1/12/11

BUSCANDO UN SUEÑO: 4º.- Un fin de semana inolvidable

Asaltando la casa de mi hermana, me he hecho fuerte detrás del sofá, y desde aquí he caido en que puedo programar las entradas de Buscando un sueño. Así que ahora mismo me pongo a ello. Publico este hoy jueves, y programo los siguientes. Así no os dejo colgadas tanto tiempo, pues a saber cuándo tendré internet en casa otra vez.

Perdonad las molestias.



Capítulo 4º:”UN FIN DE SEMANA  INOLVIDABLE”


>>EDWARD

   La voz de Bella llamándome, casi inaudible, una sola vez, fue lo suficiente para despertarme, algo alarmado; y cuando me di cuenta de la situación me relajé. Hacía tiempo que había descubierto que Bella hablaba en sueños, y solía llamarme en ellos. Renée, su madre, me lo había confirmado en cierta ocasión. Era típico que su hija la despertara en mitad de la noche llamándome. Seguíamos en la posición en la que nos dormimos, yo estaba echado boca arriba con ella acurrucada sobre mi pecho, durmiendo plácidamente, tapados por la manta de la cama. Aún era noche cerrada, y como no quería despertarla, me quedé igual que estaba, acariciando su pelo, dibujando el contorno de sus labios con mi dedo pulgar. Volvió a llamarme una vez más con voz trémula, esta vez se removió un poco, encogiéndose, tal vez buscando algo de calor. Tenía frío, así que con todo el dolor de mi alma la aparté delicadamente a un lado y me levanté. A los pies de la cama, hecho un lío, estaba el edredón. Lo cogí y se lo eché encima. Me quedé allí de pie mirándola, al cabo de un minuto su expresión cambió, se relajó, se estiró en la cama y volvió a llamarme con una voz más cálida. No tuve mas remedio que reírme, estaba igual de enamorada de mí que yo de ella.
Le di un beso en la frente, y miré la hora, no eran más de las cuatro de la madrugada. Busqué mis pantalones, me los puse y salí de la habitación mientras iba apagando las velas. 
   Al salir al salón me lo encontré todo tal cual lo habíamos dejado al irnos precipitadamente a la habitación. Las velas encendidas, el vino descorchado encima de la mesita, las copas llenas, la ensalada a medias, y el pescado no llegué a servirlo. Pero lo que buscaba eran los papeles de la cabaña. En el suelo, a un lado de la mesita los encontré. Los recogí y los metí en el sobre malva. El lunes por la tarde iríamos a firmarlos, ya que yo me iría el miércoles y quería dejar este asunto cerrado. Fui apagando las velas del salón, guardé el vino en la nevera, despejé un poco la mesita y la cocina, incluido fregar los platos como le había prometido a Bella, y me volví a la cama con mi chica. Al meterme debajo de las mantas su aroma me golpeó, me encantaba como olía; no sé exactamente por qué, pero esa mezcla de su champú, su gel, sus cremas, su colonia, y su olor propio hacían  una mezcla que me embriagaba. Esperé unos minutos a que mi cuerpo se calentara debajo de las mantas, y me abracé a Bella. La cogí por detrás, rodeándola con mis brazos, ella se acomodó sin despertarse siquiera. Olí su cabello y al momento mi cuerpo respondió de la manera más natural y lógica posible, pero desde luego no la iba a despertar para eso, no tan temprano. Y allí, al calor de la cama, con el ser que más quería entre mis brazos, me dejé llevar por el sueño más placentero y reconstituyente posible.

   Un delicioso olor a pan tostado y café recién hecho me despertó. Instintivamente busqué a Bella en la cama, pero no la encontré. Me estiré como los gatos, ocupando toda la cama, abriendo al fin los ojos. La claridad me molestó bastante, las cortinas estaban abiertas de par en par, al igual que la puerta de cristal que daba al exterior, por donde entraba un fresquito mañanero con aromas del bosque que me puso el bello corporal de punta.

- ¡Buenos días dormilón! Como he visto que has recogido lo de la cena, te he hecho el desayuno.
- Buenos días cari, muchas gracias.
- Pero no he visto mis cereales.
- ¿No iban en las bolsas? Vaya, lo siento, se me olvidaría apuntárselo a Maggy.
- No pasa nada, te acompañaré con una tostada. Hazme sitio que hoy vamos a desayunar en la cama.

   Me senté y apoyé la espalda en el cabecero mientras la veía venir con la bandeja del desayuno. Llevaba puesta mi camiseta, solamente. Y nada mas verla así despertó mis instintos más primarios. Al pasarme la bandeja se dio cuenta de mi estado, y se ruborizó. Yo también lo estaba, pero a mí no se me notaba tanto, se me notaba más otra cosa de cintura para abajo.

-Qué buen despertar tienes Edd.
- Tú tienes la culpa. Mira como vas, provocándome con mi camiseta puesta.
- No me he traído el pijama.
- Ni falta que te hace mientras yo traiga camisetas. Ven aquí a mi lado y vamos a desayunar primero, y luego…
- ¡Luego nos vamos al lago! Tengo muchas ganas de darme un baño y tomar el sol.
- Como quieras cari. A mí también me apetece nadar un rato.

    El sábado lo pasamos prácticamente en el lago todo el día. Por la mañana estuvimos en la playa nadando, tomando el sol, coqueteando el uno con el otro, incluso echamos la barca al agua y dimos un paseo, yo remaba. A media tarde volvimos a la cabaña con la idea de adecentarnos un poco e ir a una playa cercana donde había un pueblo, varios hoteles, y un poco de civilización. Cenaríamos en algún restaurante, pasearíamos por la playa, que ya empezaba a llenarse de gente y a abrir los puestecillos de atracciones, feriantes, y comida ambulante. Lo pasamos en grande, después de cenar dimos un paseo cogidos de la mano por el paseo de la playa. En uno de los puestos de tirar al blanco con escopetines gané un peluche enorme color azul que le regalé a mi chica con todo mi amor. Más adelante nos compramos unos helados que nos fuimos comiendo mientras paseábamos por la orilla de la playa. Acabamos tirados en la fina arena artificial de la playa, en un rinconcito, besándonos como si fuésemos dos quinceañeros en su primera cita. En un alarde de caballerosidad la aparté de mí y le pedí que mirara las estrellas. Era una noche sin luna, oscura como boca de lobo, a lo lejos se veían las luces nocturnas del pueblo y del paseo marítimo. Pero donde nosotros estábamos apenas si llegaba la contaminación lumínica, y era un lugar propicio para poder contemplar las estrellas. Nos colocamos boca arriba, el uno al lado del otro, y le pedí que mirara los lejanos puntitos tintineantes que desde las alturas nos observaban.

- Mira Bella, qué espectáculo.
- Es sobrecogedor.
- ¿A que sí? Esta época del año no es la más propicia para ver las estrellas en todo su esplendor. Si estuviéramos en septiembre verías la grandiosidad de La Vía Láctea, te quedarías boquiabierta.
- Son preciosas.
- No tanto como tú.
- Edward,…
- Dime cari.
- Aún no entiendo por qué te has alistado en los marines. Creo que no estás tan mal. Tus padres te adoran, estás estudiando una carrera con futuro, te espera un trabajo fijo y de éxito en el bufete de tu padre. Y tienes a tu lado a una chica loca por tus huesos.
- ¿Tú tampoco me entiendes? No es cuestión de lo que tengo, es cuestión de hasta dónde soy capaz de llegar. Siempre he hecho lo que mis padres han querido, y yo quiero saber de qué soy capaz. Y quiero empezar haciendo algo de provecho por este maravilloso país, por sus habitantes, por mis padres, por ti Bella.
- Bueno, pues hazte voluntario en una ONG., no tenías que alistarte. Te pueden matar, y qué voy a hacer yo si te ocurriera algo.
- No me va a ocurrir nada, estate tranquila. No creo que me manden fuera, al menos no a una zona de alto riesgo. Mi padre ya está pidiendo favores para que no me exponga a ningún peligro.
- ¿Y lo vas a dejar?
- ¿Y qué quieres que haga? Espero que no le hagan caso, se supone que ahí somos todos iguales, no van a dar ningún trato preferente a todo el que su papá se lo pida.
- Pase lo que pase, ten mucho cuidado. No sé qué sería de mí sin ti.
- No te preocupes cari, pienso volver, no te vas a librar tan fácilmente de mí.
- Eso espero.

   Nos quedamos en silencio observando el cielo, el uno junto al otro, y de repente una estrella fugaz cruzó el firmamento, apenas si era perceptible, pero ambos la vimos, y como teníamos costumbre, pedimos un deseo. El momento fue algo mágico, como si fuera cosa del destino, pues ambos susurramos nuestro deseo a la vez, y de nuestras bocas salió la misma frase al unísono: “estar siempre juntos”. Nos abrazamos fuertemente, ella acurrucó su cara en mi pecho y yo la mía en su pelo, mientras esas mismas estrellas que nos deslumbraban con su singular luz nos observaban, mudos testigos del deseo recién formulado.
  Perdimos la noción del tiempo, y cuando la humedad de la arena se empezó a calar hasta los huesos decidimos irnos, volver a nuestra cabaña, nuestro hogar. Encendí la chimenea del salón, y mientras la leña iba prendiendo tiré los cojines al suelo, encima de la gruesa alfombra que allí había de forma perenne. Era un lugar ideal para pasar la noche acurrucado junto a mi chica, con una manta por encima, delante del fuego. Y así fue, allí, al calor del fuego nos amamos una y otra vez. Nos quedamos dormidos, abrazados, como si no existiera más mundo más allá de la tenue luz del fuego. Como si fuéramos las dos últimas personas sobre la faz de la tierra, ella la última mujer y yo el último hombre.
  Apenas si asomaban unos tímidos rayos de luz del sol del nuevo día por la gran cristalera cuando algo que rozaba mis costados me despertó. No soportaba las cosquillas, y eso era un arma muy poderosa que Bella conocía muy bien. Me alejé de ella con la esperanza de que me dejara seguir durmiendo, pero volvió al ataque, y no me quedó más remedio que defenderme. Cogí uno de los cojines y le di en toda la cara.

- ¡Así que quieres guerra!
- Has empezado tú. Déjame dormir.
- ¡Ni hablar! Eso ha sido toda una declaración de guerra, así que,… ¡Atente a las consecuencias!

   Me pilló desprevenido, se subió encima de mí atrapando mis brazos con sus piernas y atacó con una descarga de cosquillas. Como pude, pues entre las cosquillas y la risa tonta que me dio se me fueron todas las fuerzas, logré sacar un brazo y quitármela de encima, y entonces contraataqué. La tumbé subiéndome yo encima esta vez, y con una de mis manos sujeté las dos suyas.

- ¿Y ahora qué?
- ¡Me rindo!
- no acepto tu rendición, esto es una guerra sin tregua ni cuartel. Y no hago prisioneros.
- Pues entonces bésame.
- ¿Me vas a dejar seguir durmiendo?
- No. Es casi medio día.
- ¡Pero si está saliendo el sol ahora!
 - Quiero salir un rato al lago, ¿me acompañas?
- ¿Y para eso me atacas de esa forma?
- No había forma de despertarte. Parecías un aspirador. Roncas, ¿lo sabías?
- Yo no ronco.
- Sí que roncas. Ya verás como a la segunda noche en el ejército te echan porque no vas a dejar dormir al resto de los soldados.
- Qué graciosa me ha salido la niña.
- Suéltame anda, me haces daño. Vámonos al lago, va a hacer un día estupendo de sol y quiero broncearme un poco antes de volver mañana a la ciudad.
- Tú ganas. Desayunamos y nos vamos. Pero hoy te toca cocinar a ti.

   Pasamos el domingo también por el lago. Ella en cuanto llegó se quedó en bikini y se tumbó al sol. Yo también me quedé tumbado, pero a la sombra de una sombrilla que llevábamos, y allí terminé de dormir todo lo que me apetecía. Nos llevamos unos sándwiches y unas piezas de fruta para comer. Por la tarde nos dedicamos a seguir uno de los senderos que se internaban en el bosque. Era mas bien un despreocupado paseo sin prisas, pues ella no era muy ducha en las caminatas por el bosque, más bien rayaba en la torpeza. El sendero pasaba por la entrada de unas grutas, cerca de unos acantilados que caían a plomo al lago. A Bella no le gustaron aquellos agujeros negros que se internaban tierra adentro, tal vez fuera la guarida de algún animal salvaje. A mí me llamaron la atención, me hubiera gustado llevar una linterna encima, las habría explorado un poco. El sol empezaba a ponerse, así que optamos volvernos.
   Al llegar a la cabaña decidimos darnos un baño de agua caliente juntos. Tales eran las dimensiones de la bañera que la llenamos y nos metimos sin apretujos. Pusimos un poco de música ambiental, con la luz de las velas de la otra noche, y los dos desnudos en el agua caliente. Aquellos momentos fueron de los más intensos entre nosotros. Era algo que iba más allá del deseo carnal, de la excitación; más intenso que el amor que nos teníamos, más fuerte que la fuerza de la gravedad que nos mantenía unidos. Ella encima de mí, piel con piel, mezclándose nuestros alientos, alimentando nuestros sentidos el uno con el otro. Era magia. Allí sentí que jamás nos separaríamos, aunque estuviera en la otra punta del mundo, jamás me separaría de ella. Ni ella de mí, tal como habíamos deseado la noche anterior a esa estrella fugaz. Cuando el agua se enfrío nos salimos de la bañera y nos secamos el uno al otro, muy cuidadosamente, y nos fuimos a la cama. Toda la magia etérea de la bañera se disipó y nos entregamos al amor carnal sin restricciones. Así era nuestra relación, nos dábamos al 100% en todos los campos.

   Estaba empezando a amanecer cuando me desperté. Bella dormía a mi lado. Salí de la cama sin despertarla y con el bóxer puesto salí al porche a admirar la salida del sol. La habría llamado, sé que le hubiera gustado verla conmigo, pero no quise despertarla, dormía tan plácidamente. Cerré la cristalera para que no le entrara frío, y me quedé apoyado en el marco. Y mientras el sol iba lenta pero implacablemente saliendo de las aguas del lago, ganándole terreno a la oscuridad de la noche, fue sembrando la duda en mi interior. Al mirar al interior de la habitación y verla a ella durmiendo, en mi cabeza algo hizo clic, y lo tuve claro. Qué estúpido y prepotente había sido al alistarme en los marines. Si tenía todo mi mundo allí, durmiendo a escasos metros de mí, ¿por qué había hecho esa tremenda tontería de querer alejarme de ella? La bola de fuego que nos calienta día a día ya había salido completamente del agua; la vida en el lago ya había despertado, y yo me sumía en una desesperación inaudita al pensar en los meses que debería pasar alejado de ella.

3 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

Uy pobre me gusta mucho esta historia y que bueno que los problemas con la internet ya se solucionaron. Espero que tengas una nueva semana y te invito a que leas mi nueva historia navideña.

Arantxa dijo...

Llego tarde otra vez, ya lo se, perdona, me lié con una cosa del facebook y..bueno en fin, aquí me tienes otra vez, me alegro un montón que los problemas de conexión se arreglaran , esto no seria lo mismo sin ti.
respecto al capi, mira nena , después de leerlo por tercera vez, aun me sorprendo, ¿ te he dicho ya que me encanta la historia? si, seguro que si, y ahora me voy a por el nuevo.

Un besazo muy grande.
Me alegro que estés de vuelta.

Bonnie.

AH! Yo también regrese, pásate si quieres por el rincón, tengo nuevo look.

Un besazo mi Dama.

Iris Martinaya dijo...

Hola!

Menos mal que tienes hermanas a las que asaltar, jeje, espero que en uno de estos asaltos te pille por ahí, que tengo mil cosas que contarte, uf, se están acumulando las charlas,jeje.

Tu si que sabes como enamorar a una chica, porque este finde que les has preparado a Bella y Edward es insuperable, paseo por la playa, helados, peluche, la feria, jo, quien fuera Bella.

Lo de las grutas me ha puesto los pelillos de punta, en serio, me acordé de... màs adelante y pensé... Ay Edward, que ya es tarde para arrepentirse. Me voy a leer el otro.

Un beso