26/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:25º.- Celos

Capítulo 25º: CELOS



Ella lo vio salir de allí
ahora sabía la verdad
quise decir yo.

Loca de celos le siguió
tras apuntar la dirección
resistiéndose a llorar.

Cómo pudiste hacerme esto a mí
yo que te hubiese querido hasta el fin.
Se que te arrepentirás.

La calle desierta, la noche ideal.
Un coche sin luces no pudo esquivar.
Un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente.

Ella no quiso ni mirar.
Nunca daría marcha atrás.
Una y no más Santo Tomás.

Como pudiste hacerme esto a mí
yo q te hubiese querido hasta el fin.
Se que te arrepentirás.

La calle desierta, la noche ideal.
Un coche sin luces no pudo esquivar.
Un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente.

No me arrepiento.
Volvería a hacerlo, son los celos.
No me arrepiento.
Volvería a hacerlo, son los celos.
Noo…
*



BELLA

Con la nota entre las manos recogí en cuestión de segundos mis cosas mientras la profesora alcanzaba su mesa y el resto de alumnos entraban. Me escabullí a contra corriente entre ellos, y para cuando la profesora mandó cerrar la puerta yo ya estaba corriendo por el pasillo en dirección a la calle. Una vez allí saqué el móvil y llamé a Ben, su coche era el que más cerca tenía para coger prestado y poder ir hasta Forks. Marqué su número y conforme los tonos sonaban me encaminé hacia la facultad de química. Al cuarto tono saltó el buzón de voz. No había caído en que él estaría en clase. Ya en la puerta de su facultad volví a llamarlo. Seguía sin cogerlo. Empecé a desesperarme, si no me lo cogía al tercer intento entraría a la facultad a buscarlo. Conforme le daba a la rellamada una mano se posó en mi hombro. Me sobresalté, y al girarme colgué rápidamente. La cara se me iluminó al ver a Mia a mi lado, si ella estaba en  la universidad su coche también, y ese también me valía para ir hasta Forks.

-¿Qué haces aquí Bella? –me preguntó extrañada.
-¡Mia! Me vienes como caída del cielo. ¿Me prestas tu coche? Lo necesito con urgencia.
-Sí, claro. Pero, ¿para qué? –La arrastraba en dirección a los aparcamientos, sin perder el tiempo.
-Necesito ir a la casa de Edward, me está esperando.
-Venga, te puedo acercar si no queda muy lejos, me da tiempo hasta mi próxima clase.
-¿No te importa dejarme el coche? No vive en la ciudad –paramos en frente de la biblioteca, tenía que convencerla para que me lo dejara.
-¿Dónde vive?
-En un pueblo cerca de la costa, Forks.
-¿Forks? –su cara se iluminó al oír el nombre del pueblo–. Qué casualidad, la reserva a la que pertenece Jacob está al lado de Forks. ¡Me voy contigo!
-Pues vamos. ¿Sabes cómo llegar a Forks? –había reiniciado la marcha hacia los aparcamientos tirando de su brazo.
-… espera Bella –me paró cuatro pasos después–, no puedo irme, en media hora tengo un examen muy importante, ¡qué lástima! Me habría gustado darle una sorpresa a Jake.
-¿Entonces?
-Toma –sacó las llaves del coche de su bolso y me las dio–, vete tu sola. Me quedo con ganas de acompañarte. Hubiéramos almorzado los cuatro juntos en la reserva, Jake siempre está pidiéndome que le haga una visita.
-En otra ocasión –le arrebaté las llaves mientras me despedía de ella– ¡Y gracias!


Salí corriendo sin mirar atrás, imaginando la cara de Mia al ver cómo me iba sin ella sin ningún remordimiento. No tenía tiempo para ellos, tan solo quería llegar cuanto antes a Forks, buscar la casa de Edward, y poder hablar con él. La forma en la que nos despedimos la última vez que estuvimos juntos me tenía el corazón encogido, y tenía que hablar con él y darle una explicación. Al doblar la esquina de la biblioteca, tropecé con alguien, que tuvo los suficientes reflejos para cogerme de los brazos y evitar que me cayera de culo por el encontronazo. Las llaves sí cayeron al suelo. Él fue más rápido que yo al agacharse a por ellas. Al incorporarse noté en su cara cierto aire de preocupación, como tenía cada vez que me veía en compañía de Edward. No quería que me entretuviera con sus tonterías de que me alejara de él, así que muy escuetamente le di las gracias y le pedí que me devolviera las llaves.

-Gracias profesor Uley, ha estado muy rápido evitando que me cayera.
-No ha sido nada,…
-Tengo algo de prisa profesor, ¿me devuelve las llaves? –le corté en seco, no tenía tiempo para sus tonterías.
-Espera un momento. No he podido evitar oír la conversación con tu amiga. No deberías ir a la casa de ese… de tu novio, y menos sola.
-Profesor –mi paciencia estaba a punto de agotarse con este hombre tan impertinente–, eso no es asunto suyo.
-Mira niña –me cogió la mano a la altura de la muñeca con firmeza, sin hacerme daño, pero sin poder soltarme–, estoy hartándome de avisarte. Los Cullen no son lo que parecen. Corres serio peligro estando en su compañía.
-Profesor me está haciendo daño –le mentí, pero rápidamente me soltó. Sus manos temblaban, las miró y se las metió en los bolsillos al tiempo que dio un par de pasos hacia atrás alejándose de mí–. Ya me ha avisado, ahora déme las llaves y déjeme seguir mi camino.
-He hecho todo cuanto he podido –fue lo único que dijo, mientras resignado negaba con la cabeza, sacó una de sus manos del bolsillo y me tiró las llaves.

Las atrapé al vuelo y reanudé mi marcha hacia los aparcamientos. Al fondo vi el destartalado coche de Mia, un utilitario verde oscuro de tercera o cuarta mano casi de mi misma edad. Me valdría a la perfección para llegar a Forks. Sentada al volante leí las indicaciones que Edward me había escrito en la nota. Mientras las leía me di cuenta que esa no era su letra de siempre, ¿le habría cambiado también por lo del accidente? Al leer las indicaciones me extrañó también que me mandara dirección Forks por una carretera estatal, en vez de indicarme la autopista por la que días antes me había llevado al hospital del pueblo. Iría más rápida por la autopista, así que haciendo caso omiso a sus indicaciones sobre la carretera estatal, me encaminé hacia la autopista.
El largo camino que él hizo en apenas una hora a mí me costó hacerlo más de dos. Claro que mi forma de conducir, tranquila y mirando todas las señales de tráfico varias veces, para luego cumplirlas a rajatabla (tal como me había enseñado mi padre); no era la suya, alocada y temeraria.

Paré en los límites del pueblo, junto a una gasolinera. Unas plomizas nubes aparecían por el noroeste amenazando con tapar el sol que ya había alcanzado el cenit de su largo recorrido por el firmamento. Volví a leer las instrucciones de la nota, si no me aclaraba tenía previsto acercarme a la gasolinera y preguntar allí. Mientras iniciaba la lectura de la nota alguien golpeó el cristal de mi puerta, sobresaltándome hasta tal punto que la nota salió despedida de mis dedos. Al alzar la cabeza me topé con los negros ojos del novio de Mia, vestido únicamente con unos raídos pantalones vaqueros cortados por encima de las rodillas. Con una de sus enormes manazas me indicó que bajara la ventanilla. Así lo hice, y sin mediar palabra él introdujo la cabeza en el coche, casi pegando su cara a la mía, y aspiró profundamente. Asintió levemente con la cabeza, y la sacó del coche, quedando apoyado con sus manos en la puerta. Entonces fue cuando se dignó a hablarme.

-Tú eres Bella, ¿no? –parecía acordarse bien de mi nombre.
-Veo que te acuerdas de mí, Jacob –le confirmé.
-¿Y mia?
-En la universidad, tiene un examen y no ha podido venir.
-¿Y has venido tú sola con su coche?
-Así es.
-¿Tienes idea de a dónde vas? –me quedé mirándolo sin entenderlo–. Alan te lo ha advertido ya varias veces.
-¿Alan? –ni idea de quién era.
-El profesor Alan Uley, él pertenece a mi reserva. Conocemos muy bien la familia de tu novio, y me ha avisado de que venías para acá.
-Desde luego que el “profesor metomentodo” no pierde el tiempo.
-Él solo está preocupado por ti.
-Pues dile a Alan que muchas gracias por su preocupación, pero que soy mayor de edad y sé cuidarme solita. Y ahora déjame en paz tú también –le escupí a la cara, ya sí que me habían hecho enfadar entre los dos.
-Haz lo que quieras, nosotros ya te lo hemos advertido, hemos hecho todo lo que hemos podido –se apartó del coche, y sin despedirse siquiera se alejó corriendo hacia la gasolinera.

Solté un bufido mientras lo veía alejarse, desde luego que esta gente de la reserva era de lo más pesada. Al perderlo de vista seguí con lo mío. Busqué en el suelo del coche la nota y seguí leyéndola. Me daba instrucciones para que, una vez en el pueblo, lo cruzara hacia el norte y saliera de él por el puente del río Calwah y siguiera la carretera, siempre hacia el norte. Tendría que recorrer unos tres kilómetros de esa carretera que transcurría a intervalos entre casas de campo, y el bosque cada vez más presente e impenetrable. Pasé por otro núcleo de edificios con pinta de estar abandonados, y de golpe la carretera se internó en el bosque. La nota decía que una vez pasado estos edificios andara un par de kilómetros más, y entonces encontraría un desvío por un camino de tierra a mi derecha. Efectivamente, a los dos kilómetros di con el desvío. Paré el coche antes de meterme por él. La verdad es que imponía un poco, pues si ya por la carretera el bosque parecía una pared impenetrable, por ese caminito parecía que te metías en la garganta de un enorme animal. El sol empezaba a ser acosado por unas grises nubes, y una neblina esperaba más allá de la carretera, lista para engullirme en cuanto me internara por ese camino.
Antes de iniciar la marcha decidí llamar a Edward al móvil. Si me estaba esperando, no le importaría acercarse hasta la carretera para acompañarme. “El número que ha marcado se encuentra en estos momentos apagado o fuera de cobertura. Por favor inténtelo de nuevo más tarde”, la misma retahíla de los últimos días. Suspiré profundamente. Si había llegado hasta allí ya no iba a echarme atrás, así que arranqué el motor del coche, e inicié la marcha por ese sinuoso camino que serpenteaba entre los centenarios árboles y los helechos que lo invadían hasta casi hacerlo impracticable.

En uno de los recodos del camino, con una curva demasiado cerrada que me hizo aminorar la ya de por sí lenta marcha, una figura humana en mitad del camino me hizo dar un brusco frenazo para no echarme encima, mientras que di un volantazo, dejando el coche casi fuera del camino. Lo dejé clavado en el suelo, justo al borde de un terraplén oculto entre los helechos. La figura era una chica joven, hermosa como ella sola, con una lacia melena rubia con ciertos reflejos rosados, con la que el viento jugueteaba a su antojo. El tono de su piel me recordó al de Edward, las facciones de su hermoso rostro tenían algo de caucásico, con unos gruesos labios. Esbelta, algo más alta que yo, y sobre todo muy atractiva. Las modelos de las pasarelas de moda se morirían de envidia si la vieran. Vestía livianamente con ropas caras de marca, en tonos pasteles, y su maquillaje era tan perfecto como ella misma. Su pose era retadora, altiva, como si fuera capaz de detener el coche con una sola mano si yo no la hubiese esquivado. Apagué el motor del coche y rápidamente bajé de él. A pesar de su aspecto, mil veces mejor que el mío, pues aparte de mis despreocupadas pintas, el susto me había dejado temblona y con la moral por los suelos.

-¿Te encuentras bien? –me acerqué, y aunque la pregunta sobraba, era obligada ante la situación.
-Mejor que tú –fue su única respuesta, con una voz sensual, a la vez que grave, que adornó con una semi sonrisa triunfante.

Con los pocos pasos que me había acercado a ella pude ver sus ojos, y lo que vi en ellos me hicieron detener mi avance. Vi odio. Eso fue lo que me trasmitieron nada más posar los míos en ellos. Eran de un tono dorado como los de la familia de Edward, pero estaban oscurecidos por ese odio que había en ellos. Opacos, sin alegría alguna ni sentimiento que no fuera ese odio que proyectaba sobre mí. Me quedé paralizada en el sitio, y ella avanzó hacia mí, rodeándome lentamente mientras me estudiaba, paseando su mirada una y otra vez sobre mi cuerpo. El miedo que me produjo aquella mujer me dejó clavada en el sitio, aunque algo en mí, supongo que sería mi instinto me decía que debía alejarme de ella cuanto antes mejor. Al concluir su estudio volvió a quedar frente a mí, mientras negaba con la cabeza, intentando mostrar decepción.

-No entiendo qué ha podido ver él en ti, si no eres más que una simple chica mediocre, sin apenas pecho, con unos pobres cabellos, y menos curvas que una tabla de planchar. Ojos del color de la mierda, y sin apenas labios.

No me atreví ni a respirar ante ese comentario. Lo único que quería era volver al coche, arrancarlo y alejarme de allí lo más rápido posible. Se acercó unos pasos a mí, amenazante, y cerrando los ojos aspiró.

-Ya veo, si acaso tu olor, pero eso precisamente sería su perdición –no la entendía en absoluto, así que haciendo acopio de mis fuerzas, giré en dirección al coche. Ella, sin apenas verla, se interpuso en mi camino– ¿Dónde te crees que vas? Aún no he terminado contigo.
-¿Qué… qué quieres de mí? –fue lo único que atiné a decirle, con una voz temblona que apenas me salía de la garganta.
-Algo bien sencillo. Deja a Edward en paz. Él es mío.
-¿Cómo? –no daba crédito a lo que mis oídos acababan de oír. Se acercó más a mí, pegando su rostro al mío. Sentí sobre la piel su gélido aliento, golpeando mi cuello. Una de sus manos me cogió del suéter que llevaba, a la altura del cuello, como si fuere un matón barriobajero.
-Aléjate de Edward si quieres seguir viva –y dicho eso se alejó de mí unos cuantos metros a tal velocidad que apenas si pude verla. Los nervios y el miedo estaban jugándome una mala pasada. Al cabo de un eterno minuto, con ella esperando mi respuesta, logré articular una sola palabra.
-No.
-¿Qué has dicho? –su voz aguda sonó atronadora, amenazante. Un segundo después, sin poder ver otra vez su avance hacia mí, la tenía a mi lado–. Repite lo que has dicho, estúpida.
-NO –esta vez cogí seguridad al decirle esa sencilla palabra. El miedo a perderlo otra vez era infinitamente más grande que el que me producía ella, y con determinación volví a repetírselo–. No pienso alejarme de Edward.

Los hechos que siguieron a continuación, vertiginosamente, no pudieron ser procesados pertinentemente por mi cerebro. Demasiado surrealistas. Su mano agarró con fuerza mi cabello, y mientras tiraba de ellos hacia atrás con una fuerza descomunal, haciendo que mi cabeza se doblara hacia atrás, chillaba como una posesa que Edward era suyo y de nadie más. Una risa histérica, incontrolable, reflejo del miedo, brotó de mi boca y como pude negué con la cabeza. Me soltó, mientras intentaba calmarse, respirando ruidosamente por la nariz. Arrastrándome por el suelo me encaminé hacia el coche, pero tan solo había recorrido un par de metros escasos, cuando volvió a engancharme del pelo.

-Estoy teniendo demasiada paciencia contigo, mira que no quiero matarte aquí. Si te hubieras metido por la estatal esto lo habríamos resuelto lejos de su casa.
-¿Por la estatal? –no pude evitar preguntarle, recordando las indicaciones de la nota.
-Sí, tal como te ponía en la nota que te dieron esta mañana –me soltó el pelo, y pude girarme, sentándome en el suelo, hasta poder verle la cara–. ¿Acaso creíste en serio que la nota era de Edward? Él ya no quiere saber nada de ti, por eso tiene en móvil apagado. La nota te la envié yo, “Querida Bella” –se carcajeó al confesarme que la nota era de ella. Me quedé mirando las piedras del suelo.
-No me lo creo, eso me lo tiene que decir él a la cara, y no mandarme a una…
-¡Una qué! –sintiéndose ofendida volvió a cogerme del pelo y a tirar de él con fuerza hacia atrás–. Es la última oportunidad que te doy, ¿vas a dejar a Edward en paz o no?
-¡NO!, es él el que tendrá que pedirme que me aleje.

Ante mi respuesta sus ojos se enturbiaron, perdiéndose el apenas perceptible dorado que tenían detrás del negro teñido de odio. A lo lejos se oyeron unos aullidos, que distrajeron su atención momentáneamente, más éstos solo la apremiaron. Volvió a poner toda su atención en mí, y tirando más aun de mi cabello hacia atrás, la vi levantar su mano libre, con los dedos estirados en forma de garfios. Fue a hacer un movimiento con la mano, tal vez buscando mi cuello, expuesto para ella, pero un brazo se materializó en una fracción de segundo, impidiendo su mortal movimiento. Pegada a ese brazo vi una imagen borrosa apartar de un empujón a la rubia sádica, obligándola a soltarme. De un seco empujón me apartó, sujetando mi cuerpo por la cintura e interponiendo el suyo ante la rubia. El borrón se hizo persona, y ante mí y la rubia apareció en cuclillas, en una posición claramente de defensa con todos sus músculos tensos, y defendiéndome precisamente a mí; Alice. Su voz terminó de confirmarme que era ella.

-¡Tanya! ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo se te ocurre?
-Apártate Alice, esto es entre ella y yo.
-Ni hablar. Será mejor que te vayas, los lobos están a punto de llegar.
-Me iré, pero antes he de acabar lo que empecé. Apártate o asume las consecuencias.

Al decir estas palabras Alice se levantó, justo a tiempo para evitar un ataque de la rubia. La enganchó de su larga y rubia melena y la impulsó por los aires, saliendo volando. De la nada saltó un enorme lobo que la atrapó al vuelo, zarandeándola como si fuera un gran perro jugando con una barbie. Un desagradable sonido metálico, entremezclado con los gruñidos del lobo y los gritos de la rubia ocuparon mis oídos. Por más que quería mis ojos no pudieron apartarse de esas dos imposibles criaturas luchando cuerpo a cuerpo por sus vidas. La rubia pudo soltarse de las fauces del lobo, y arremetió contra él, propinándole un golpe en el lomo, seguido de un chasquido de huesos. El lobo quedó tirado en mitad del camino, aullando de dolor. Un segundo lobo hizo acto de presencia, y sin más preámbulo cargó contra la rubia, que optó por salir huyendo, desapareciendo en el acto de mi vista. Un tercer lobo salió de la nada y se sumó a la persecución.
Yo estaba atónita, sin poder reaccionar, hiperventilando y a punto de entrar en estado de shock. Alice, que en todo momento había estado a la expectativa, siempre en posición de defensa, se giró hacia mí y me ayudó a incorporarme. Me llevó hasta el coche y me metió en el asiento del acompañante, me dirigió unas palabras para tranquilizarme, y me pidió que la esperara ahí, ya no había peligro ninguno. Se dirigió hacia donde estaba el lobo herido, que paulatinamente había ido acallando sus gruñidos de dolor. Quedaba fuera del alcance de mi vista, tan solo podía ver a Alice. Bajé la ventanilla del coche e intenté incorporarme para ver qué iba a hacer Alice con el lobo. Debido al dolor del empujón que me dio para protegerme no pude moverme, pero sí pude oír a Alice, y parecía hablarle al lobo.

-¿Estás bien?... en lo que a nosotros respecta el tratado sigue vigente… de acuerdo, esperaré. – La vi parada delante de donde supuestamente estaba el lobo, y transcurrido un escaso minuto la oí hablar otra vez, pero en esta ocasión una voz masculina que vagamente me sonaba le contestó.
-La rubia ha muerto –por más que intentaba recordar de quién era esa voz, no caía–. Es lo que le pasará a todas las sanguijuelas que osen atacar a un humano en Forks.
-Ella se lo buscó. El tratado sigue vigente, no era una Cullen. Sal de nuestro territorio cuanto antes y quedamos como siempre.
-¿Y la chica? ¿Sabe algo? Será mejor que venga conmigo.
-Ni hablar, ella viene conmigo a mi casa, más tarde la llevaremos a Seattle. Además, mírate, la escandalizarías.
-No le hagáis ningún daño, o el tratado se romperá. Ahora estáis en Forks, no en la ciudad.
-no te preocupes lobito feroz, está a salvo. Y tápate las vergüenzas en cuanto puedas, no vayas así por la carretera.

Alice se giró y se encaminó hacia el coche. Rápidamente subí la ventanilla y puse cara de estar esperándola. Mientras la observaba acercarse el sol salió casualmente de detrás de una nube y le dio de lleno. Un cegador espectáculo aconteció delante de mis ojos, y a pesar de que ella quiso correr y ponerse fuera de los rayos del sol dentro del coche, no pudo evitar que lo viera. Cada rayo del sol que impactó contra su piel le arrancaba destellos brillantes como el mismo sol, pareciendo un diamante andante. Sus ojos dorados, destacaban impunemente desde su diamantino rostro, y en su boca, perfilada por destellos con tonos rubí, se dibujó una agradable sonrisa. Mientras mi cara era fiel reflejo de mi sorpresa, la boca abierta y los ojos desorbitados, la garganta reseca, y mis manos frías, ella entró y todo el brillo de diamantes se quedó atrás con el sol. Hizo ademán de querer posar su mano en mi hombro para tranquilizarme, pero al ver mi reacción, involuntaria, al hacerme levemente hacia atrás para evitar ese contacto, bajó la mano. Su rostro seguía igual de tranquilo y apacible como antes.

-No me tengas miedo Bella, no te voy a hacer ningún daño. Puedes confiar en mí como lo haces en Edward.
-¿Dónde está él? –me atreví a preguntarle.
-Viene de camino. En un rato podrás verlo –arrancó el motor del coche y se incorporó al camino en dirección a su casa–. Él te va a dar todas las explicaciones que le pidas, no te preocupes por nada.

Mientras me decía esas palabras, que lograron tranquilizarme, miré por el espejo retrovisor, y en mitad del camino pude verlo. ¿Era Jacob? Até los cabos y ya no me cabía ninguna duda, suya era la voz del hombre que habló con Alice de no sé qué tratado. Pero, ¿Qué hacía él allí? ¿Y el lobo? Mientras lo observaba por el espejo, lo vi de pie a orillas del camino, tapando su desnudo cuerpo con unos helechos y con una de sus manos en su costado. Con una expresión de dolor más bien físico en su rostro se quedó observando cómo el coche se alejaba.

-No te preocupes por él, Tanya solo le dio de refilón, y los de su especie sanan muy rápido.

Las palabras de Alice me sobresaltaron, y dejé de observarlo por el espejo. No dije nada, solo las asimilé, esperando que Edward pudiera explicármelo todo. Me quedé en silencio, dejándome llevar bosque adentro por una criatura de cuentos de hadas. Después de los hechos vividos confiaba en ella, al igual que confiaba en Edward.





*Alaska y Dinarama
“Cómo pudiste hacerme esto a mí”

1 comentario:

aras dijo...

hay dios estuvo a punto de darme un paro en serio con esa loca de tanya ,lo bueno es que resivio su merecido y ahora se sabra la verdad haber como reacciona bella besos