3/5/11

Mi Musa, parte III

Todos los personajes aquí mencionados son ficticios, al igual que la historia. Si hay coincidencia alguna con algo de la realidad, es cosa de la casualidad.

En esta parte he hecho uso de un personaje ficticio creado por la escritora Iris Martinaya, con su consentimiento y aprobación.

Mi Musa, parte III

AVISO: Este capítulo tiene ciertas escenas violentas, y vocabulario soez. Ruego a las personas sensibles lo tengan en cuenta si van a seguir leyendo.

Las noticias, sobre todo las sensacionalistas, corren como la pólvora. Pero yo no sabía las velocidades que pueden llegar a alcanzar, hasta ese fatídico día. En la puerta de la comisaría ya había varios periodistas apostados esperando mi llegada. Me quedé alucinado, tanto, que no fui capaz de reaccionar, y éstos me grabaron y fotografiaron a gusto mientras descendía del coche patrulla, y con las manos siempre atadas con las esposas, los dos policías me conducían al interior del edificio. Un periodista incluso se atrevió a hacerme varias preguntas y ponerme delante de la cara el micrófono para que le contestara, ante la impune y dura mirada de los dos policías que me custodiaban, que no hicieron nada para evitar el acoso al que me sometieron. Visto desde su punto de vista, era lo mínimo que merecía un maltratador, por muy famoso que fuera.

En el interior de la comisaría el ambiente era bastante distendido, era domingo y estaba la cosa calmada a esas horas de la mañana. Se limitaron a tomarme los datos y a requisarme el DNI y todo lo que llevaba en los bolsillos. Me comunicaron que habían presentado contra mí una denuncia por maltrato físico contra mi acompañante, y que esperaban que ella interpusiera otra. Me dejaron hacer una llamada, que aproveché para llamar a Joan. Saltó el contestador de su móvil, y allí le dejé escuetamente explicado dónde estaba, y que viniera lo antes posible a sacarme de allí. Cuando colgué me llevaron escaleras abajo a lo que serían los calabozos, donde me encerraron con varios tipos. Me quedé en mitad de aquella amplia celda, de pie, sin saber qué hacer, si sentarme al lado de alguno de ellos, o quedarme allí. Un tipo trajeado que desentonaba bastante con el resto, y con el lugar, llamó mi atención chistándome. Al mirarlo me sonrió, y me indicó que tomara asiento a su lado. No me inspiraba mucha confianza, tenía esa mirada turbia de la gente que se pasa todo el día bebiendo, una sonrisa amarilla, y el porte de alguien tremendamente prepotente. Me lo pensé, pero al final, derrotado por la situación, me acerqué a él, y me senté a su lado.

-¡Hola amigo! – el tipo me saludó, ampliando más su sonrisa amarilla, y desparramando a su alrededor el tufo a alcohol y a tabaco que de su boca salía. Su tono socarrón con una voz cavernosa me confirmó su prepotencia. – Eres lo más normalito que me han traído esta mañana por aquí – me dijo, señalando al resto de compañeros.

-Hola. – Fue lo único que atiné a decirle, dando las gracias a Dios por no haber tartamudeado.

-Richard White – tendió su enorme, sudorosa y caliente mano hacia mí, esperando que se la estrechara.

-Germán. – Se la cogí sin mucho énfasis, y la solté en cuanto pude.

Nos interrumpió una agente de policía que apareció por allí, buscando la cara de alguien conocido entre aquella decena de hombres. Al verme y reconocerme, me dijo que la había decepcionado totalmente. Era fan de mis novelas, y verme allí por esas circunstancias, dijo que era lo último que se esperaba de mí. Y con la decepción dibujada en su rostro, y la promesa de que no me lo pondrían nada fácil mientras estuviera allí dentro, se fue de allí. Mi “nuevo amigo” no perdió detalle de la escena, y en cuanto la policía desapareció se echó a reír, dándome unos golpecitos en la espalda para consolarme.

-¡Así que a ti también te está jodiendo la vida la parienta! Son todas unas putas que no se merecen nada más que una zurra detrás de otra. – Me quedé mirándolo con asombro, mientras una oleada de indignación me revolvía las tripas. ¿Realmente existía este tipo de hombres? – A mí la mía me ha encerrado esta madrugada aquí. Total, estamos divorciados, pero sé que a esa zorra si no la caliento yo, no la calienta nadie. He ido a hacer las paces con ella, se me ha ido la mano y la he abofeteado… un poquito, y mira dónde estoy. Es que ni ella misma sabe lo que quiere. – A cada palabra que salía de su boca, más ganas me daban de levantarme de allí, cogerle del cuello y apretar hasta dejarlo inconsciente en el suelo. – Y ahora me acusa de acosarla, de amenazarla y de golpearla. Es lo que se merecen todas, ¿verdad Germán?

Se quedó mirándome, expectante, a que le diera la razón. Y al mirar a mí alrededor, varios de aquellos tipos que nos rodeaban, nos observaban también expectantes, esperando mi repuesta. Pude ver en sus ojos la misma rabia e indignación que habría en los míos, y el asco con el que nos miraban a ambos. Como impulsado por un resorte, me levanté de allí, y sin querer mirarlo le simplifiqué en dos palabras lo que pensaba de él.

-¡Estás enfermo! – No pude evitar que esa frase saliera de mi boca. No reparé en las reacciones de los demás, pero sé que Richard se levantó detrás de mí, y agarrándome fuertemente del brazo me paró en seco.

-¡Tanto como tú! Te recuerdo que estás aquí por la misma causa. La puta esa disfrazada de policía te lo ha dicho hace unos momentos. ¿Te crees mejor que yo? ¡Pues no! ¡Estamos al mismo nivel!

Tuve que controlarme. Respiré varias veces profundamente con la mandíbula apretada, y apretados también mis puños, descargando así toda la rabia que en esos momentos recorría mi cuerpo, logré desechar de mi mente las inmensas ganas que tenía de soltarme de su agarre, volverme y golpearle la cabeza hasta hartarme. Lo oí reír estridentemente detrás de mí al soltar mi brazo, y sin decir ni una palabra más, volvió a sentarse en su sitio. Yo me quedé de pie delante de los barrotes de la celda, y sin ganas de alternar con nadie más de los presentes, agarrando los barrotes, esperando un milagro que me sacara de ahí.

No sabría decir exactamente los minutos, o tal vez horas, que pasé ahí de pie, con la cabeza apoyada en los barrotes, y los ojos del malnacido de Richard clavados en mí. A mi derecha, en un rincón había un yonki apoyado en la pared, durmiendo a pierna suelta, pues los ronquidos se deberían oír hasta en la planta superior. Más allá podía ver lo que a ciencia cierta sería un chulo, todo muy repeinado y bien puesto, al estilo Torrente, pero con cara de pocos amigos. Al fondo cinco moteros que hablaban entre ellos de una pelea que habían tenido en un pub. Y a mí derecha Richard junto a un borracho que no paraba de frotarse las manos, echo un manojo de nervios tal vez pensando en la que le esperaba en casa después de una noche de borrachera, y habiendo terminado en la comisaría. Richard le daba golpecitos en la espalda como a mí antes, y sin quítame la vista de encima, le decía al pobre hombre que lo que tenía que hacer era ponerse los pantalones en su casa y no dejar que su mujer lo vilipendiase así, que dejara de ser un calzonazos y si tenía que darle alguna hostia, que no se cortara y se la diera. La sangre me hervía cada vez que oía su cavernosa voz hablar así de las mujeres, tratándolas como si fuesen objetos de su propiedad y no personas. Pero no podía dejarme llevar por la ira, a pesar de que él lo hacía para provocarme, no podía caer en su juego.

Desde las escaleras oí cómo bajaban varias personas. Un par de policías acompañados de un tipo con traje de marca, moreno, alto y bien parecido. El amigo Richard en cuanto lo vio dio un salto de su sitio y se dirigió risueño hacia la puerta, dando grandes voces.

-¡Hombre Víctor! Ya era hora de que esa loca entrara en razón y te mandara a sacarme de este agujero.

-Señor Blanco, apártese de la puerta por favor. – Enseguida le recriminó uno de los policías.

-¡Y una mierda! ¡Éste es mi abogado y viene a sacarme de esta pocilga llena de cerdos! – Bramó, agarrado a los barrotes como si de un gran simio se tratara.

-Ricardo – intervino el abogado, llamándolo por su nombre en español – he de recordarle una vez más que mi bufete rompió hace tiempo toda relación con usted, y que yo tan solo me debo a la señora Maceiras.

-Pero Víctor, ¿acaso no te ha mandado ella a sacarme de aquí después de echarme anoche a la policía encima? – su voz sonó, por primera vez, insegura.

-El letrado Del Castillo está aquí como representante legal del señor Arrallán. – Fue la policía que antes me había echado la bronca la que intervino, apareciendo detrás de los tres hombres. – Ha venido por orden expresa de la señora Maceiras a aclarar el malentendido de esta mañana en el paseo, y a interponer las denuncias pertinentes contra usted.

-¿Pero qué me estáis contando? – la furia de Richard, o mejor dicho Ricardo era ya palpable en el ambiente.

-¡Apártese de la puerta señor Blanco o nos veremos en la necesidad de usar la fuerza contra usted! – Le gritó uno de los policías, echando mano a su porra.

-O sea,… – Richard entonces me miró, con los ojos desorbitados, rozando la locura – ¿Tú eres el hijoputa que se ha estado tirando a mi mujer?

Sus manos soltaron en un movimiento imposible de seguir con la vista los barrotes, y decididamente fueron hacia mi cuello. Me quedé sin sangre en las venas, y no pude reaccionar. Resignado cerré los ojos esperando que éstas llegaran a mi cuello y me dejaran sin aire. Pero los segundos pasaban y ese mortal apretón jamás llegó. En su lugar sentí como me zarandeaban, y al abrir los ojos vi la mano de uno de los moteros en mi hombro, mientras me indicaba que saliera de allí. Los otros cuatro moteros estaban felizmente encima de Ricardo, golpeándole a gusto. Era lo que se merecía.

Al oír la puerta de barrotes cerrarse detrás de mí respiré tranquilo, y más calmado me recibió fuera la mano del letrado, presentándose. De fondo se oía a Ricardo profiriendo gritos y amenazas contra mí y los moteros, pero los policías me dijeron que no le hiciera caso, iba a pasar una buena temporada a la sombra, no solo por maltratar a su ex, sino por otros turbios asuntos.

-Señor Arrallán, soy Víctor del Castillo y mi clienta, la señora Maceiras me ha pedido que le sacara de aquí y aclarara el malentendido de esta mañana. – Me decía el abogado mientras subíamos la escalera.

-De acuerdo – fue lo primero que logré decir después de todo lo pasado.

-No se preocupe por nada, todo está ya resuelto y aclarado. Ha dado la casualidad de que su representante, Joan Bienvengut, se ha puesto en contacto con mi bufete esta mañana para sacarle de este lío, así que hemos unido las dos causas y todo está solucionado. – Llegamos al recibidor de la comisaría, y allí tres policías femeninas me estaban esperando, encabezadas por la de la bronca de esta mañana.

-Señor Arrallán, le debo una disculpa – la agente de policía estaba totalmente ruborizada, con una pose de disculpa y uno de mis libros entre sus manos.

-No tiene por qué disculparse – mi mente empezó a reaccionar, y mi parte comercial salió a flote, sacándome del estupor en el que estaba – en un caso de maltrato a una mujer, es natural reaccionar así. Si me deja su libro – lo señalé – se lo dedicaré con mucho gusto, y todo olvidado.

Las otras dos enseguida sacaron los suyos, y más con paciencia que con gusto se los dediqué. Tan solo tenía ganas de salir de allí y llegar al hotel. Al terminar con ellas, el abogado me llamó.

-Germán, ¿me permites la confianza? – Asentí con la cabeza, y él sonrió – Llámame entonces Víctor. Por favor acércate y firma estos papeles, son puro trámite para salir sin cargos de aquí.

-Es lo que más deseo, poder volver a mi hotel y darme un buen baño.

-En menos de un cuarto de hora estarás allí. ¿Ves aquel señor calvo con bigote? – miré en la dirección que Víctor me señalaba, al otro lado del pasillo. – Es Avelino, tiene órdenes expresas de la señora Maceiras de sacarte de aquí discretamente y llevarte a donde desees. Es de confianza.

-Gracias Víctor, me has servido de gran ayuda.

-No tienes que agradecer nada, Elsa se quedó muy preocupada cuando vio en el lío que te había metido, y me llamó en cuanto los de asuntos sociales la dejaron tranquila. Ella ya tiene todas las denuncias puestas contra su ex marido, el impresentable individuo que has conocido ahí abajo.

-Richard White. – Le confirmé, Víctor se echó a reír.

-Su nombre es Ricardo Blanco, pero el muy cretino desde hace tiempo lo dice en inglés, dice que le da más categoría, como si eso se ganara con el nombre.

-Es todo un misógino, a los tipos así no los deberían dejar salir a la calle.

-Además de verdad. Esta noche pasada ha estado acosando a Elsa, y ha terminado golpeándola otra vez.

-Ella es la mujer del paseo marítimo, ¿No? – pregunté, sabiendo ya la respuesta.

-Sí.

-Ya vi su cara. El desgraciado ese no tiene perdón de Dios.

-Ya está todo en manos de los tribunales, por desgracia no es la primera vez.

-Ojalá se pudra en la cárcel. – No pude evitar que esa frase, todo un deseo, saliera más de mi corazón que de mi boca.

-Yo voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que así sea. – Sentenció Víctor mirando su reloj de pulsera. – Bueno Germán – tendió su mano hacia mí – encantado de conocerte, aunque hayan sido en estas circunstancias.

-El placer ha sido mío – le estreché afablemente su mano, y al hacerlo me encontré una tarjeta de visita esperándome.

-Para cualquier cosa que necesites si estás por la zona, ya sabes dónde tienes un amigo, y un abogado. Estoy harto de ver tu cara por toda mi casa, mi mujer es fiel lectora de tus novelas. – Sonreí ante tal comentario, y él me despidió con una estudiada sonrisa, posando su mano libre en mi hombro justo antes de soltarme la mía.

-Gracias. – Le dije sinceramente mientras asentía. Me había caído bien Víctor, se notaba que era todo un profesional, y además buena persona.

Crucé el pasillo hasta llegar a Avelino, y con un escueto “Sígame señor”, lo seguí a través de unas oficinas guiados por un policía, y de allí a otro pasillo que desembocó al garaje de la comisaría. Allí me abrió la puerta de un mercedes gris con los cristales de atrás tintados, invitándome a entrar. Subí y me acomodé en aquellos asientos de cuero negro. Avelino se instaló delante del volante, y salimos a la calle, donde ya varias docenas de periodistas la colapsaban, esperando mi salida. Agradecí aquello, no me encontraba con ánimos de luchar contra toda aquella marabunta de periodistas para desmentir las acusaciones que habían caído sobre mi persona. Avelino me sacó de mis pensamientos.

-¿Señor Arrallán?

-Sí Avelino.

-El señor Bienvengut me ha dado órdenes de llevarlo a otro hotel a las afueras de la ciudad, donde le está esperando. Los accesos del suyo están también tomados por los periodistas.

-De acuerdo, al señor Bienvengut es mejor no hacerle la contra.

Avelino sonrió mientras conducía a través de la ciudad hacia uno de los hoteles más lujosos de la zona, situado en un paradisíaco paraje.


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¿¿Aceptarán mis Damas el desafío??

2 comentarios:

Iris Martinaya dijo...

Hola mi Dama!!

Como estuvo mi Víctor!!! Es que es... bueno Germán tampoco estuvo mal, jeje.

Bueno y ya bromas aparte, te diré que esto se pone cada vez mejor, más interesante. Supongo que Elsa, es una mujer importante, por lo de el chofer, y el hotel al que le han enviado. Ains, que ganas de saber más!!

El Ricardo... sin comentarios. Coincido con Germán en que ojalá él y todos los que hay como él se pudriesen en la cárcel.

Maravilloso capítulo mi dama!

Mil besos!

LadelosSuenios dijo...

Buuuuuuuu.. Quiero saber que pasaaaaaaaa...

Ya me hice fan de la historia.


Bezozzz espectantes para ti