13/5/12

BUSCANDO UN SUEÑO:45º.- ¿Cullen o Vulturis?




Capítulo 45: ¿CULLEN O VULTURIS?


BELLA


Me estaba quemando viva por dentro. Ese fuego que recorría mis venas por todo mi cuerpo me hizo recuperar la consciencia. Toda mi vida parecía ahora haberse evaporado al contacto de ese fuego, y tan solo eso era mi realidad. Ese fuego que me estaba consumiendo.
Agua.
Necesitaba urgentemente una bañera de agua helada donde poder meterme y poder acabar con este eterno fuego que me recorría por dentro, quemándome las entrañas a mil grados.
Quise abrir los ojos, pero nada más pensarlo, el fuego se apoderó de mis párpados torturándolos con el insufrible dolor que me consumía.
Quise gritar, y de mi garganta salió el más terrible de los alaridos que jamás había escuchado.
Quise moverme, incorporarme y salir corriendo de allí, huir del dolor, pero mi cuerpo ya no era mío, no me obedecía. Ahora era pasto del fuego que corría por mi interior, y no pude moverme.
Me quedé allí tendida, como si fuera un pez fuera del agua, boqueando y suplicando por un poco de agua que me devolviera algo de vida. Que aplacara este fuego.
No sé cuánto tiempo pasé allí tumbada. Horas, días, semanas. Pero fue una eternidad. Mi cuerpo, agotado ante tanto sufrimiento parecía que paulatinamente iba cobrando vida propia. Los músculos parecían querer saltar de sus posiciones, y me dolían hasta los huesos. Mi corazón empezó a latir de forma arrítmica, fallando de cuando en cuando. Pero ya nada de lo que pudiera ocurrirle a mi organismo me importaba. Solo deseaba una cosa, que el fuego en mi interior cesara. Acogería de buenas ganas el abrazo de la muerte con tal de que ésta acabara de una maldita vez con todo este dolor.

Al fin mi cuerpo empezó a obedecerme, y empezando por las extremidades, el abrasador calor fue cesando. Poco a poco me fui aliviando. Ya no recordaba nada anterior a ese calor. Mi mente estaba ocupada por el deseo de que terminase de remitir ese fuego interno, y por algo que desesperadamente empezaba a apretar mi garganta, hasta casi ahogarme. Mi corazón, en un último intento por seguir en funcionamiento, se colapsó, y sin avisar, dejo definitivamente de latir. Pero eso no me importó ni me alarmó. Mi mente, que por el contrario parecía haber duplicado su espacio, tan solo pensaba en la forma de apaciguar ahora la terrible desazón de mi garganta.
Tenía sed, mucha sed.

-¿Isabella? Ya ha pasado todo. Puedes abrir los ojos.

Aquella voz, masculina, no obstante con cierto deje afeminado, pero de un gusto exquisito me alertó. No estaba sola. De un salto me puse a la defensiva. Mi cuerpo giró sobre sí mismo, y en una décima de segundo me atrincheré en el rincón más alejado de mi interlocutor. De un vistazo analicé la estancia, las posibles vías de escape, y a mi único acompañante.

-Tranquila, querida –apenas si se movió, tan solo levantó las manos mostrando que estaba indefenso–, puedes confiar en mí. Soy Aro, tu amigo Aro –repitió como si hablara con un niño de corta edad–, solo quiero ayudarte.

Lo miré, tratando de recordarlo, buscando en la nebulosa que era ahora mi memoria. No logré ver nada con lucidez. A mi confusa mente, el recuerdo que más claro venía era el de un rostro masculino que jamás había visto. Y su  ojos nadan tenían que ver con el color escarlata de Aro. El hombre joven de mis recuerdos los tenía dorados.

-Yo sé perfectamente qué te pasa. Te aprieta la garganta, y tu instinto te induce a salir fuera y buscar, guiarte por el olfato, y buscar aquello que es capaz de aplacar esa sed. Solo hay una cosa capaz de hacerlo, y yo te lo voy a conseguir. Confía en mí –tendió una sola de sus manos hacia mí, invitándome a que se la cogiera–. Ven conmigo.

Me incorporé. No tenía mi confianza al cien por cien, pero no perdía nada por seguirlo. Así que con un gesto de mi cabeza, le indiqué que fuera él primero. Y al darme la espalda, sin perderlo de vista, me incorporé. Al salir de la estancia de piedra en la que estábamos, me vi rápidamente rodeada por dos tipos enormes. Pero no tuve tiempo de pensar en nada más. Un delicioso olor me llegó, golpeándome las sienes a través de las fosas nasales. Mi pecho rugió de hambre, reconociendo que ese era el olor de mi aliento. Ya solo me importó seguir ese delicioso aroma y alimentarme de su fuente. No vi nada, no pensé en nada. Simplemente ignoré su gritos, ignoré a Aro, que parecía complaciente con mi actitud, y tomé de ese cuerpo lo que creía era mío por el simple hecho de que era lo único capaz de aplacar mi sed. Cayó inerte a mis pies, y furiosa lo golpeé con el pie. No era suficiente. Quería más.

-Mi pequeña Isabella, tendrás todos los que quieras, yo te los daré. Solo tienes que confiar en mí. Ahora somos tú y yo solamente. Lo demás no importa, déjalo atrás. Solo escúchame, y tendrás toda la sangre que seas capaz de beber.

El delicioso olor me llegó nuevamente. Sin apenas dificultad lo rastreé, y hallé otro patético hombre muerto de miedo, y a Aro interponiéndose entre nosotros.

-Lo quieres, ¿Verdad?

El rugido imponente, furioso y hambriento que salió nuevamente de mi pecho se lo dejó bien claro. Mis labios se retiraron, dejando al descubierto mis afilados dientes, capaces de destrozar el hormigón. Mis ojos se posaron retadores en los suyos. Claro que lo quería, y estaba dispuesta a pasar por encima de él si no me lo daba ya.

-Tu amigo Aro te lo va a dar, pero tienes que ser una buena chica, ¿lo entiendes?
-Sí –hablé por primera vez. No recordaba si podía hacerlo, o simplemente debía hacerme entender por mis rugidos y mis deseos, sobre todo el de sangre–. ¡Lo quiero ya!
-Tómalo, pero recuerda esto, yo soy tu señor, me debes obediencia. Yo te daré toda la sangre que desees, pero recuerda que soy tu maestro.

Asentí urgentemente. Le obedecería siempre y cuando me diera más sangre. Haría por Aro lo que él me pidiera, a cambio de todos cuantos humanos me apeteciera tomar. Así sería desde entonces. El trato me gustaba, era sencillo complacer a mi maestro, y él siempre me daba lo que quería. Poco a poco él me fue enseñando cosas que yo había olvidado con el fuego que quemó todo lo que era antes. Me enseñó a controlar mi cuerpo, mis instintos y deseos, me educó con formas y modales característicos de la señorita que era, y me aleccionó en las leyes de los de nuestra especie. Me incorporó como parte esencial de la guardia que las hacía respetar ante los demás vampiros. Y lo más importante, me mostró que tenía un don especial y me enseñó a utilizarlo y ponerlo al servicio de las leyes. Yo era su defensa más férrea cuando entraban en acción los dones especiales de nuestros enemigos. Bajo mi protección, ni la mismísima Jane ni su hermano Alec, podían hacer nada.
Aro estaba realmente orgulloso de mí. Y yo también.
Me había convertido en su niña consentida, desbancando de ese privilegiado escalafón a Jane. Ella había terminado por odiarme, pero no me importaba. Con su don no podía hacerme nada, y yo era superior a ella en cuanto a fuerza y destreza. Y lo mejor, contaba con el beneplácito, no solo de Aro, sino también de Marco y Cayo, los otros dos Vulturis.

Pero había algo que me faltaba. En mi pecho, donde meses atrás latía mi corazón, había ahora un enorme vacío, que tan solo menguaba un poquito cuando pensaba en aquel extraño vampiro de ojos dorados que a menudo rondaba por mi cabeza. En alguna ocasión se lo llegué a comentar a mi maestro, y él me respondía que eran efectos del fuego de la conversión. Simplemente, los vampiros de ojos dorados no existían. Todos los teníamos del color de la sangre, nuestra única fuente de alimento. Aun así, en los pocos momentos de soledad que buscaba, porque me gustaba disfrutar de ella, me perdía en el color dorado de aquellos ojos imposibles que me acompañaban siempre en el interior de mi mente.

Nos movíamos continuamente. Aro había formado un nutrido grupo de los mejores guardias que nos acompañaban siempre, mientras que Marco y Cayo se quedaban en Volterra, que es donde teníamos nuestro hogar, para disimular, aparentando normalidad. Era una estrategia para confundir a un aquelarre enemigo que siempre estaba pisándonos los talones. Aro me había hablado de ellos, querían eliminarnos para sembrar el caos entre las dos especies rompiendo el complicado equilibrio que los Vulturis habían logrado en los últimos milenios, donde habíamos podido vivir en paz. Me rogó, siempre pensando en mi bien, que jamás me alejara de él ni me dejara atrapar por ellos. Yo, por mi don, era un punto estratégico de vital importancia, y querían secuestrarme a toda costa.

Estábamos en unos de nuestros largos viajes por la blanca Siberia, cuando avisaron a Aro para que volviéramos urgentemente a Volterra. Lo veía extrañamente excitado, dichoso, y me atreví a preguntarle qué pasaba.

-Maestro, ¿Ha pasado algo grave en nuestra ausencia? –preferí encaminar mis pasos a lo peor, pese a ver su cara de felicidad.
-Nada de qué preocuparse. Todo lo contrario. Ha ocurrido algo que llevo meses esperando, y que nos va a hacer más fuertes.
-¿Más aún? –me emocioné ante esa noticia. Cuanto más fuertes fuéramos, más posibilidades tendríamos de hacerle frente al enemigo. Soñaba con poder volver un día a Volterra y no tener que abandonarla por necesidad. Poder quedarnos en nuestro hogar para siempre.
-Sí mi pequeña Isabella. El día que te encontré dejé sembrada una semilla, que al fin hoy va a dar sus frutos. Te gustará el nuevo miembro de la guardia, ya lo verás.

Dejándome con esa duda sobre un nuevo miembro en la guardia, me indicó con su mano que guardara silencio.
No volvimos a hablar en todo el largo trayecto hasta Italia. Y al llegar a Volterra, a unas pocas horas de que amaneciera, inexplicablemente me pidió que lo aguardara en las estancias más alejadas de la torre del homenaje, que era donde estaba el salón de las audiencias. Me extrañó bastante, pues siempre que tenía una audiencia yo lo acompañaba como si fuera su sombra. Al principio íbamos Jane y yo inmediatamente detrás de él, pero con el tiempo prescindió de Jane en un primer plano, quedando únicamente yo ahí.
Resignada me senté en uno de los sillones que adornaban la estancia, dispuesta a esperarlo. Enseguida me perdí en los ojos dorados del habitante incorpóreo de mi mente. Mi eterno compañero cuando la soledad me tomaba por compañera. Tan abstraída estaba en mis pensamientos que no me di cuenta de que alguien chistaba desde el ventanal. Al incorporarme una vampira de cabellos negros, no muy largos, pero graciosamente peinados, apareció en el alfeizar del ventanal. No la reconocí, e inmediatamente intuí que estaba en peligro. En una décima de segundo me eché sobre ella y la agarré del cuello, dispuesta a arrancarle la cabeza. Pero su actitud me descolocó, pues no hizo intento alguno de defenderse. Pero lo que más me descolocó fue el color de sus ojos, eran dorados como los de mi alucinación.

-Be… Bella,… soy yo… Alice.

Su voz salió entrecortada, apenas si le podría pasar el aire por la garganta debido a mi fuerte agarre. Sus manos se levantaban en señal de rendición, con las palmas hacia delante. Y esa forma de llamarme removió algo en los lejanos recuerdos de mi mente. Bella, era así cómo me llamaban antes. Ella me conocía de antes. En mi interior nació la necesidad de saber de mí misma antes de mi conversión. Aro jamás hablaba de eso. Una vez se lo comenté y su única respuesta fue que era una pérdida tonta de tiempo. Pero en mis ratos de soledad, casi sin querer reconocerlo, pensaba en qué había antes. Y qué papel tendría el dueño de esos ojos dorados que siempre me acompañaban. Dorados como los de mi prisionera. Alice. Me había dicho que se llamaba Alice, y, al principio nada me decía su nombre, pero al mirarla de frente, al mirar sus ojos, un tenue recuerdo de nosotras dos juntas vino a mi mente. Y yo no era la misma. Era humana. Ese fue el primer recuerdo que tuve de mí misma siendo humana, donde las dos reíamos.

-Bella, suéltame, por… favor.

Nada sentía de peligroso en ella, así que la solté, pero mi actitud a la defensiva la reforcé.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres? –le pregunté, distante, a pesar de que la curiosidad crecía en mí de manera desorbitada.
-¿No me recuerdas? Soy yo, Alice.
-Eso ya me lo has dicho. ¿Quién te manda?
-Edward está aquí, ha venido a unirse a los Vulturis para estar contigo. Tenemos que impedírselo.
-¿Edward? –ese nombre empezó a retumbar en mi memoria. Lo recordaba, pero no sabía quién era Edward.
-¿Tampoco lo recuerdas a él? ¡Dios! Esto va a ser más complicado de lo que creía.
-¡Alice! –desde el ventanal alguien la llamó, y entonces comprendí que no estaba sola–. No recuerda nada de su vida humana. Haz que se asome a la ventana, tal vez si nos ve, empiece a recordar algo.

Recordar no, pero empecé a relacionar todo lo que estaba pasando, y enseguida me di cuenta de que eran del aquelarre enemigo. Aquellos de los que yo me tenía que cuidar y no caer jamás en sus manos. No sabía cómo, pero nos habían tendido una trampa y habíamos caído. Aro estaba siendo entretenido por uno de ellos mientras el resto me secuestraba.
Reaccioné al instante, sin acercarme al ventanal. Tenía que salir de allí por la puerta lo antes posible, y dar la voz de alarma en todo el castillo. Justo cuando alcanzaba el marco de la puerta, unos brazos enormes me apresaron, dejándome prácticamente inmovilizada. Una mano también enorme tapó mi boca,

-Bella, por lo que más quieras, no nos lo pongas más difícil aún. ¿No me recuerdas? –el tipo que me tenía prisionera, igual de grandote que Felix, me hablaba como si me conociera de toda la vida. Liberando un poco su mano, me giró la cabeza para que pudiera verle el rostro. Sus ojos dorados fue lo primero que vi–. ¡Soy Emmet! –afirmó agrandando sus ojos, como si fuera lo más evidente del mundo–. ¿Y a ellos tampoco los recuerdas?

Señaló con su prominente barbilla hacia el ventanal, y justo delante nuestro encontré a cuatro vampiros más de ojos dorados. Uno de ellos, el que parecía el jefe, habló.

-Bella, intenta recordar. Mira bien nuestras caras. Yo soy Carlisle, ellas son Esme y Rosalie, y él es Jasper. Intenta ir más allá de la nube de tus recuerdos. Nosotros estamos ahí, somos los Cullen, tu familia.

Negaba con la cabeza, sin atreverme a hablar. Mi familia era mi maestro, y toda la guardia de los Vulturis. Pero mientras negaba aquella aberración a todo cuanto me había enseñado Aro, los recuerdos en mi mente fueron esclareciéndose, y poco a poco fui recordándolos. Desde las bromas de Emmet, la traición de Rosalie, y hasta el primer encuentro con Jasper en la biblioteca de la universidad. Las brumas que rodeaban mis recuerdos, siempre alimentadas por Aro, se disiparon. Y supe que, aunque fuera solo un vago recuerdo, estos vampiros de ojos dorados no querían hacerme daño alguno. Dejé de forcejear con Emmet, y él poco a poco me fue soltando, hasta quedar totalmente libre. Por primera vez miré a Alice, y la reconocí. Los vanos recuerdos de mi último día como humana vinieron esclarecedores, y vi a Aro llevándome con él, y mordiendo mi cuello. La pena me embargó, y sin pensarlo corrí a los brazos de Alice, era la que más cercana sentía. Mis ojos no derramaron lágrima alguna porque no podían, pero el llanto de mi muerto corazón me dejó un gran desconsuelo.

-Ya Bella, ya. Todo ha pasado, ya estás a salvo. Ahora a quien tenemos que salvar es a Edward. Él está ahora con Aro, y en unos minutos le hará besar y jurar su sello.

El nombre de Edward volvió a salir de su boca, pero no lograba alcanzar ningún pensamiento en donde ese tal Edward apareciera. Hasta que sus ojos dorados volvieron una vez más a ocupar toda mi mente. ¿Cómo había podido ser tan tonta como para no recordar ni reconocer a Edward? Pues era él el que había adueñado de mi mente desde un principio.

-¡Edward! –al fin reaccioné–. Está en el salón de las audiencias con Aro. Él es quien se nos va a unir, que tanta dicha le produce a mí… a Aro –ya no lo veía como mi maestro y guía. Él me había engatusado, engañado, y convertido en lo que era: una asesina bebedora de sangre humana–. ¡Hemos de evitarlo!

Salí como una exhalación de la estancia, seguida por los seis vampiros, y en un minuto escaso irrumpimos en el salón. El dueño del rostro con ojos dorados que  ocupaba mi mente las veinticuatro horas del día estaba arrodillado delante de Aro, dispuesto a besar el sello de éste y jurarle obediencia total. Era él, Edward. Me paré en mitad del salón, y lo detuve gritándole con todas mis fuerzas.

-¡Edward, no! ¡No lo hagas!

Todos los allí presentes se giraron hacia mí, y en ese preciso instante me vi flanqueada por los Cullen. Empecé a sentir en el ambiente la malévola presencia de Jane hacia nosotros, y rápidamente desplegué mi escudo, protegiéndonos. Ni ella ni Alec podrían hacernos nada, Aro me había enseñado bien a manejar mi don, mi escudo.

-¡Isabella! Repliega tu escudo y ven aquí de inmediato –Aro, creyéndose aún con poder sobre mí, con autoridad me dio la orden. Pero yo la ignoré–. ¡Isabella!
-¡No más mentiras, maestro! –le contesté, soltando la última palabra con ironía–. Ahora lo sé todo. Tú me raptaste y…
-Y te di la inmortalidad, esa que tanto anhelabas y que ellos no tenían intenciones de darte. He sido como un padre para ti, y ahora estoy consiguiendo que el vampiro que te ama se nos una. Ven aquí y deja que tus compañeros se ocupen de Carlisle y su familia.
-También es mi familia –le respondí, desafiante.
-Tu única familia son los Vulturis.
-No. No lo han sido nunca, esto no es una familia, es un ejército. Nadie te obedece porque te quieran, sino por un juramento de lealtad.

Aro calló. Le había dado en donde más le dolía, y lo sabía.
Carlisle aprovechó el silencio y dando unos pasos, situándose casi al borde de mi escudo protector, le habló a Aro.

-Solo hemos venido a por Bella. No queremos causar daño alguno, y en nombre de la amistad que en el pasado nos unió, y que tú pisoteaste hace meses llevándotela; te pido que reconsideres tu postura, Aro. Déjanos marchar en paz, y no habrá pasado nada. Olvidaremos la ofensa, y seguiremos tan amigos.
-Él –señaló a Edward–, aún no ha hecho el juramento, puede irse si lo desea. Pero ella –me señaló a mí entonces–, me pertenece. Yo la creé.
-De eso ni hablar –estallé ante la prepotencia de mi maestro. Ahora veía sus intenciones y propósitos conmigo–. Dime, maestro, ¿Cuándo he besado yo tu sello y jurado obediencia? –Aro calló, reflejando en sus ojos escarlata la derrota–. ¡Nunca! Así que no hay nada que me ate a vosotros. Me largo.

Edward se levantó y a la velocidad de la luz se puso a mi lado, agarrando con fuerza, con desesperación, mi mano. Felix y el resto de los guardias presentes hicieron amago de atacarnos con la fuerza, ya que había quedado patente que con los dones de los hermanos no podían. Pero a una señal de Aro, desistieron. Fue entonces cuando lo vi claro del todo. Así había estado yo todos estos meses bajo el yugo y la voluntad de Aro.

-Tranquilos –les dijo al final–, dejadlos ir. Aquí nadie está contra su voluntad. Eso lo sabéis todos. Carlisle –quiso despedirse de él, sin dejar lugar a rencores, al menos de nuestra parte–, os podéis ir en cuanto os plazca. Si ellos no quieren pertenecer al glorioso ejército de los Vulturis, nadie los va a obligar. Nada tengo en contra de vosotros, seguimos tan amigos como siempre.
-Como siempre, Aro –respondió sin ninguna doblez Carlisle, y enfatizó repitiendo–, como siempre.

Las primeras luces del amanecer ya se iban perfilando en el horizonte por el este. Debíamos darnos prisa en alejarnos de allí, y ponernos a salvo de los rayos del sol. Corrimos campo a través en dirección al mar. Nos sumergiríamos en sus profundidades donde nadie podría vernos durante el día.
Yo corrí por primera vez a la par de Edward, que desde que me agarró la mano en el castillo de los Vulturis, no me la había soltado. Y yo me dejaba arrastrar por él, corriendo a su lado.
Feliz, radiante, enamorada a cada movimiento de él, a cada apretón de su mano sobre la mía. A cada mirada suya, que le devolvía acarameladamente. El vacío de mi pecho se iba llenando con cada segundo que pasaba a su lado. Él era lo que me faltaba para esta completa.
 Corríamos hacia un eterno futuro juntos, donde ya no tendríamos límites a la hora de amarnos. Donde no cabía ya miedo alguno, y nuestro único fin era dar placer el uno al otro, por toda la eternidad. Juntos ya, para siempre.


FIN

2 comentarios:

aras dijo...

que te puedo decir mas que gracias por publicar esta historia tan bonita,de principio a FIN me ha encantado que bueno que recupero la memoria y dejo a aro con un palmo de narices,hermoso final felicidades y estare esperando otra historia.nunca te des por vencida y publica besos

Lu Morales dijo...

Hola mi querida Aras! Me alegra que te gustara esta historia. Pero quiero avisarte de que aun me queda el epílogo por publicar, y entonces sí la daré por terminada. Espero hacerlo mañana miércoles, estate atenta.

Gracias por estar ahí!
Besos!