22/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:24º.- Ya no soy el que era

AVISO: Este capítulo contiene ciertas escenas de ámbito sexual. Abstente si eres menor de edad, o no te agrada este tipo de escenas. Gracias.

Capítulo 24º: YA NO SOY EL QUE ERA




EDWARD

Me sentía el ser más despreciable sobre la faz de la tierra al haber dañado la mano de Bella de esa forma. Así que la llevé al único lugar donde sabía que la iban a tratar como ella se merecía, y con toda confianza. Cuando Carlisle salió de su consulta explicándome mentalmente que tan solo era una contusión, me quité un enorme peso de encima. Había sido un estúpido descuido por mi parte, pero tenía que estar seguro de no repetirlo. Esta vez solo había sido un dedo, y no podía dar lugar a que si había cualquier otra ocasión, no le haría algo peor. Y de nada me valía echarle la culpa a los chuchos de la reserva, eso era una excusa barata. Así que sin más pretextos me prometí a mí mismo no volver a poner en peligro a Bella así.

Y hablando de chuchos, debía hablar de ellos con Carlisle, pues el hecho de tenerlos cerca no solo en la universidad, era algo que nos incumbía a todo el aquelarre. Mientras ellos estaban en rayos le dejé una nota a Carlisle en su despacho sobre el tema. De todas formas esta noche iría pronto a casa para hablarlo. Al mudarnos a Forks, me hablaron acerca de los indios quileute y del tratado que tenían acordado desde hace siglos. Tratado que tendría que respetar como buen Cullen que soy. Pero también incluía que ellos lo respetarían, respetándome a mí. Mediante los recuerdos de Carlisle vi la transformación de varios de ellos. Era algo impresionante, en apenas un segundo sus ropas cedían ante la presión de un cuerpo animal, enorme y peludo que crecía dentro de ellas como si una explosión de carne fuese. En más de una ocasión Carlisle me advirtió, a la hora de tratar al profesor Uley, de lo emocionalmente inestables que podrían llegar a ser, sobre todo si se veían sometidos a mucha presión o algún inminente peligro. Debería actuar meticulosamente con ellos cerca.


No quería tener ningún altercado con esos chuchos, pero mientras lo pensaba en la azotea del edificio, siempre encima del cuarto de Bella, desde donde la podía oír mientras dormía (su respiración, el latido de su corazón acompasado, y su manía de llamarme entre sueños, cuando soñaba conmigo, que era casi todas las noches); un inconfundible tufo a perro mojado me llegó desde la calle. Eran ellos, o más bien él, el líder del grupo dejando a su novia en casa. Los oí desde mi posición, él me había detectado y no quería dejarla sola, ¡como si fuera a morderla en cuanto se diera la vuelta! Ella tan solo tenía ganas de llegar a casa y dormir. Me hizo gracia, mientras él insistía en que le dejara subir para acompañarla, ella le decía que no, que era muy tarde. Él, nervioso ya por mi presencia, insistía al punto de ir perdiendo poco a poco la paciencia. Ella le decía que solo se conocían de dos semanas y que era muy pronto para meterlo en su casa. Al final la acompañó hasta la puerta del piso, primero en el ascensor hasta el tercero, y los dos restantes pisos por las escaleras. Ya en la puerta del piso al chucho le llegó mi olor desde dentro, y casi le dio un ataque, rozó el límite de su control a punto de entrar en fase delante de Mia. ¡Estúpido chucho!
Mia, preocupada al verlo en ese estado, lo que ella supuso que sería un ataque de ansiedad y/o nervios, accedió a dejarlo entrar. No me hizo ni pizca de gracia que estuviera en el piso tan cerca de Bella, pero no podía hacer nada, tan solo estar como mero observador. Mia lo pasó a la cocina y le dio un vaso de agua. Él estaba cada vez más exacerbado, pues el piso entero estaba lleno de mi rastro. Mientras estaban en la cocina llegaron Angela y Ben, con intenciones de quedarse a dormir juntos. Eso hizo que el chucho se decidiera a irse, aun intranquilo, pero por lo menos no dejaba sola a Mia en un piso lleno del rastro de un vampiro.
Al salir a la calle, desierta a esas horas, se dirigió a un callejón y desde allí me habló.

-¡Sé que estás ahí! Si eres un Cullen, como he podido comprobar por el color de tus ojos, ven y hablemos. No te voy a hacer ningún daño –¿Hacerme él daño a mí? Eso me hizo gracia. Salté desde la azotea al suelo, cayendo delante de él.
-Qué quieres –le pregunté secamente, mirándolo altivamente.
-Aléjate de Mia y de sus amigas, o no tendré compasión contigo –sus ojos negros, cargados de odio me miraban, estudiándome. Permanecí inmóvil.
-¿Quién te crees para darme órdenes?
-Alguien que te puede patear el culo –se creció al decirme esa frase, cruzando los brazos sobre su pecho y levantando la cabeza, orgulloso.
-No me hagas reír, si tan solo eres un perrito faldero –todo su enorme cuerpo empezó a temblar, solo me faltaba eso, un enorme y apestoso lobo persiguiéndome por toda la ciudad. Di un paso hacia atrás, lo que él lo interpretó como un intento de huida por mi parte. Eso lo calmó un poco, creyéndome con temor a él, y los temblores pasaron–. No me pienso ir, así que ve cambiando tú de chica, o llévatela a vivir contigo. No pienso alejarme de Bella porque me lo pidas tú –con ese pequeño discurso me envalentoné a sus ojos, dando dos pasos, seguros, hacia él.
-Eso lo veremos –me gritó con furia, y sin querer mostrar la rabia que lo corroía por dentro, se giró en dirección a su coche con pasos decididos, sin perderme de vista–. Si le haces algo a Mia, te perseguiré hasta el fin del mundo si es necesario, y acabaré con tu penosa existencia. No lo olvides –me amenazó al llegar al lado del coche, mientras abría la puerta.
-Cuando quieras, pulgoso –me crecí, viendo cómo subía al coche y se largaba.

Me quedé en mitad del callejón, mirando la azotea del edificio. Aun no eran las cuatro de la madrugada y tenía muchas cosas que hacer antes de pasar, a eso de las ocho, a por ella para empezar una nueva semana. Tenía que ir a casa a hablar con Carlisle de los lobos entrometidos. Y también tenía la necesidad de alimentarme, aunque eso preferiría hacerlo en unos días. Según Alice el sol haría acto de presencia, y nuestras salidas a la calle se verían limitadas. Esos días mi familia quería aprovecharlos para salir de caza a algún remoto lugar lleno de animales salvajes con los que poder alimentarnos a conciencia.
En dos saltos subí a la azotea a echarle un último vistazo a Bella. Esa noche me atreví a colgarme por la pared y asomarme por su ventana, la visita del chucho me había dejado intranquilo. Ésta estaba cerrada, pero no del todo. Tenía la costumbre de dejarla abierta un centímetro, lo suficiente para que circulara el aire y no dejar estancado el del cuarto. No pude resistir la tentación de meter los dedos y abrirla. El olor de ella me golpeó fuertemente. El monstruo se regocijó ante la situación. Un vampiro sediento, colgado en plena noche de un quinto piso, abriendo la ventana de una muchacha que duerme plácidamente, y que huele apetitosamente a sangre. Giré la cabeza fuera y respiré el fresco aire de la madrugada, acallando así al monstruo. Y con la respiración contenida, de un sigiloso salto me colé en su cuarto.

Dormía apaciblemente, en la misma posición que la había dejado unas horas atrás. Ante la brisa que entraba por la ventana que yo había abierto se estremeció. Fui  y la cerré, no quería enfriarla, o algo peor, despertarla. Me paré a los pies de su cama, contemplándola. Era algo fascinante para mí, siempre lo había imaginado, de mil maneras diferentes, pero nunca pensé en que me provocaría todas estas sensaciones. Ante todo un tierno amor, y unas tremendas ganas de tumbarme a su lado, acunarla entre mis brazos y mientras acariciaba su sedoso cabello, despertando en mí miles de sensaciones con su aroma tan cerca, tan peligroso; tararearle una nana para que durmiera tranquila entre mis brazos. ¡Me moría de ganas por hacerle todo eso!
No sé cuánto tiempo estuve allí, pensando en todas esas cosas a su lado mientras ella dormía. Incluso en una ocasión llegó a llamarme, como hacía al soñar conmigo. Oír mi nombre entre sus labios me hizo estremecerme. Sin darme cuenta se me fue la noche parado como si fuera una estatua, hasta que un despertador sonó en el cuarto de al lado. Miré su despertador, ¡marcaba las siete menos cuarto! En quince minutos a ella le sonaría el suyo. Salí sigilosamente por la ventana, no sin despedirme de ella antes con el suave roce de mis labios sobre su frente. Los primeros claros del día ya despuntaban por el este, ya no me daba tiempo hasta ir a Forks a cambiar mi ropa, hablar con Carlisle y volver a recogerla. No sabía qué hacer, le di mil vueltas intentando encontrar una solución mientras me acercaba al volvo a paso humano. Unos divertidos pensamientos irrumpieron en mi mente, mientras me echaba en cara en ese tono el no haber ido a casa a cambiarme y recogerla, ya que Jasper estaba fuera de la ciudad. Mi querida hermana Alice me esperaba sentada en el capó con una bolsa de papel a su lado.

-¡Buenos días hermanito! –me dio la bienvenida, sonriendo–. ¿Tú no te acuerdas que tienes una casa y una vida humana que aparentar, y una familia que se preocupa por ti?
-¡Lo siento! Es que me he…
-¡Ya lo sé! Te has colado en su cuarto mientras dormía. Es ya lo que te faltaba, ¡depravado! –reía alegremente al decir esa palabra–. ¿Crees que no lo sé? Anda, toma, aquí tienes ropa limpia. Cámbiate y ve a recogerla.
-¡Gracias Alice! A veces no sé qué haría sin ti, ¡eres un sol! –siempre que podía le hacía la pelota, a ella le encantaba.
-¡Lo sé! Pero que sepas que lo hago por ti, no por ella, no se lo merece –me decía, haciendo un gracioso puchero de niña triste.
-Dale tiempo. Lo ha pasado muy mal al perderme.
-Sí, pero yo no tengo la culpa. No me traga –negaba con la cabeza, era toda una cómica a la hora de ponerse trágica.
-¡Lo hará! En cuanto se dé cuenta de lo que vales.
-Anda, cámbiate ya o llegarás tarde. Te dejo, yo voy en mi coche.
-Vendrás de caza, ¿No?
-No con vosotros. En unos días vuelve Jasper, lo voy a esperar y ya iremos nosotros por nuestra cuenta.
-¿Vendrá con él Rosalie? Está perdida, tiene al pobre Emmet desesperado.
-Bueno, tú ya sabes con quién anda ella –no lo dijo, pero lo pensó: Tanya–. Y creo que si Emmet no va a buscarla, no vendrá.
-¡Qué tozuda que es esta chica! Y todo porque él me acompañó a Chicago.
-Pues sí, pero así van a pasar las cosas. Y como no te cambies pronto y vayas a por Bella, se irá con Angela y Ben –me avisó mientras en su mente se formaba esa visión.
-OK. Nos vemos en la facultad.


***


BELLA

Puntual como un reloj suizo, a las ocho estaba Edward esperándome en la calle, como siempre. Habíamos tomado la costumbre de ir juntos a diario a la universidad, y  a pesar de suponer para él un pequeño rodeo, insistía en ir a por mí. Y yo lo agradecía, pues esos minutos que pasábamos en el volvo los disfrutábamos mucho. Siempre cogía su mano y hacíamos el trayecto así, bien hablando de nuestras cosas, bien escuchando algo de música, bien en un cómo silencio donde no hacían falta las palabras.

Aquel lunes estuvo pendiente de mí prácticamente minuto a minuto, preocupado por mi mano. No fue nada grave, al despertar y con unos analgésicos ni me molestó, pero él se sentía culpable, y quiso compensarme agradándome todo el día. Por la noche repitió la misma operación que la noche anterior. Sin importarle que estuvieran en el piso Angela con Ben, y Mia, él me metió en la cama después de cenar y me llevó un vaso de leche con cola-cao para tomar un analgésico. Era adorable. Una vez acomodada en la cama se sentó a arroparme. Mientras lo hacía disimuladamente lo cogí de la camiseta y lo acerqué a mí para poder besarlo. Mis labios clamaban por los suyos, por albergar su aliento gélido. Mi lengua por el frío contacto de la suya, y mi corazón por fundirse con el suyo, en un solo cuerpo.

-Quédate –le susurré cuando al faltarme el aire lo aparté momentáneamente de mí.
-No,…  –dudó– no debo. Qué pensarán Angela y Mía.
-Somos mayores de edad, y es algo que ellas ya han hecho. Ben pasa muchas noches aquí.
-Lo sé, pero tu reputación…
-¿Mi reputación? Porque te quedes no le va a pasar nada. Edward no olvides que hemos pasado muchas noches antes juntos. Cuando nos escapábamos de fin de semana, y en nuestra cabaña del lago. No es algo que hagamos por primera vez, y yo –le puse cara de pena, intentando darle un toque cómico a la situación–, te necesito. Por favor, quédate –respiró profundamente antes de contestarme.
-Está bien, pero solo porque estás malita.

La alegría se dibujó en sus ojos igual que en los míos. Rápidamente me eché a un lado de la cama dejándole sitio y apartando las mantas para que se acostara junto a mí. La mirada de deseo que le eché, lujuriosa, pícara, no le pasó inadvertida, contestándola con un deseo retenido que rápidamente ocultó.

-No puedo meterme en la cama contigo, te helaría, y mañana amanecerías con un buen resfriado.
-No me importa, así te tendrías que quedar aquí una semana entera cuidándome.
-A mí sí me importa. Mejor me tumbo encima de las mantas, ahí dormiré muy bien, y a tu lado.
-¿Encima? Pero te vas a helar. En el armario hay una manta, cógela.
-Está bien, así dormiré calentito, y junto a mi amor –se acercó al armario y sacó la manta.

¡No me lo podía creer! al fin iba a poder pasar una noche junto a él. Y a lo largo de ésta ya habría tiempo para muchas cosas. Se tumbó a mi lado, y yo me recosté sobre su pecho. Arropada entre sus brazos, con ideas de ir provocándolo, excitándolo. Él acariciaba con sus manos mi rostro, mientras perdía su nariz entre mis cabellos, aspirando suavemente su aroma. Era tan romántico, que me dejé llevar, acunada entre sus brazos. Empezó a tararear una suerte de nana, y sin apenas darme cuenta me quedé dormida allí.
No sé si fue por el frío de su cuerpo, que habría traspasado las mantas, pero después de un dulce sueño, empezó una pesadilla. Desde que él volvió a mi vida no había tenido ninguna, pero aquella noche una asaltó mis sueños. Me encontraba en un frondoso bosque, como los que hay más allá del lago. Estaba oscuro, tan solo podía verlo todo entre verde y negro, y a lo lejos oía la voz de Edward pidiéndome que me alejara de él. Tuve mucho miedo, entre las ramas de los árboles oía como si un animal me acechara, y a lo lejos los aullidos de varios lobos intentaban silenciar la voz de Edward. Me sentí muy sola en aquel lugar. De pronto una mano, fría como la misma muerte me agarró del cuello, y de un salto desperté llamando a Edward.

-¡EDWARD!
-¡Cálmate mi amor! Yo estoy a tu lado –me abrazó fuertemente, intentando tranquilizarme–. Ha sido un mal sueño, no pasa nada. Estoy contigo.

La helada mano sobre mi cuello aún la sentía, y no era una de las de Edward. Las lágrimas pronto hicieron acto de presencia, silenciosas. Él se estremeció al verlas rodar por mi cara.

-No llores mi amor, solo ha sido una pesadilla –me consolaba, con toda la impotencia que sentía al verme así y no poder hacer nada. Sequé mis lágrimas y me abracé a él. Tan solo quería en esos momentos una cosa, sentirme amada por él.
-Edward –mi voz, con la congoja aún presente, apenas si salió de mi garganta–, necesito que me demuestres que me amas, ahora más que nunca, te necesito.
-Bella yo te a…

No lo dejé terminar la frase. El momento preciso era ese, justo ese. Ataqué sus labios con los míos y los besé, los mordí, violé su boca con mi lengua, sin darle tregua alguna. Al principio se resistió, pero pronto cedió, dejándose llevar por ese momento. Aparté de un tirón las mantas y posé una de sus manos entre mis pechos. Éstos reaccionaron ante el frío tacto de sus dedos, y noté cómo él se tensaba en extremo, al igual que cierta parte de sus pantalones. Con un rápido movimiento, tan rápido que ni lo vi, me tumbó boca arriba, con él sobre mí. Su erección se clavaba en mi abdomen mientras que su mano jugueteaba con mis pezones, y su boca se perdía en la mía. Me estaba haciendo enloquecer, tal como lo hacía antes. Le encantaba jugar con el deseo, y hacerme volar antes de unirnos en un solo cuerpo. Su mano recorrió mi bajo vientre, y desviándose hacia la derecha, marcó cada una de las curvas de mi cadera, acariciando suavemente mi muslo. Atajó por la rodilla, y por la cara interior del mismo inició un  sinuoso ascenso. Era tanto tiempo el que había esperado para que llegara este momento, que no pude reprimir las ganas que tenía de gritar. Sus labios, que ahora recorrían tortuosamente mi mentón se posaron sobre los míos y acallaron mis gritos. No eran horas para despertar a las chicas y asustarlas, aunque eso tampoco me importaba mucho. Su mano llegó al límite natural de mi muslo, y apartando su cara de la mía, tal vez para contemplar mi expresión, empezó a introducir uno de sus largos dedos en mi humedad, mientras que con el pulgar rozaba con leves toques mi clítoris. Con tan solo unos pocos movimientos de su mano, mientras me miraba con los ojos perdidos en el pozo sin fondo del deseo, y posando sus labios en mi garganta; me llevó al cielo, acelerándose mi pulso a mil. Mi mente se elevó por encima de mi cuerpo en tal explosión de sensaciones, que ni me di cuenta de verlo desaparecer. Cuando bajé de aquel caballo loco llamado orgasmo que me había expandido por todo el universo. Él ya no estaba en la habitación.

Tratando de calmar mi pulso y mi respiración, al cabo de un minuto lo llamé, y de detrás de la puerta, en el pasillo, pude oírle.

-Dame un minuto Bella, esto ha sido demasiado para mí.
-¿Cómo? –no lo entendía. Él no había echo nada, no había disfrutado de ese mágico momento como yo. Entró en el cuarto, con los ojos llenos de culpabilidad.
-Lo siento cari.
-¡Pero Edward! ¡Si ha sido lo más maravilloso que me ha pasado en años!... es que… tú ¿te arrepientes?
-¡No!  –corrió al lado de la cama y se arrodilló en el suelo frente a mí–. Jamás me arrepentiré de poder darte lo que llevas tanto tiempo pidiéndome –cogió una de mis manos entre las suyas–. Pero ten en cuenta que yo ya no soy el de antes. No lo olvides nunca Bella. Yo ya no soy el que era, y hay cosas de mí que han cambiado para siempre. Y algunas podrían ser peligrosas para ti –me miró a los ojos, y en los suyos pude ver mucho sufrimiento y pena.
-Sé que tú jamás podrías hacerme daño, jamás. Ven, quiero volver a dormirme entre tus brazos.

Silenciosamente se incorporó y se tumbó a mi lado, como antes. Y yo volví a echarme sobre su pecho, y me dormí acunada, una vez mas,  entre sus brazos.

Pasear por la facultad de su mano al día siguiente tuvo un nuevo significado para mí. Él era más mío, y yo más suya. En la puerta del aula del profesor Mcwell nos esperaba Alice. La noté rara, sin esa falsa sonrisa que ponía para agradarme a diario. Sin proponérselo logró captar mi atención, y me quedé al lado de Edward para ver qué le pasaba a Alice. Ella tan solo sacó de su bolsillo el móvil de Edward y se lo dio, echándole un mudo reniego por su olvido. Él sonrió, y con ternura apretó mi mano.

El día pasó como otro cualquiera, pero con mucho más amor en el ambiente. Con mucha pasión en cada mirada que nos echábamos. Con  deseo en cada palabra que nos decíamos. Al llegar la noche, una vez en mi cuarto volví a pedirle que se quedara otra vez. Él accedió sin protestar, y sentado en mi cama, lo noté raro, lo conocía demasiado bien. Algo tenía que decirme, y no encontraba el momento.

-Edd, ¿Hay algo que quieras decirme y no te atrevas? –abordé el tema sin rodeos, no me gustaba esa situación.
-Pues sí. Verás, debo marcharme fuera de la ciudad durante unos días, y no sabía cómo decírtelo –sus dedos, entrelazaos con los míos, acariciaban el dorso de mi mano.
-¿A dónde?
-Es con la familia entera. A Carlisle le gusta hacer cada cierto tiempo una especie de retiro. Debo ir, solo serán unos días. No te importa, ¿verdad?
-¿Y cuándo te vas?
-Pasaré la noche contigo si así lo deseas, pero a primera hora he de irme –al predecir nuestra separación apartó su cara de la mía y posó los ojos debajo de mi escritorio, un vago destello llamó su atención. Lo vi levantarse de la cama, con curiosidad en los ojos, y agacharse para ver qué era lo que brillaba medio escondido, detrás de una de las patas del escritorio–.  ¿Qué es esto cari?

La sangre se me heló en el cuerpo al ver cómo se levantaba con el anillo de su madre en la mano. Se quedó fijamente mirándolo. Mientras, mi garganta se secó de golpe, sin dejarme pronunciar palabra alguna. Su expresión cambió de la curiosidad a la incredulidad.

-Bella este anillo es,… era de mi madre –asentí con la cabeza, aun sin poder pronunciar palabra alguna–. ¿Y qué hacía ahí debajo?
-Tu madre me lo dio antes de irse. Lo siento, yo…
-Déjalo, no quiero que me des ninguna excusa tonta.
-Edward no es lo que…
-¡No Bella! –gritó, lleno de pena–. No me expliques nada. Tómalo, es tuyo –lo depositó en mi mesilla de noche.
-Ese anillo es de tu familia, es tuyo.
-Esa ya no es mi familia. Si mi madre te lo dio te pertenece. He de irme –me levanté de la cama para detenerlo.
-¡No te vayas así, déjame explicarte! –le supliqué corriendo detrás de él por todo el pasillo del piso.
-No te preocupes, cuando vuelva hablaremos. Adiós –salió del piso dando un portazo, dejándome cabizbaja en mitad del pasillo.

Los dos días que estuve sin él, sin noticias, sin poder siquiera llamarlo a  móvil, pues lo tenía siempre apagado, fueron una vuelta al pasado, rememorando viejos sentimientos y dolores que creía ya olvidados. Pero el tercer día al llegar a la facultad, un muchacho pelirrojo entró en el aula de la profesora Higgins preguntado por mí. Traía una nota con mi nombre. No supo decirme quién se la había dado. Al irse me senté en mi sitio y la abrí momentos antes de que la profesora entrara al aula. Al leerla mi corazón dio un salto de alegría:



Querida Bella, he regresado del viaje y quiero verte. Me gustaría que vinieras a mi casa en Forks. Te he echado mucho de menos. Te estaré esperando toda la tarde. Aquí te dejo indicaciones de cómo llegar a Forks, y después hasta mí. No tardes.
Te quiero.

Edward

1 comentario:

aras dijo...

hay estuvo realmente hermoso,de verdad espero con ansia el siguiente capitulo besos