LA
NOCHE DE TODOS LOS SANTOS HAY FIESTA EN MI CASA
Así
es. Y yo no he invitado nunca a nadie.
Todo
empezó hace ya unas cuantas décadas. Recuerdo aquella noche, unas
semanas antes del último día de octubre como si fuera ayer. Al
atardecer ya estaba apostada sobre mi chimenea aquella enorme ave
nocturna, más negra que la noche misma. Y cuando las tinieblas del
ocaso engulleron por completo todos los restos del día, cayendo
sobre el pueblo la más absoluta oscuridad, empezó a ulular lenta,
rítmicamente, lo suficiente como para no dejarme pegar ojo en toda
la noche. La casa cruje con cada paso que das por sus suelos, pero en
el silencio de la noche cruje mucho más. Así que lo que faltaba
para acompañar esos crujidos, era el maldito pájaro ahí fuera.
Así
pasó una noche tras otra hasta que a la cuarta, apareció el primero
apoyado en la barandilla de las escaleras que suben a mi portal. A
priori no noté nada raro en aquella figura humana la primera vez que
la observé desde el ventanal del salón. Por la mañana había
desparecido y no volví a acordarme de él hasta que volví a casa ya
oscuro. Había sido un día muy largo, y aquella silueta recortada
bajo la tenue luz de la farola me hizo dudar si entrar en casa o
pasar de largo y avisar a alguien. Pero conforme me iba acercando se
me hacía cada vez más familiar, hasta tal punto que al pasar por su
lado, subiendo no obstante los escalones deprisa y de dos en dos, lo
reconocí.