz, me guuusta jajaja Ojo lo que te echo de menos pero mi falta de tiempo y agotamiento por la vida laboral de las fechas no me deja espacio para pasar por tu casita todo lo que me gustaría, pero en poco tiempo esto cambiará y podré pasarme con más frecuencia (y sí, es una amenaza) Un beso enorme con sabor a polvorón y un felices fiestas, espero que pases una buena salida y entrada de año, esperando siempre que el 2012 venga cargado de todo lo que necesitamos y hace falta.

Iris Martinaya dijo...

Este capítulo tampoco lo había leído, y después de este, algunos más, así que, estoy redescubriendo todo de nuevo.

Pobrecita la madre, ella si que ha sufrido, lo ha perdido todo, me ha dado mucha pena de ella. Imagino que la rubia del aeropuerto es Rosalie no? quiero saber ya, porque Edward quería marcar territorio con ella, aunque quizá sea cosa de Bella. Y la mirada de odio en la uni, supongo que es que le llegó su olor.
Ahora si que estoy yo deseando leer otro!!!

Un beso