15/1/12

BUSCANDO UN SUEÑO:14.- La carta




Capítulo 14º: LA CARTA


                                                                                                                                              EDWARD

   Corrí a través del bosque, tal como me gustaba hacer. La velocidad era mi bálsamo. Sentir el aire golpeando con fuerza en mi cara, peinando mi pelo. Esquivar los árboles a una velocidad vertiginosa. Los troncos caídos, las piedras, la maleza, todo el bosque se confabulaba cada vez que corría a través de él para darme esa sensación de subidón de adrenalina, o para apaciguar mi ser; según mi estado de ánimo.
   Enseguida llegué a los límites de Forks. En este pequeño pueblo mi nueva familia tenía una residencia a las afueras, en una parcela privada en el bosque. Nos mudamos allí después de mi incorporación a la familia. Pero no fui a casa, quería estar solo. Me quedé en la ladera de uno de los montes, en un lugar lo suficientemente solo donde no me molestara nadie, encaramado al árbol más alto que encontré. Mas calmado cerré los ojos y su rostro vino a mí. Sus ojos marrones mirándome con desdén me perseguían por todas las tinieblas que ocupaban mi mente. Esos ojos seductores, inquisidores, y reprobantes. ¿La amaría tanto antes como lo estaba haciendo ahora? Porque ese era el sentimiento que se estaba formando en mi interior, amor. Un amor oculto desde aquella mañana en la que desperté a mi nueva vida, y que ahora al encontrarla, al haberla tenido tan cerca, había explotado llenando todo mi vacío interior. Estaba perdido. Ahora me tocaba lo más difícil, tomar una decisión y ser consecuente con ella. No quería apartarme de ella, mi interior se removía angustiado cada vez que pensaba en alejarme de ella para no ponerla en peligro. Ese olor suyo no solo volvía loco a mi lado más inhumano, también volvía loco a mi corazón. Esa parte de mí que había dejado de latir hacía dos años, era como si volviera a hacerlo estando a su lado. Pero debería tener muy presente a mi monstruo, no podía consentir que le pasara nada malo.


   El recuerdo de aquella, la única vez que estuve a punto de morder a un humano me acosó. El monstruo se agitaba nervioso en mi interior ante el recuerdo. Meses atrás, cuando estuve averiguando mi pasado en Chicago, en un oscuro callejón al sur de la ciudad me topé de narices con un violador acosando a una muchacha. Tan claro como podía leer en la mente de ella el miedo, el pánico que sentía al verse sola, acorralada y amenazada por aquel individuo; pude leer en la de él todos los pensamientos que le incitaban, acorralarla, asegurarse de que no había nadie cerca, jugar con ella, hacerla gritar de pánico mientras la iba tocando, forzando. Nada más pensar en el perverso placer que todo eso le acarrearía, aparte del disfrute sexual tal como a él le gustaba, lo cegaba. No era la primera vez que lo hacía. Aquel individuo era un psicópata, un peligro para cualquier mujer que se cruzara en su camino. Decidí acabar con él, salvar a la muchacha, y probar la tan deseada sangre humana. Por mucho que insistieran Carlisle y el resto de mi familia, a fin de cuentas la sangre humana es nuestro alimento natural. Cuando ya la tenía contra la pared aparecí detrás de él como un fantasma. Lo agarré del cuello levantándolo un metro del suelo, y con un hilo de voz, ronca, bañada en ponzoña, le dije a la muchacha que se fuera de allí. El monstruo estaba feliz, dominando la situación, pero no se contentaría con el tipo, también la quería a ella. Ver en sus mentes el horror que les causé con mi sola presencia me hizo dudar por unos segundos de si estaba haciendo lo correcto. No solo veía el pánico del tipo, sino el de la muchacha también. Verme a través de sus ojos, no como su salvador, sino como otra amenaza más terrible aún que el violador me perturbó. Ella estaba viendo al monstruo, el mismísimo demonio, despiadado, sediento de sangre. Allí lo vi claro, entendí al fin todo lo que mi familia venía diciéndome sobre lo de beber sangre humana. No era solo el hecho de alimentarse, era la vida que te cobrabas al hacerlo. Aun el más miserable de los hombres, como el que tenía entre mis manos, no merecía ese final. Y lo peor era que, tal como me había avisado Carlisle, esa muerte pesaría en mi conciencia a lo largo de mi existencia, esa y todas las que decidiera cobrarme por alimentarme. Pensando todo eso el tipo perdió la conciencia entre el pánico que ahora le invadía y la falta de aire.
La muchacha se encontraba ya a salvo, dos calles más abajo había dado con una patrulla de la policía, se dirigían hacia aquí. Le di una patada en el trasero al monstruo, ni esa noche ni nunca se alimentaría de sangre humana. Dejé al tipo tirado en mitad del callejón y trepé a lo alto de uno de los edificios que nos rodeaban. Desde allí pude ver cómo la policía detenía al tipo, y como ella, una vez ya a salvo, del tipo y de “su salvador”, respiraba tranquila. No podía dejar por nada en el mundo que aquel miedo de la muchacha lo sintiera ella. Antes de eso desaparecería de su vida para siempre. Debería desterrar de mi interior al monstruo, tal como había logrado hacer Carlisle.

   No me di cuenta que la noche se me había echado encima. Aquí el cielo permanece encapotado por una densa capa de nubes la mayor parte del año, por eso mi familia mantiene aquí una residencia fija. Aquí podían hacer una vida lo más humana posible sin tener que limitarse a la noche, podían salir de día, siempre que no hiciera sol.
 Escrutando el cielo en busca de alguna estrella que hubiera conseguido romper la barrera de nubes, acudieron a mí las últimas palabras que me dijo antes de marcharse en dirección a la facultad, “que me quitara las lentillas”. Sonaba bastante ridículo, mis ojos tenían el típico color de un vampiro que no se alimenta de sangre humana, un color dorado. ¿De qué color serían mis ojos antes? Los suyos eran marrones achocolatados, unos ojos dulces, espesos, donde no me importaría perderme. Quería saber el color de los míos, y la única manera de saberlo era a través de ella.

 Unas horas antes del alba empezó a caer una fina lluvia. El contacto del agua empapando mi ropa me sacó de mis pensamientos, y noté alrededor mío la presencia de un animal salvaje. A varios metros debajo de mí, en el suelo, rondaba un puma solitario. Había permanecido tantas horas ahí arriba sin mover un solo músculo que el más mínimo rastro de mi presencia había desparecido, ayudado tal vez también por la lluvia. El animal caminaba expectante buscado una posible presa. No sabía que él se había convertido en la presa, el cazador cazado. De un solo movimiento le salté encima. Reaccionó demasiado tarde. Limpiamente y sin dejar que me hiciera un solo rasguño en la ropa clavé mis dientes en el pulso de su cuello y me dejé llevar por el frenesí que producía en mi cuerpo el sabor de la sangre. Como cada vez que me alimentaba, notaba cómo la vida iba abandonando el cuerpo de mi presa del mismo modo que abandonaba la sangre sus venas. Al acabar dejé el cuerpo allí tendido sin vida de ese magnífico animal. El sol despuntaba al este, estaba preparado para volver a casa.

   Al entrar me recibió Esme, siempre me recibía con su maternal sonrisa y alegría en sus ojos. No podía imaginar una madre más dulce que ella.

- Edward, hijo, me tenías preocupada.
- Hola Esme, ya estoy aquí.
- Vienes empapado. Será mejor que te cambies.
- Ahora mismo subo a cambiarme. ¿Y Carlisle? Tengo que hablar con él.
- Ha tenido turno de noche en el hospital, no tardará mucho en llegar.
- Lo esperaré, no tengo prisa.
- Alice ya nos ha contado lo de esa chica y del olor tan especial que tiene su sangre para ti. Sabía que podrías contenerte. Siempre has demostrado mucho autocontrol.
- Sí, bueno,… Esme, tú estabas allí cuando me transformé. Dime, ¿cómo averiguasteis mi nombre?

   Estábamos frente a frente. Al hacerle la pregunta la había agarrado delicadamente de los hombros, apremiándola a que me contestara. Ella me miró a los ojos, reflejándose los míos en los suyos, del mismo color dorado. Recordó aquellos días en su mente para mí, en especial cuando me trasladaron a la isla. Vi mi cuerpo humano como si de un muñeco de trapo se tratara en brazos de Carlisle. Ella sujetaba mi cabeza, como si ésta no tuviera conexión alguna con mi cuerpo. Había visto esa escena a través de los pensamientos de Carlisle, pero nunca a través de los de Esme, el sufrimiento y la preocupación de ella por mí eran más que evidentes. Levanté una de mis manos y le acaricié la mejilla con el dorso de los dedos, intentando tranquilizarla, los recuerdos la habían conmovido.

- Sabes que te encontramos en mitad del mar con el cuello roto, apenas si te quedaban unos minutos de vida. Carlisle te mordió porque yo se lo supliqué.

   Recordó cuando me depositaron en la cama donde se llevó a cabo mi transformación. Mi cuerpo era un amasijo de carne descompuesto, con la cabeza colgando. Me quitaron los restos del uniforme, y mientras Carlisle me ponía ropa suya Esme se llevaba la mía. De entre ella encontró una bolsita con algo dentro, lo miró con más detenimiento y vio que era una carta lo que había en esa bolsa.

- ¿Una carta?
- Sí. Era todo lo que llevabas encima. Carlisle tuvo que abrirla para averiguar tu nombre.
- ¿Por qué no me lo habíais dicho antes?
- Edward esa carta era de tu novia. No es yna buena idea que intentes ponerte en contacto con ella. Para tu familia tú estás muerto. Nos pondrías en peligro a todos.
- Esme si esa carta es de mi novia, entonces la escribió ella, la chica de la universidad.
- ¿Qué?
- Es ella.
- Pero, ¿cómo…?
- No lo sé. Ella me conoce, pero yo a ella no. ¡Necesito esa carta!

   Sin darme cuenta la estaba sujetando fuertemente por los hombros mientras la zarandeaba, dejándome llevar por el momento. No tenía noción de la fuerza con la que la estaba sujetando hasta que noté la presencia de Carlisle en el recibidor. En una fracción de segundo se puso a mi lado quitando mis manos de encima de Esme, mientras me advertía en su mente que la dejara, le estaba haciendo daño. Se interpuso entre nosotros para protegerla, noté cierta amenaza en sus ojos avisándome de que no la volviera a dañar. Ella había notado esa tenue tensión y haciéndolo a un lado se colocó entre nosotros. Los miré con arrepentimiento, jamás hubiera dañado a ningún miembro de mi familia, y menos a Esme. Ella lo miró, me miró, y agarrando su mano se dirigió a él.

- Carlisle ha llegado el momento de darle a Edward la carta. Ella ha aparecido en su vida.
- ¿Estás bien mi amor?
- Claro que sí. Jamás me haría daño alguno.
- Está bien. Edward acompáñame a mi despacho.

  Se dieron un beso. Como de costumbre cada vez que algún miembro de mi familia demostraba ese tipo de sentimientos con su pareja, giré mi cabeza al suelo intentando darles toda la intimidad que podía. Algo imposible si sus pensamientos se colaban en mi cabeza enarbolando ese amor como la única bandera por la que darían sus existencias. Carlisle se separó de ella y se dirigió a las escaleras en dirección a su despacho. Me rezagué un poco, quería disculparme con ella. Me acerqué y le di el acostumbrado beso en la frente que le daba siempre.

- Lo siento Esme, no he querido hacerte ningún daño.
- Tranquilo hijo, no me lo has hecho. Ahora ve con Carlisle, él te explicará.
- Gracias, madre.

   Sé que la llenaba de dicha cada vez que alguno de mis hermanos o yo la llamábamos así. Para todos nosotros simplemente era esa figura que en esta existencia habíamos perdido para siempre. Éramos afortunados al tenerla a ella. Subí las escaleras a la velocidad de la luz y me planté delante de Carlisle en su despacho, estaba esperándome. Me indicó con la mano que tomara asiento pero le dije que no señalando mis ropas mojadas. El enfado ya había pasado. Ahora le preocupaba la información que esa carta podría aportarme. Como siempre, él me hablaba con sus pensamientos, y yo le contestaba con mi voz:

- A ella ya la he encontrado, o más bien el destino nos ha puesto juntos otra vez. Me la he tropezado en varias ocasiones en estos dos años. Debo saber quién es, no sé ni su nombre. Y con esa carta averiguaré lo que había entre nosotros. Tú la leíste, ¿qué ponía?
“Solo leí el saludo, no quise seguir leyendo. Con saber tu nombre de pila era suficiente. Y, ¿ya te ha visto y te ha reconocido?”
- Así es. Y no te preocupes, no sabe nada de mi condición actual. Ella sola se ha montado una película. Cree que fingí mi muerte y ahora soy de la CIA.
“No está mal. Mecanismos del cerebro humano ante un considerable trauma para dar una explicación razonable a algo que no la tiene.”
- ¿Y la carta?
“En la isla. Si la quieres vas a tener que ir hasta allí a por ella.”
- En tal caso voy a llamar ahora mismo a aeropuerto y salir en el primer vuelo. ¿Te importa que viaje solo?
“No. De todas formas Emmet y Rosalie están en Sao Paulo, ponte en contacto con ellos y que te esperen. Y ya si quieres te pueden acompañar a la isla.”
- Solo voy a estar allí el tiempo necesario para recoger la carta.
“Ellos tienen planes de viajar a la isla en unos días y quedarse allí varias semanas.”
- Perfecto, no quiero arruinarles su enésima luna de miel.

   Después de viajar desde Seattle a Río de Janeiro, e ir en el yate hasta la isla, al fin pude entrar al despacho de Carlisle donde en el escritorio estaba la carta. Esa era mi meta desde que salí de Forks. Emmet y Rosalie estaban en la playa, me habían acompañado desde Río. Me senté en el sillón del escritorio y abrí el cajón donde Carlisle me indicó que la encontraría. Debajo de unos sobres encontré la bolsita que la protegía. La abrí y un tenue olor familiar me rodeó, ¿olía a ella? Miré el destinatario, Cabo E. A. Masen, con una dirección de San Diego. Giré el sobre y me encontré con el remitente: Isabella M. Swan. Isabella. Su nombre era Isabella. Cerré los ojos y a mi mente vino uno de los flashes del pasado, su cara con unos años menos, de adolescente, sonriente, mientras decía “solo Bella”. Retuve en mi mente esa imagen. Era así cómo querían que la llamaran, Bella. Abrí el sobre y su olor, si acaso algo rancio y demasiado perfumado, pero a fin de cuentas su olor, ese olor de su sangre, de su ser me dio de golpe en las narices. ¡Dios! ¿Cómo era posible que hubiera metido lo que más me perturbaba de ella en este sobre? Un ronco gruñido gutural salió de mi pecho, no tenía por qué esconder mis sentimientos aquí. No era ya el monstruo el que se removía en mi interior, a fin de cuentas no había allí presa alguna a la que hincar el diente. Aquel gruñido fue producto de otros sentimientos, que no sabía explicar muy bien. Emmet asomó la cabeza por el ventanal.

-¡Ey hermanito! ¿Qué ha sido  ese gruñido?

   Diría que esa interrupción me puso nervioso, si eso fuera posible en mí, ya que di un salto del sillón poniéndome de pie.

- Nada. Cosas mías.
- ¿Estás bien?
- Sí.
- ¿Has encontrado lo que buscabas?
- Sí, aquí lo tengo.
- OK, me alegro por ti. Oye, ¿a qué huele ahí dentro?
- ¿Cómo?
- Sí tío, ¿no huele como a colonia rancia, con una mezcla rara de...?
- Ah, sí, es lo que andaba buscando. Está un par de años aquí guardado.
- Am, vale. Luego contamos contigo, Rosalie te tiene una sorpresita.
- Lo siento, me voy  enseguida, he venido a por esto y me voy.

   Me senté en el escritorio con el sobre en las manos.

- Venga tío, no nos hagas esto. Quédate por lo menos esta noche, sé que después nos lo vas a agradecer.
- Vale Emmet, pero mañana a primera hora me voy, tengo el billete a casa ya reservado. Y ahora déjame hacer.
- Tú mandas. Me voy con mi chica, me está esperando en la playa de las tres palmeras. Ni se te ocurra aparecer por allí en las próximas horas o te arrepentirás.

   Volví a deleitarme una vez más con aquel olor. Encendía en mi interior sensaciones nuevas, si alguna vez las había experimentado no lo recordaba, pero desde luego eran muy intensas. Un par de minutos después vacié el contenido del sobre en el escritorio. Cayó un folio manuscrito doblado de forma escrupulosa, y una foto. Era ella, ya no había dudas. En mi vida anterior ella, Bella y yo habíamos estado juntos. Me quedé mirando aquella foto intensamente durante largos minutos, de fondo una playa, un atardecer, y ella medio tumbada en un pequeño embarcadero, posando sensualmente y sin apenas ropa. Esa foto estaba haciendo estragos en mi mente y en cierta parte de mi cuerpo que jamás en mi nueva existencia había dado señales de vida. Sacudí la cabeza mientras parpadeaba varias veces, intentando despejar mi mente y calmar mi cuerpo. Me puse de pie, dejé la foto encima del escritorio y cogí la carta, la desdoblé y empecé a leerla.


Querido Edward:
   ¡Te hecho tanto de menos!
  Aunque hablemos todos los días por el móvil, aunque nos mandemos emails todas las semanas, no me puedo resistir a la tentación de escribirte unas líneas de mi puño y letra mientras estás por ahí aislado de maniobras. Es una lata que no podamos hablar, pero bueno, se puede soportar.
  Esta tarde he estado en tu casa tomando café con tu madre, y hemos estado hablando de ti, bueno, más bien de nosotros. Me dice tu madre que me quieres mucho, y yo le he contestado que eres el amor de mi vida.
  ¿Sabes? En este tiempo que llevamos separados, tan lejos, me he ido dando cuenta de lo que significas en mi vida, de lo importante que eres para mí. Desde que no estás aquí me siento como vacía, como si te hubieras llevado contigo mi corazón, espero que me lo devuelvas pronto. No concibo una vida sin ti. Solo espero que tú sientas lo mismo.

  ¿Cómo se te ocurre decirle a tu madre que me has notado distante? Solo quiero no agobiarte, te veo muy estresado últimamente, y no quiero por alguna razón desconcentrarte de tus quehaceres ahí.
  Me ha comentado que para cuando acabes la instrucción tal vez puedas venir de permiso, ojala sea cierto. Podríamos irnos algún día a nuestra cabaña, y descansarías de todo el ajetreo que llevas ahí. Sería maravilloso poder estar en la cabaña contigo, aunque solo fuera un día. Por cierto, ¿recuerdas dónde me hiciste esa foto que te mando? Sé que la disfrutarás pillín, ¡Pero por Dios no la vayas enseñando por ahí!, esa foto es en exclusiva para ti.
  Cuídate mucho Edward y no hagas tonterías, sé que estás disfrutando todo ese mundo, pero recuerda que aquí en Chicago tienes una chica esperándote, que te quiere con locura.

  Me despido ya de ti, espero que me llames en cuanto puedas, extraño hasta tu voz, estos días que estás de maniobras se me están haciendo eternos.
  ¡Te quiero mucho!
  ¡Te amo!
  ¡Muchos muchos besos!

Siempre tuya:

Bella


   Caí de rodillas al suelo con la carta entre mis manos. Si mi condición de vampiro me hubiese permitido llorar, lo habría hecho durante horas, desconsoladamente, esas lágrimas que ahogaban mi pecho. Releí la carta varias veces, y poco a poco pude ir reaccionando. Poco a poco la realidad de lo que significaba yo para ella, de todo lo que nos unía, de lo que sentíamos el uno por el otro se fue abriendo paso en mi cabeza. Ahora entendía sus duras palabras en la universidad, y las dimensiones del dolor que sentía. Un dolor que lentamente se fue colando también en mí. Ya no podía, no quería estar lejos de ella. Quería recuperarla, y si tenía que juntar el cielo con la tierra para poder estar con ella, lo haría.
   Me levanté del suelo y me senté nuevamente en el sillón, y allí estuve unas cuantas horas releyendo la carta una y otra vez, y mirando la foto, adivinando las mil expresiones que denotaban sus ojos, en exclusiva para mí. Sí, para un Edward humano, pero igual de enamorado de ella que el vampiro, o tal vez incluso más enamorado el vampiro que el humano. Tan absorto estaba pensando en ella que unos golpes en la puerta me pillaron desprevenido.

- ¿Edward? ¿Aún sigues aquí?
- Hola Rosalie. Sí, aquí estoy aún.
- ¿Por qué no sales con nosotros? Tenemos visita.
-… ¿pero qué?... ¿qué hace ella aquí?
- Esta era la sorpresa que te teníamos guardada. Ha venido por ti. Anda no seas descortés con nuestra invitada y sal a saludarla. Está ansiosa por verte.

   Ya había notado su presencia en el salón junto con Emmet, con quien charlaba animadamente. No podía creer que mis hermanos me hicieran esta encerrona. Apreté los dientes en un intento de contener la rabia. Doblé la carta cuidadosamente y la metí en su sobre junto con la foto, su eterna compañera. Y el sobre lo guardé en mi camiseta junto a mi corazón, justamente en su sitio, lugar del que jamás tendría que haber salido. Un corazón que ya no latía, pero que sentía lo mismo por la autora de esa carta. Me calmé durante unos segundos, y poniendo una sonrisa, lo justo para dar la bienvenida a nuestra invitada, salí al salón.


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