12/1/12

BUSCANDO UN SUEÑO:13.- Cara a cara




Capítulo 13: CARA A CARA

EDWARD


   Segundo día de universidad, primero para mí. Y el hecho de que mi hermana fuera a estudiar lo mismo que yo solo para echarme un ojo no me facilitaba las cosas. Aún no era seguro que andara solo entre los humanos, y debido a mi empeño en querer estudiar derecho a raíz de lo que descubrí de mi pasado en Chicago; ahí estaba la pobre Alice estudiando leyes cuando lo suyo serían bellas artes o interpretación. Prefería a Alice antes que a Tanya, que se ofreció gustosa. Afortunadamente Tanya no podía estar de continuo en Seattle y fue Alice la que me acompañaría.
  Llegamos tarde a nuestra primera clase, gracias al encanto de Alice pudimos entrar, la profesora era un cayo de los duros, un cayo que Alice supo roer. La sorpresa estaba dentro, sentada en mitad del aula, mirándome como si acabara de ver al mismísimo diablo en persona. Y lo era para ella. El monstruo que hacía un año en Denver no pudo culminar sus intenciones afloró de golpe, quemando mi garganta y mi voluntad nada más verla, nada más percibir su efluvio. La ponzoña rápidamente llenó mi boca, señal inequívoca de que mi cuerpo estaba listo para alimentarse. Agarré fuertemente la mano de Alice y ella supo infundirme la templanza necesaria para seguir adelante, sentarme en la silla y atender a esa clase de derecho político durante hora y media. Su mente me lo repetía a cada minuto: “Tranquilízate edward, no le vas a hacer nada, no respires y mira mis visiones, no va a pasar nada, sabes controlarte”. Tragué la ponzoña mientras el monstruo iba cediendo poco a poco, pero no podía bajar la guardia, estaba latente ahí. Debería controlarlo. Acabó la clase y Alice me arrastró rápidamente fuera del aula, ni tan siquiera me giré para ver a la chica de mi sueño. Aquella que durante el último año había estado de continuo en mis pensamientos. Aquella que en mi viaje a Chicago esperaba y temía encontrar. Y la vine a encontrar precisamente aquí, tan cerca de mi hogar.

- Edward, ¿qué ha pasado ahí adentro?
- Era ella, estaba ahí mirándome. Ella me tiene que conocer de antes.
- La chica de Denver.
- Así es, la chica de mi sueño.
- La chica cuyo olor te descontrola. ¿Qué vas  a hacer?
- No lo sé Alice.
- Si quieres que te ayude, tienes que tomar una decisión.
- Lo mejor será que me vaya.
- Si ves que no eres capaz de controlarte es la mejor opción.
- Tú te quedas con Jasper, ¿no?
- Sí, hemos quedado en la cafetería de la biblioteca. No te preocupes por mí.

   Me fui directamente a mi coche y me senté. Al meter la llave en el contacto me quedé pensativo mirando el salpicadero, aferré con fuerza el volante. No recordaba nada de este coche, este volvo S60R que hacía unos meses había rescatado de una tienda de coches de segunda mano en Chicago. Era el mismo que tenía en mi vida humana. Y me gustaba, rápido, seguro, manejable, estaba orgulloso de mi gusto para los coches. ¿Reconocería ella este coche lo mismo que a mí? No sabía qué hacer, debería largarme y olvidarme de acabar la carrera de derecho, como había prometido ante la tumba de mi padre humano, un padre del que no recordaba nada en absoluto. Solo sabía de él que había sido un prestigioso abogado y que tenía un famoso bufete de abogados en Chicago, Masen&Norton. No me atreví a aparecer por allí por si me reconocían.
 Incluso llegué a estar en mi casa, ahora abandonada y cerrada a cal y canto. Entré dentro forzando una de las ventanas del segundo piso. Paseé por todas las habitaciones de su interior, el salón, la cocina, no tenía ningún recuerdo del lugar ni de la casa. De la dueña de la casa, mi madre biológica, me dijeron que hacía meses había abandonado la ciudad con destino incierto. No pude averiguar nada más. Al menos ya conocía mis orígenes, gracias a las averiguaciones de Carlisle con mi número de la seguridad social averigüé que mi ciudad natal era Chicago. Fue un golpe de suerte dar con el volvo, no tenía recuerdos, pero nada más verlo sentí ganas de meterme dentro y conducirlo.
 De ella no logré averiguar nada. Y ahora que la había encontrado nuevamente, y que había sobrevivido una hora y media en mi presencia, iba a largarme, a perderle la pista otra vez. ¿Y si pudiera controlarme ante su olor, y poder hablar con ella? Debería intentarlo. Saqué la llave del contacto y salí del coche, la decisión estaba tomada, Alice ya debería ver las consecuencias. Me dirigí a la cafetería de la biblioteca. Entrando percibí tenuemente su olor, ¡estaba allí! Llené mis pulmones de aire y decidido entré. La vi sonriéndome,… no, a mí no, a la chica que iba delante de mí. Me colé en sus pensamientos, se conocían, eran compañeras de piso. El monstruo salió y me paré en seco, el deseo de su sangre corriendo por mi garganta quiso dominarme y esta vez mi voluntad fue más fuerte. No necesité a nadie a mi lado para contenerme, yo solo me giré y salí de allí, aún no estaba preparado. Alice salió detrás de mí alentándome, lo había hecho muy bien.
   Nos dirigimos al coche y nos metimos dentro, a los pocos minutos apareció Jasper y entró también.

- ¡Qué le has dado a esa chica? Cada vez que te ve su interior se agita como un terremoto.
- No lo sé Jasper. Ella tiene que conocerme de cuando era humano.
- El año pasado en Denver causaste verdaderos estragos en ella, y ahora igual. ¿Qué piensa?
- No lo sé.
- ¡¿No lo sabes?!
- ¡No! ¡No lo sé! No puedo leerle la mente. Lo he intentado varias veces, y nada.
- ¿Nada?
- Esta mañana en clase de político me he pasado la hora y media devanándome los sesos buscando sus pensamientos. Y nada.

   Nos quedamos los tres pensativos. Jasper conjeturaba sobre las posibles causas de por qué no podía entrar en su mente, si bien él sí podía interferir en su estado de ánimo, lo había comprobado en la cafetería. Alice intentaba ver algo de su futuro, ahora tan ligado a mí por el delicioso y maldito olor de su sangre. Dependiendo de la decisión que tomara, ella tendría uno u otro destino. Transcurrida una hora Alice habló:
- Edward, debes tomar una decisión ya. Creo que lo mejor para todos sería que…
- No Alice, no puedo dejarla marchar ahora que la he encontrado. Ella fue alguien muy importante en mi vida, lo sé, lo siento, y voy a averiguarlo. Ya has visto que puedo llegar a controlarme, la próxima vez lo haré mejor. Necesito saber quién es. Aquel sueño antes de despertar a esta vida me la mostró para que tuviera un recuerdo nítido de ella, y fue ella la que me llamó por mi nombre, yo no lo recordaba.
- ¿No le dijiste a Carlisle tu nombre?
- No. De alguna manera él ya lo sabía, y mira, en mi placa de identificación solo vienen las iniciales y el apellido.
- ¿Cómo lo supo entonces?
- No lo sé, lo que sí sé es que me oculta algo. Luego hablaré con él. La última clase está a punto de empezar, ¿Vienes?
- Por supuesto. Jass amor, ¿nos esperarás?

   Me guardé las placas de identificación dentro de la camiseta después de enseñárselas a Alice, no debería de llevarlas, pero era algo que me unía a mi pasado. Salimos del coche hacia el aula, llegamos de los primeros y nos sentamos en la primera fila. Poco a poco fueron llegando el resto de los estudiantes, hasta que ella entró delante de la profesora. Nos miró a ambos, sacudió su cabeza y se sentó  detrás de mí pero cerca, sentía su efluvio demasiado cerca. No obstante me controlé, me estaba familiarizando con ese turbador olor suyo, poco a poco se estaba haciendo cada vez más soportable.
 La profesora Higgins nada más llegar se fijó en mí y se pasó todo el rato comiéndome con los ojos, y su mente era todo un canal porno cuyos actores éramos ella y yo. Era repulsivo, a pesar de que tenía un cuerpo diez, jamás se me pasaría por la mente aquellas escenas tan explícitas que su mente imaginaba, ni con ella ni con nadie. Mientras a duras penas podía dar su clase de economía política se le ocurrió un jueguecito, pidió un voluntario y rechazando a más de veinte chicos que tenían en sus mentes los mismos pensamientos para con ella, me sacó a mí a la fuerza. Me negué, sabía que no serviría de nada, así que resoplé con pesadumbre, y demasiado tarde me di cuenta que me había quedado sin aire en los pulmones para poder hablar. Me levanté de la silla y mientras remangaba las mangas de mi camiseta fui cogiendo aire muy despacio. Era turbador cómo su aroma allí estancado sobresalía del resto de aromas de los demás mortales. La garganta quemándome, la boca llenándose paulatinamente de ponzoña, el monstruo iba escalando por mis entrañas, pero no lo dejé salir, lo tragué con la ponzoña. Alice pudo apreciar mi esfuerzo y en su mente me alentó. Salí al estrado y la profesora empezó a hiperventilar al verme de pie a su lado, se apoyó en su mesa mientras me preguntaba mi nombre. Mientras le decía a la profesora que me llamaba Edward no pude evitar mirarla por primera vez pensando “me lo dijiste tú en mi sueño”.
   Su rostro se desencajó, el color huyó de sus mejillas y sufrió un desvanecimiento. Quise correr a su lado para sujetarla, pero mientras lo pensaba ya estaba Alice ahí sujetándola. Me aproximé y sin pensarlo se la arrebaté, apoyándola en mi pecho, Alice me recordaba mentalmente a cada momento que controlara mis instintos más primarios. El resto de estudiantes se arremolinaron, me exasperaron y posando una de mis frías manos en su frente, sabía que eso la ayudaría, les pedí un poco de espacio para que pudiera respirar. El contacto de mi mano sobre su frente, caliente, suave, fue algo arrebatador. Sentía como si de ella manara una corriente eléctrica que entraba en mi cuerpo a través  de mi mano y lo recorría de punta a punta. Unos flashes de mi memoria humana cruzaron mi mente, en ellos pude verla claramente en el interior del volvo. Era ella, en mi coche.
 La tenía entre mis brazos, su rostro a 20cm del mío, y lentamente abrió sus ojos. Se derramaron sobre los míos como chocolate caliente, calentando a su paso mi muerto corazón. Conforme fue enfocando la vista en mi rostro retiré mi mano de su frente, y lo único que atiné a decirle era si se encontraba mejor. Su cuerpo tembló entre mis brazos, su instinto la estaría avisando de que estaba en peligro, y justo cuando iba a alejarla de mí y soltarla reaccionó de una manera que me dejó perplejo. Agarró con fuerza mi camiseta y ocultó su rostro en mi pecho. Me tensé, el monstruo se revolvió en mis entrañas. Miré con cara de circunstancias a Alice, “¿Qué hace? ¿Qué hago?” le preguntaba con la mirada. Me dijo mentalmente “Cógela, la vamos a sacar de aquí”

- Profesora Higgins nuestra compañera se ha desmayado, vamos a sacarla que respire aire fresco.
- Sí sí, será lo mejor, he de continuar con mi clase. Si no se mejora la podéis llevar a la enfermería de la facultad de medicina.
- No se preocupe, mi hermano y yo nos haremos cargo.

   La acuné entre mis brazos, con su mano aferrada fuertemente a mi camiseta y su rostro en mi pecho, se sentía tan bien el calor que emanaba su cuerpo; y la llevé a un banco en el jardín que había enfrente de la facultad, a la sombra de unos abetos. Solté a regañadientes su mano de mi camiseta para poder darle espacio. Alice me empujó y ocupó mi lugar, lentamente abrió los ojos y se encontró con los de Alice.

- ¿Estás mejor?
- …Sí, aquí fuera puedo respirar aire fresco. Gracias.
- ¿Te llevamos a la facultad de medicina?
- ¡No! Estoy ya bien, no hace falta.
- De todas formas descansa aquí un rato, nos quedaremos contigo hasta que estés bien.

   No podía apartar la mirada de ella, me tenía hipnotizado. Su corazón y su respiración recobraban su ritmo normal. Llevó su mano a su frente y la bajó lentamente por su rostro hasta su cuello. Entonces levantó la mirada y me miró, por primera vez, sin miedo, como encarándome, y sin apartar la mirada de mis ojos me preguntó:

- ¿Podemos hablar un momento tú y yo a solas, Edward?

   Alice se incorporó decidida a irse, pero en su mente pude ver un montón de advertencias: “Sé discreto con lo que le dices sobre nosotros, y no seas brusco con ella. Mantente alejado y por Dios controla tu sed, respira lo justo. De momento no veo problema alguno, pero estaré cerca, y si tengo que intervenir no dudes que lo haré. Ten mucho cuidado con ella hermanito, cuídala”. Me miró enfatizando todo lo que me acababa de decir mentalmente con sus ojos. Se alejó sin decir nada, dejándonos solos. Me senté en el otro extremo del banco, mirándola, ella me observaba en silencio. Se acercó a mí, pero al ver mi expresión volvió a su sitio. El viento me venía de frente derramando todo su olor en mis narices, respiré un poco, con cuidado, lo suficiente para poder hablar, y ese olor se coló por mis fosas nasales llegando a lo más profundo de mí, allá donde aguardaba el monstruo. Cerré brevemente los ojos para acallarlo, no iba a dejar que me aguara el momento. Ella entrelazó ambas manos en su regazo, buscando valor suficiente para mirarme de frente. Pocos segundos después lo halló.

- Edward, ¿eres realmente tú? ¿Qué te pasó? ¿Por qué?
- Dime, ¿quién crees que soy?
- No lo creo, sé que lo eres. El lunar en el cuello, la forma del nacimiento de tu pelo, la cicatriz del brazo, y en la cadera tienes una mancha de nacimiento.

   Me conocía muy bien, no iba a ser fácil convencerla de que no era yo, tendría que cambiar de táctica. Su rostro estaba contenido, al borde de las lágrimas, pero sabía dominarse, quería una explicación y sabía perfectamente que si se dejaba llevar por sus emociones no la obtendría. En esos pensamientos estaba cuando la vi alargar la mano lentamente hacia mi cuello. Me pilló tan desprevenido que no reaccioné. Ella simplemente alargó la mano y cogió una de mis placas de identidad que se había quedado colgando del cuello de mi camiseta. Ya no había dudas en sus ojos.

- Sé perfectamente que eres Edward Anthony Masen, de Chicago. Y sé que estás muerto desde hace dos años.

   Esa era mi terrible verdad, la que no podía confirmarle, entre otras cosas porque no la entendería. Por lo menos ya sabía que la A de mi nombre era de Anthony.

- Pues como ves, no estoy realmente muerto, oficialmente sí, pero aquí estoy.
- ¿Por qué no nos avisaste de que estabas vivo?
- No podía.
- ¿Sabes el daño que le hiciste a tus padres? ¿A mí?
- ¿A ti?
- ¡Sí Edward! ¡A mí!

   Su compostura se vino abajo como un castillo de naipes, las lágrimas caían ya sin consuelo, silenciosas, por sus mejillas. Alargué mi mano para pararlas, para darle consuelo, me dolía verla así. En el mismo momento que pensé que no sería correcto que mis gélidos dedos pararan sus lágrimas se apartó. No quería mi consuelo. Las secó con la manga de su blusa y me hizo frente buscando esa explicación que tanto esperaba. Tan solo dos palabras atiné a decir, tan sentidas como si le hubiera echado un discurso de dos horas.

- Lo siento.
- Un simple “lo siento” no va a borrar todo el dolor de mi corazón.
- No podía hacer otra cosa. De hecho, creo que no debería estar aquí ahora hablando contigo.
- Eso demuestra lo que yo te importo.
- No es eso, es que no… debería. Han pasado muchas cosas que tú no entenderías.
- Ya, claro. ¿Y por qué no pruebas a explicármelas?
- No puedo.
- ¿Qué? Ni que fueras de la CIA,… ¿Eres de la CIA? ¿Y por eso simulaste tu muerte?
- …sí, algo así.
- Y la hermana esa que te has sacado de la manga también, ¿no?

   El dolor había dado paso a la rabia gracias a la frustración que sentía. Tenía mucho genio y lo estaba sacando sarcásticamente contra mí. No me merecía otra cosa. Podía llegar a imaginarme su dolor, y la entendía. Pero no podía decirle la verdad.

- No saques conclusiones precipitadas. Alice me ha ayudado mucho en todo esto.
- Ya. Y con todo esto, a ti no te ha importado destrozarnos la vida a tus padres y a mí. ¿Sabes que tu padre murió de una angina de pecho semanas después de tu desaparición? Y tu madre, si la vieras no la reconocerías.
- Eso seguro.
- Y yo, yo, Edward, tuve una parada cardiaca por una sobredosis. Te lo dije antes de que te fueras, si te pasaba algo no podría seguir viviendo sin ti. Me prometiste que no te pasaría nada, ¡Me lo prometiste!
- Yo,… lo,… lo siento, de verdad. Esto no ha sido algo voluntario. Lo siento mucho, jamás quise haceros daño alguno.
- Y ahora te presentas ante mí, intentando arreglar las cosas con un simple “lo siento”. Pues eso no me vale. Me hace daño verte, oírte. Quiero que me dejes en paz, no vuelvas a acercarte a mí. ¡Eres un egoísta de mierda!

   La última frase me la escupió a la cara clavándose en mi inerte pecho como una afilada daga. Se levantó y con pasos decididos se dirigió a la facultad. Pero no había dado más de diez pasos cuando paró en seco y se giró hacia mí. Secó con su mano las lágrimas que corrían ya abiertamente por sus mejillas y me dijo con rabia, casi gritándome:

- ¡Y quítate esas ridículas lentillas, no soy tan tonta como para no haberme dado cuenta!

No me atreví a salir detrás de ella, no quería montar una escena allí. Estaba muy nerviosa, enfadada y decepcionada conmigo. Nada lograría si iba detrás salvo improperios e insultos. La dejé ir, pero con todo lo que me había dicho, con todo ese dolor que vi en sus ojos, en sus gestos, en sus palabras; sé que fui alguien muy importante en su vida, tal como ella lo habría sido en la mía. Me quedé sentado en el banco, a los pocos minutos apareció Alice, se sentó a mi lado, e intentó animarme.

- Dale tiempo Edward, ha sufrido mucho desde aquel día.
- Lo sé, no me ha hecho falta leerle la mente para saberlo.
- Ella te sigue queriendo, por eso te ha reprochado tantas cosas.
- Si aquel día hubiese muerto definitivamente, habría sido lo mejor. Ella ya lo ha superado, y vuelvo a colarme en su vida. Fuera la que fuera la relación que teníamos, solo he aparecido para provocarle más dolor.
- ¿Acaso dudas del tipo de relación? No hay más que veros juntos, Edward esa chica era tu novia. Y si le das tiempo, si tienes paciencia, podrás recuperarla.
- No lo sé, además, para qué quiero recuperarla, ¿para ponerla en peligro cada vez que estemos juntos?
- Sabes controlarte muy bien.
- Sí, aunque me cuesta mucho esfuerzo. Pero en un descuido, en un momento de debilidad podría…
- Mira esto, por eso te digo que le des tiempo, ella te va a perdonar.

   En su mente se fue formando una de sus visiones, una vaga visión de apenas dos segundos mostrándonos a ella y a mí juntos, cogidos de la mano, y ella con esa turbia mirada teñida de sangre de los neófitos. Mi cuerpo saltó como si me hubiesen prendido fuego y me puse en pie.

- ¡No Alice! Jamás permitiré que ella sea como nosotros, no la voy a condenar a esta maldita existencia.
- Me temo que eso no va a depender de ti. Habrá que estar a la expectativa, por muy decidido que estés a que ella no sea como nosotros, lo va a ser.
- No pienso dejar que nadie de nuestra especie le toque un solo pelo. Con su olor no lo contaría.
- Eso desde luego, hasta para mi huele de forma tentadora.
- Alice…
-Tranquilo, lo tengo superado.
- Nadie la va a transformar, yo me ocuparé de eso, aunque signifique tener que alejarme definitivamente de ella.

   Le lancé las llaves del volvo mientras en su cabeza se formaba la visión de cómo iba a volver a casa. Prefería correr por los bosques, despejarme, pensar en soledad y volver a casa más calmado. Me alejé de allí sin rumbo fijo, en busca de un poco de soledad, soledad que encontraría en lo más recóndito de los Montes Olympic.

1 comentario:

Iris Martinaya dijo...

Al final me he traído el café aquí. Es que es muy fuerte, ella lo único que sabe es que ha llorado a su novio durante dos años, que su familia se ha roto, padre muerto y madre, vete tu a saber donde y ahora él aparece, aparentemente, para ella, como si nada.

Me ha gustado mucho que él haya recuperado su volvo. Es realmente su antiguo coche?

Un beso