14/12/11

BUSCANDO UN SUEÑO:8º.- Huyendo de mi infierno


Capítulo 8º: HUYENDO DE MI INFIERNO


>>BELLA

Perdí todo consuelo
buscando en un mar
De carreteras
que me alejan de ti,
y ahora lo entiendo,
nada sin ti.

Amor, con estos versos
hoy me atrevo a decir,
no pasaría ni un segundo sin ti,
verso incompleto,
nada sin ti.

No duermo al pensar
que había un despertar,
que intenté besarte
y tú no estabas aquí.

Camino hacia atrás,
me miento al pensar,
mirando estas fotos
que me acercan a ti.

Amor, amor.

Aprendí de cada minuto
que paso y perdí
de cada distancia
que me arrastra el sentir,
de cada momento,
nada sin ti. *


   Una hora después me sentaba en el sofá del salón de los Masen, al lado de Elizabeth, enfrente de Edward senior. Maggy nos trajo un poco de zumo de naranja, leche caliente y unos bollos por si queríamos desayunar algo, el día se presentaba muy largo. Ninguno de los tres quisimos nada. Maggy, resignada, retiró la bandeja, y cuando ya se iba a perder por el pasillo en dirección a la cocina Elizabeth la llamó y le pidió que dejara las tareas y se sentara con nosotros. Maggy al principio se negó, hasta que Edward SR. se lo pidió también, era parte de la familia después de más de veinte años de servicio en la casa. A Maggy se le saltaron las lágrimas, lo agradeció sinceramente, y tomó asiento en una de las sillas alrededor de la mesa central.
   Las horas pasaban lentamente, desesperadamente. A las doce Edward SR. llamó al coronel Farrell.
Mantuvo con el coronel una tensa conversación. Al fin colgó. Se levantó de la butaca donde estaba sentado y se sentó al lado se su esposa. Ésta estaba esperando esa mala noticia desde el día anterior, algo en su interior le decía que su hijo no estaba bien. Mientras su esposo cogía sus manos ella negaba con la cabeza, los ojos llenos de lágrimas, el cuerpo tenso, temblando.

- Querida… no sé cómo decírtelo. Yo,… no lo sé.
- ¡Por favor Eddy!
- El coronel me ha confirmado que el avión se estrelló en el mar. No me ha podido asegurar si hay supervivientes, ni cómo fue. Me ha pedido que lo vuelva a llamar en una hora.

   Los dos se abrazaron, rompiendo a llorar. Jamás había visto al padre de Edward así. Yo no pude soltar ni una lágrima en ese momento, eran demasiado fuertes las emociones que recorrían mi cuerpo. No podía aceptar que Edward hubiese muerto en el accidente. No, esperaría a que volvieran a hablar con el coronel antes de imaginarlo. En mi fuero interno me repetía una y otra vez que Edward no estaba muerto, y así se lo dije, casi gritando, a su madre cuando cogió mi mano y me miró sin esperanza alguna por su hijo, con resignación. ¡No! Él no podía estar muerto, teníamos muchos planes juntos, toda una vida por delante, él no. Seguro que había sobrevivido, era un estupendo nadador y estaría esperando en el agua a que lo rescatara algún portaaviones de la armada. El tío Sam cuidaba muy bien de sus chicos y no los dejaba abandonados en medio del mar. Supuse que ya se había pasado  esa hora al ver a Edward SR. levantarse del sofá y dirigirse al gran ventanal que daba a los jardines. Sacó el móvil y marcó el número del coronel. Elizabeth se levantó también y fue detrás de él.

   Solo oí una frase salir de la boca del señor Masen: “No hay supervivientes”.
Una frase lapidaria que se repetía en mi cabeza una y otra vez “no hay supervivientes” “no hay supervivientes” “no hay supervivientes”.
Toda mi mente, todo mi mundo se redujo a esa frase. Mis ojos pudieron ver cómo Elizabeth se desplomaba al lado de su marido, y éste la sujetaba antes de que cayera al suelo. Vi cómo acudía en su ayuda Maggy, y entre los dos se la llevaron por el pasillo. Pero yo estaba en otra dimensión, en una donde lo único que sabía era que mi novio había sido víctima de un accidente donde no había supervivientes. Aún seguía el eco de esa frase repiqueteando en mi mente. Y yo apenas si empezaba a ser consciente de la magnitud de tal frase, no era capaz de asimilarla y asumirla.
Una mano se posó en mi hombro y me zarandeó suavemente, sacándome de mi estupor y llevándome a mi nuevo mundo, un mundo sin él.

- ¡Bella! ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que llame a tu casa?
- … No, no hace falta… Estoy bien.
- ¿Seguro?
- Sí. Debo irme.
- ¿Quieres que te acompañe Maggy a casa? Lo haría yo, pero Elizabeth me necesita.
- No hace falta señor Masen, creo que podré conducir hasta casa.
- Como quieras.
- Por favor, cuando sepan algo, avísenme. Y si me necesitan, para lo que sea, también.
- No te preocupes hija, te mantendré informada. Y no nos olvides tú a nosotros, ya has visto lo solos que nos hemos quedado.

   La imagen de un hombre como Edward SR. hecho añicos, desmoronado y ya sin nada por lo que luchar en la vida me despidió del salón donde, presidido por su foto con el uniforme de gala, habíamos pasado el trago más amargo de nuestras vidas. Allí tuvimos que poner punto y final a su vida sus seres queridos.

   Todo lo que vino después era ya algo artificial. Toda la parafernalia militar que siguieron los días posteriores nada tenían que ver con él. Ni la bandera de las barras y estrellas, ni la medalla póstuma, ni el pésame por escrito del mismísimo presidente, ni los días de luto oficial, ni las banderas a media hasta, ni la marcha fúnebre. Nada, nada de eso devolvería a Edward a casa, a unos padres rotos por dentro de dolor, ni a mí. Todo ese calvario lo tuvieron que pasar sus padres solos, yo no estuve presente cuando dos oficiales del cuerpo de marines llamaron a su puerta para comunicárselo oficialmente. Ni estuve presente en los días posteriores con toda esa ceremonia de luto y homenajes póstumos. Me hubiera gustado por el simple hecho de poder acompañar a sus padres, para que no se sintieran tan solos. Ellos tuvieron la entereza suficiente para poder soportar todo ese sufrimiento. Yo no.

   Al salir aquel día de casa de sus padres tuve la suficiente fuerza para conducir hasta casa. Y una vez en mi habitación estallé en llantos y gritos de desesperación. Estaba sola en casa, así que no vi ningún motivo para contenerme. El dolor me desgarraba por dentro, un inmenso y frío vacío se adueñó de mí, y cuando las lágrimas se acabaron en mis ojos, y la voz no me salía de la garganta; me acurruqué en una de las esquinas de la cama, dispuesta a dejarme morir, consumida por mí desgracia.
A media tarde mi madre llegó a casa y directamente subió a mi habitación. No le hizo falta preguntarme nada. Se sentó a mi lado y me abrazó, me acunó en su regazo, intentando apaciguar mi angustia. Yo solo atinaba a decirle, casi sin vocalizar, con la garganta reseca y negando con la cabeza, que él no iba a volver, no había supervivientes. La luz del exterior poco a poco se fue difuminando, entrada ya la noche mi móvil sonó. Lo cogió mi madre, era Jessica. Mi madre la puso al tanto de la trágica noticia. Quería venir con Mike pero mi madre le dijo que era ya muy tarde, que mejor vinieran al día siguiente, había sido un día muy duro para mí y necesitaba descansar. Pasé la mitad de la noche a oscuras en mi habitación, llorando silenciosamente, deseando a cada segundo que la muerte me llevara a mí también, junto a él. La otra mitad creo que dormí algo, con un sueño ligero lleno de pesadillas, gritos, y mi pobre madre a  mi lado. Al salir el sol pudimos descansar las dos en mi cama un par de horas. Phil nos había preparado el desayuno, pero yo no quería ni salir de mi habitación, y mucho menos comer algo, lo habría echado conforme me entraba al estómago.
   A primera hora de la tarde Jessica, Mike y Eric entraron a mi habitación. Mi madre nos dejó solos. Las lágrimas, que creía ya secas en mis ojos volvieron a brotar. Todos lloramos, él era nuestro compañero, nuestro amigo desde hacía muchos años, y éramos una piña. A media tarde Jessica y mike se fueron. Eric se quedó un rato más. Yo estaba más calmada, pero no podía soportar esa realidad que poco a poco iba ganando sitio en mi cabeza, era sencillamente imposible para mí aceptar la muerte de Edward. Ni tan siquiera podía relacionar esas dos palabras juntas, muerte y Edward, asociadas ahora por un nexo irrompible. Necesitaba una forma de evadirme, aunque solo fuera por estos primeros días, de esta cruenta realidad. Estaba desesperada por no encontrar forma alguna de no pensar en eso, cuando me vino a la cabeza Raymond y sus sustancias ilegales.

- Eric, ¿tienes el móvil de Ray?
- No pensarás…
- Solo es algo para poder descansar esta noche.
- Pero si tú siempre has estado en contra de todo eso.
- Y lo estoy, pero, ¡mírame! No voy a poder descansar en toda la noche, y mañana quiero estar con sus padres.
- No sé Bella, no es una buena idea, tómate una tila.
- Mi plan alternativo es desesperarme toda la noche hasta que decida meterme en la bañera y cortarme las venas. Por favor, ¿no ves que necesito descansar algo esta noche y si no es con ese tipo de ayuda no lo voy a conseguir?
- De acuerdo, pero yo lo llamo.
- Vale. ¿Dónde iremos a recogerlo?
- Puedo ir yo solo.
- No tienes coche, iremos los dos. Le diré a mi madre que vamos a salir a tomar un poco el aire, no me lo podrá negar.
- ¡OK! Estás ansiosa por empezar el camino de tu perdición.
- Mi perdición se inició antesdeayer cuando su avión se estrelló contra el mar.

   A mi madre no le hizo mucha gracia dejarme salir, pero dadas las circunstancias, y viendo que Eric venía conmigo, sus padres eran vecinos de buena reputación, nos dejó marchar con la firme promesa de no volver muy tarde. Pusimos rumbo a la zona sur, a los barrios bajos y de mala fama de la ciudad. Eric me fue indicando el camino entre un laberinto de callejuelas sucias y mal olientes. Me hizo parar en la puerta de un garito de mala muerte, pintarrajeado con firmas de bandas y graffiti. Un grupo de pandilleros nos observaba desde la entrada. Reconocí a Ray entre ese grupo por su estatura. Una mezcla de jazz con rap bastante  transgresor se mezclaba en una rivalidad sin límites con el potente house que sonaba al otro lado de la calle. De una cosa tan banal como el estilo de música que llevaras en tu coche podía depender si saldrías vivo de ahí o no. Mientras Eric me aconsejaba que lo esperara en el coche yo ya había abierto la puerta y salía de él. Eric se interpuso entre los pandilleros y yo, pidiéndome calma. Lo ignoré, sabía a qué había ido allí y ahora que estaba delante del tipo a quien quería ver no me iba a detener. Alzando la voz, imponiéndome, le pedí a Ray hablar con él a solas. Eric se negó, pero poco nos importó a Ray y a mí, me miró de arriba abajo y con un gesto me indicó que lo siguiera al interior. Eric intentó seguirme pero sus secuaces le impidieron el paso. Cruzamos el garito, por una puerta entramos a un almacén, una puerta al fondo nos llevó a un patio por donde accedimos a un pequeño despacho por unas endebles escaleras en el primer piso. Se sentó en la mesa del despacho y me ofreció una de las sillas.

- Tú dirás en qué puedo ayudarte.
- Quiero algo fuerte, para olvidar.
- ¿Te ha dejado tu novio?
- ¡No es asunto tuyo! Solo dame lo que te pido, te voy a pagar.
- ¿Qué es lo que quieres? ¿Crack? ¿María? ¿Caballo?
- Lo más fuerte.
- Te propongo una cosa. Tendrás todo lo que quieras, si nos vamos ahora mismo a esa cabaña que tienes en el lago. Tú y yo solos.
- Ray, esa cabaña no es mía. ¿Me vas a dar algo o no? Toma estos dólares, son más que suficientes.
- Está bien muñeca, te voy a dar el mejor caballo afgano que tengo. Por ser el primero invita la casa, pasa aquí. Te la voy a preparar, no creo que sepas qué hacer con ésto, ¿verdad?

El hecho de que mencionara a mi novio y la cabaña me puso al borde de las lágrimas, pero haciendo acopio de toda mi sangre fría, hice todo lo que pude para que no se me notara. Le puse en la mano un puñado de billetes, no lo cogió. Pero me cogió del brazo y me empujó a una habitación contigua, me dejé guiar. Era muy espaciosa, con una gran y destartalada cama en medio, una mesa en un rincón y tres sillas alrededor. Nos sentamos en las sillas y de un cajón de la cómoda que tenía detrás sacó un pequeño maletín. Me guiñó un ojo asegurando que era material de fiar, era para su propio uso. Lo abrió y sacó de su interior una jeringuilla y una aguja desechables, un trozo de goma, una cuchara y una bolsita llena de un polvo blanco. Del bolsillo se sacó un encendedor,  alargó la mano para alcanzar un botellín de agua de la cómoda. Me senté expectante, era la primera vez que veía cómo se hacía un pico de caballo. Mi dolor se removió en mi interior, tal vez presagiando que eso era para hacer que desapareciera. Mi alma lo esperaba impaciente, si era capaz de mitigar el dolor, bienvenido sería, nada me podía ya ofrecer la vida sin Edward a mi lado.
   Cargó la cuchara con cierta cantidad de esos polvos blancos y del botellín de agua le añadió unas gotas. Se veía muy confiado con lo que estaba haciendo. Cogió el trozo de goma y me lo ató en uno de mis brazos por encima del codo. Estiró mi brazo con la palma de la mano hacia arriba encima de la mesa mientras me aseguraba que sería solo un pinchazo. No me hacían ninguna gracia las agujas, pero a estas alturas poco me importaba ya. Retomó la cuchara y con la llama del encendedor fue calentando su contenido hasta que el polvo blanco se deshizo con el agua. Tomó la jeringuilla y la rellenó con la sustancia blanca de la cuchara mientras me pedía que cerrara el puño fuertemente para poder notar mis venas. Con sus dedos dio unos golpes al pliegue interior de mi codo, buscando una buena, y al localizarla dirigió la aguja hacia ella. La noté clavarse en mi fina piel, buscando la vena y acertando en ella a la primera, y en vez de apretar el émbolo de la aguja como yo creía, lo que hizo fue tirar de él y la jeringuilla se llenó con mi sangre, que se mezcló con la sustancia blanca tiñéndose de rojo. No esperaba de ninguna de las maneras ver mi sangre y puse mala cara. Ray se rió de mí, y como si intentara tranquilizarme me explicó que así la droga iría más rápidamente al corazón y actuaría antes. Cerré los ojos y lo dejé hacer. Noté como soltaba de mi brazo el trozo de goma, como sacaba la aguja y doblaba mi brazo.

- Ya está muñeca, te puedes quedar aquí todo el tiempo que quieras. Tu amiguito se fue hace rato.

   ¿Eric se había ido con mi coche? No me importaba lo más mínimo, ya no. Había entrado en un mundo totalmente aparte de ese donde la persona que más quería había desparecido para siempre, y no quería volver allí. Oía la voz de Ray cada vez más lejos, pero no me importaba, cerré los ojos nuevamente y eché la cabeza hacia atrás, sumergiéndome en ese mundo de colores, sin preocupaciones, ese mundo donde el todo es la nada, y ya nada importa. Al fin había logrado huir de mi infierno particular, del mundo sin él. Alguien me agarró  por los hombros y me sacudió fuertemente, abrí los ojos y vi a Ray, creo que le grité con voz pastosa que me dejara tranquila, y los cerré nuevamente, volviendo a mi remanso de paz. Entonces noté como si me cogieran en peso y me llevaran en volandas, y de súbito me dejaran caer sobre un mullido lecho. Me sentí volar, libre al fin de  mi dolor, ya ni recordaba la causa de éste. Quería desconectar totalmente de mi cuerpo, pero notaba como si alguien me sobara, como si me estuvieran quitando a tirones la ropa, forzándome. Era incómodo. Abrí los ojos y vi sobre mí a Ray, me decía algo mientras reía en mi cara exhalando todo su aliento de alcohol y tabaco a la altura de mis labios, pero no sabía qué quería decirme. Cerré los ojos y volví a mi recién descubierto mundo, donde no existía el dolor.

   Cuando volví a abrir los ojos un fuerte dolor de cabeza y mareo acudieron enseguida a mi cabeza. Estaba totalmente desorientada, no sabía ni dónde estaba, ni qué hora era, ni quién era el tío que dormía a mi lado. Solo recordaba un lugar donde era feliz. Enseguida acudieron a mí el recuerdo, el dolor, la impotencia, la angustia. El tío de mi lado se desperezó y levantó la cabeza para mirarme, con un gesto de prepotencia me miró con ojos turbios, entonces me di cuenta de que estaba desnuda, y el tío era Ray.

- ¿Quieres otro pico muñeca? Solo son las dos, aún nos queda toda la noche.

   Me dejé caer en la cama. No quería ni pensar en lo que había hecho ni cómo había llegado desnuda a esa cama, solo ansiaba volver al mundo de la felicidad. Le dije a Ray que sí, no me importaba ya caer hasta el fondo. A los pocos minutos se sentó a mi lado con la jeringuilla lista y volvió a chutarme otra vez. La misma paz volvió a invadirme, pero esta vez notaba como si mi corazón no quisiera seguirme, les faltaba aire a mis pulmones, mi corazón cada vez iba más lento. No me importaba, prefería terminar así, ahí, que seguir sin él, sin Edward.
   Las luces multicolores de mis alucinaciones dieron paso a una negrura que asustaba, a unas tinieblas dignas de la peor película de terror. Por primera vez sentí miedo, esto no era lo que yo quería, lo que yo andaba buscando. Estaba sola y a oscuras. Poco a poco una tenue luz empezó a brillar a mis espaldas, cada vez más blanca. Me giré y lo vi. El famoso túnel de luz que debes cruzar para saltar al otro lado, donde una vez allí no hay retorno. Una figura humana se perfilaba al final, alta, esbelta, y terriblemente familiar, ¡era Edward! Pero lejos de estar ahí esperándome avanzó por el túnel hacia mí y pasó de largo. En el último momento pude agarrar su mano y retenerle unos segundos. Entonces se giró y pude verle en todo su esplendor. Sus ojos verdes llenos de amor, su pelo castaño despeinado despreocupadamente como a él le gustaba llevarlo, sus labios carnosos, su sutil barba de dos días que apenas si se le notaba. Era él, más real que nunca, el Edward del que yo me había enamorado; no ese del uniforme de gala, serio, sin su sombra de barba y sus cabellos al viento. Me sonrió, pero sus ojos destilaban tristeza. Levantó la mano que le quedaba libre y apenas rozó con las yemas de los dedos mi mejilla. El contacto de sus dedos fue algo arrebatador. Cerré los ojos por dos segundos y múltiples sensaciones acudieron a mi cuerpo recorriéndolo, logrando estremecer hasta el último de mis rincones. Era electrizante. Abrí los ojos y nos quedamos mirándonos, no fueron más de uno o dos segundos, a mí me pareció una eternidad. Sus labios se aproximaron a los míos rozándolos levemente, en vez de la calidez que esperaba los sentí fríos, helados, al igual que el contacto de sus manos, ahora me daba cuenta. Se deshizo de mi mano al tiempo que bajaba la otra y siguió su camino sin mirar atrás. Algo golpeó fuertemente mi pecho, como una corriente eléctrica, dolió. No le hice caso a ese golpe, no podía mientras veía esa amada silueta perderse entre las tinieblas que me rodeaban. No entendía por qué no iba hacia el túnel, y una cosa era segura, si él no iba, yo tampoco. Otro fuerte golpe en mi pecho, justo en el corazón. Intenté seguirlo entre las tinieblas, llamándolo. Otro golpe, aún más fuerte, y el débil latido de mi corazón volvió a su sitio. Abrí débilmente los ojos sin lograr ver nada, la mirada desenfocada, vidriosa. Alguien gritaba a mi alrededor: “¡La hemos recuperado! ¡La tenemos! ¡Vámonos zumbando para el hospital!”




*-> “Sin ti”
Antonio Orozco
El principio del comienzo


1 comentario:

Iris Martinaya dijo...

Como ya te he dicho varias veces, para mí, aunque sé que lo has tratado todo con mucho cuidado, con delicadeza, es uno de los capítulos más duros. No recordaba el detalle del túnel, fue premonitorio vamos.

Es que es todo, el dolor de ella, me trasmites la impotencia, me puedo perfectamente poner en el lugar de Bella.

Voy a por otro capi.

Bss