1/8/10

LOS TRISTES

De Rosalía de Castro:



I
De la torpe ignorancia que confunde
lo mezquino y lo inmenso,
de la dura injusticia del más alto,
de la saña mortal de los pequeños,
no es posible que huyáis cuando os conocen
y os buscan, como busca el zorro hambriento
a la indefensa tórtola en los campos;
y al querer esconderos
de sus cobardes iras, ya en el monte,
en la ciudad o en el retiro estrecho,
"¡Ahí va! -exclaman- ¡ahí va!", y allí os insultan
y señalan con íntimo contento,
cual la mano implacable y vengativa
señala al triste y fugitivo reo.

II
Cayó por fin en la espumosa y turbia
recia corriente, y descendió al abismo
para no subir más a la serena
y tersa superficie. En lo más íntimo
del noble corazón, ya lastimado,
resonó el golpe doloroso y frío
que, ahogando la esperanza,
hace abatir los ánimos altivos;
y plegando las alas, torvo y mudo,
en densa niebla se envolvió su espíritu.

III
Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,
¿qué entendéis de sus ansias malogradas?
Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
¿qué comprendeis de sus eternas lágrimas?

Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos
son como niebla que disipa el alba,
¡qué sabéis del que lleva de los suyos
la eterna pesadumbre sobre el alma!

IV
Cuando en la planta con afán cuidada
la fresca yema de un capullo asoma,
lentamente arrastrándose sobe el césped,
la asalta el caracol y la devora.

Cuando de un alma atea
en la profunda oscuridad medrosa
brilla un rayo de fe, viene la duda
y sobre él tiende su gigante sombra.

V
En cada fresco brote, en cada rosa erguida,
cien gotas de rocio brillan al sol que nace;
mas él ve que son lágrimas que derraman los tristes
al fecundar la tierra con su preciosa sangre.

Henchido está el ambiente de agradables aromas,
las aguas y los vientos acadenciosos murmuran;
mas él siente que rugen con sordo clamoreo
de sofocados gritos y de amenazas mudas.

¡No hay duda! De cien astros nuevos, la luz radiante
hasta las más recónditas profundidades llega;
mas sus hermosos rayos
jamás en torno suyo rompen la bruma espesa.

De la esperanza ¿en dóde crece la flor ansiada?
para él en dondequiera al retoñar se agosta,
ya bajo las escarchas del eogísmo estéril,
o ya del desengaño a la menguada sombra.

¡Y en vano el mar extenso y las vegas fecundas,
los pájaros, las flores y los frutos que siembra!;
para el desheredado, solo hay bajo los cielos
esa quietud sombría que infunde la tristeza.

VI
Cada vez huye más de los vivos,
cada vez habla más con los muertos;
y es que cuando nos rinde el cansancio,
propicio a la paz y al sueño,
el cuerpo tiende al reposo,
el alma tiende a lo eterno.

VII
Así comop el lobo desciende a poblado,
si acaso en la sierra se ve perseguido,
huyendo del hombre que acosa a los tristes,
buscó entre las fieras el triste un asilo.

El sol calentaba su lóbrega cueva,
piadosa velaba su sueño la luna,
el árbol salvaje le daba sus frutos,
la fuente sus aguas de grata frescura.

Bien pronto los rayos del sol se nublaron,
la luna entre brumas veló su semblante;
secóse la fuente y el árbol nególe,
al par que su sombra, sus frutos salvajes.

Dejando la sierra buscó en la llanura
de otro árbol el fruto, la luz de otro cielo;
y a un río profundo de nombre ignorado,
pidióle aguas puras su labio sediento.

¡Ya en vano!, sin tregua siguióle la noche,
la sed que atormenta y el hambre que mata,
¡ya en vano!: que ni árbol, ni cielo, ni río
le dieron su fruto, su luz ni sus aguas.

Y en tanto el olvido, la duda y la muerte
agrandan las sombras que en torno le cercan,
allá en lontananza la luz de la vida
hiriendo sus ojos, feliz centellea.

Dichosos mortales a quien la fortuna
fue siempre propicia... ¡Silencio!, ¡Silencio!
si veis tantos seres que corren buscando
las negras corrientes del hondo Leteo.

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