25/1/12

BUSCANDO UN SUEÑO:17º.- Tenemos que hablar






Capítulo 17: TENEMOS QUE HABLAR


Si no quieres fiarte, al menos óyeme
Permanecer hostiles no sirve a ti ni a mí.
No quiero interrogarte, reprocharte nada hoy,
Yo más bien estoy buscando dónde estás, quién soy.

Al menos ahora
Hablamos a solas.

Al menos ahora nos miramos sin volver la cara
Las dudas, los hechos, me explotan contra el pecho.
Será que estamos hartos de nuestro mal humor
La lista de defectos que hicimos tú y yo.

Olvida los temores de un problema que no fue
Dame tiempo de aclararte todos tus porqués.

Al menos ahora
Hablamos a solas.

Al menos ahora nos miramos sin volver la cara
Las dudas, los hechos, me explotan contra el pecho.
Y yo aquí esta noche
Tras de un sí que no sale.

Al menos ahora nos miramos sin volver la cara
Al menos ahora te dan ganas de entregarte toda,
Y es aquí cuándo y dónde
Gritarás tú mi nombre.

Si no quieres fiarte, al menos óyeme
Permanecer hostiles no sirve a ti ni a mí. *






BELLA


   Como no tenía que ir a primera hora a la universidad me quedé en casa repasando el poco temario que ya habíamos dado. Más tarde cogí el autobús que me llevó al campus. La hora de la verdad se acercaba. Tenía clase con el profesor Uley justo antes del almuerzo. La verdad es que estaba impaciente por que empezara la clase. Entré a la pequeña aula, poco después entró el profesor. Antes de empezar se fijó en mí, se acercó y me preguntó escuetamente cómo estaba, le contesté que bien, asintió con la cabeza y volvió a su mesa listo para empezar su clase. Ni Edward ni su hermana postiza aparecieron. En la cafetería de la biblioteca tampoco los vi. Ni en las dos siguientes clases. Tanto que me había preparado para ese momento, pensando durante toda la noche las palabras a decirle, los reproches a echarle en cara, y el desplante que tenía preparado para despedirme de él; todo eso tuve que guardarlo para el siguiente día, si es que aparecía.

Los días siguientes estuve yendo a las clases con el firme convencimiento de que tarde o temprano aparecerían, pero llegó el fin de semana y ninguno de los dos habían aparecido por la facultad.
El lunes empezaba las clases a media mañana  con el profesor Mcwell, y al entrar ahí estaba ella, la supuesta hermana de Edward, sentada en la mesa con un libro en las manos, aunque mostraba un evidente interés en mí. Con ella no tenía nada que hablar, así que ignorándola pasé por su lado mirando para el otro lado mientras iba a mi sitio. Ella no hizo lo mismo conmigo, me agarró del brazo parándome en seco, casi obligándome a que la mirara:


- ¡Ey! ¡Hola! ¿Cómo estás?
- ¡Eh!.. Bien,… gracias. Si me dejas, voy a mi sitio.
- El otro día me dejaste algo preocupada.

Me sacó de mis casillas intentando aparentar esa normalidad tan falsa, agarrándome aún el brazo. Di un tirón soltándome mientras le contestaba:

- El cobarde de tu hermano sabe bien cómo puedo estar, pregúntale a él. Si me disculpas, la clase va a empezar ya.
- Perdona, solo me preocupaba por ti. Y mi hermano pronto volverá, ha tenido que salir de viaje. No te preocupes, pronto podrás hablar con él.
- No tengo nada que hablar con él.
- Yo creo que sí.

Sencillamente le negué con la cabeza, resoplando pesadamente, si le contestaba corría el riesgo de explotar allí mismo con toda la rabia e indignación que iba acumulando a lo largo de los días, y que tenía reservadas para Edward. Le di la espalda y me senté dos filas más atrás. Apenas si atendí en clase, la rabia por su descaro me cegaba. De vez en cuando la miraba, si las miradas matasen… Me la estuve cruzando en todas las clases, no se atrevió a decirme nada más, pero me miraba sonriéndome. Definitivamente no me caía bien, la notaba muy cínica, demasiado artificial a la hora de querer acercarse a mí. Si estaba allanándole el camino a “su hermano” lo estaba haciendo fatal.

   Al día siguiente  fui con Angela y Mia en el coche de Ben. Tuvo que dejar el coche en los últimos sitios libres, los más alejados; y cruzamos el aparcamiento con paso ligero para no llegar tarde, por lo menos yo, tenía clase con la profesora Clinton. Al pasar por al lado de un coche gris plateado aparcado cerca de mi facultad me paré en seco y miré ese coche, era un volvo del mismo modelo que el de Edward. Por muchos deportivos que llegara a tener, jamás se separaba de su volvo. Y éste en concreto me resultaba muy familiar. Busqué la matrícula mientras una sospecha se iba formando en mi cabeza, y esa sospecha se hizo realidad al leer en ella el apellido del propietario: Cullen. Él estaba aquí con su coche de siempre, con su volvo, la serie numérica de la matrícula era la misma, tan solo cambiaba el apellido, Masen por Cullen. La rabia contenida a lo largo de todos esos días salió a flote como si de un corcho en el agua se tratara. No sé exactamente qué se cruzó por mi mente, pero acabé dándole golpes al coche con mi bolso repleto de libros. No me importaba que algunos estudiantes de los que pasaban por allí me miraran como si estuviesen viendo a una loca, en esos momentos no me importaba nada, tan solo deseaba que en vez del coche, estuviese ahí él. A lo lejos oí una voz llamándome, y  al oír mi nombre me derrumbé al lado del maldito coche, intentando recuperar el aliento, me había quedado exhausta, pero ese desahogo físico me dejó mejor, más calmada. La voz que me llamaba se paró a mi lado y vi a Ben intentando ayudarme a incorporarme.

- ¡Bella por Dios! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
- Nada… estoy… bien… no te… preocupes.
- Anda deja que te ayude.
- Gracias,… ya puedo yo.
- Vale, sé que eres una chica fuerte, pero mejor déjame ayudarte. Coge mi mano.
- …ya está Ben,… déjame, me apaño yo sola.

Me sacudí el trasero de los vaqueros mientras que Ben se agachaba a recoger mi bolso, observaba el coche y todas las abolladuras que le había hecho.

- Imagino que éste es su coche, ¿no?
- Sí.
- Si quieres puedo hablar con él, le puedo explicar que fue un accidente y que…
- No, déjalo. Quiero que sepa que he sido yo.
- De todas formas me gustaría hablar con él. Por lo menos para que sepa que no estás sola aquí, que hay gente contigo.
- No Ben, no quiero que os metáis en mis líos. Yo llevaré esto a mi manera. Ese capullo me hizo mucho daño, y…
- Por eso Bella, ni las chicas ni yo queremos que te vuelva a hacer daño. Lo mejor sería que me dejaras tener unas palabras con él.
- Por favor, no. He de irme, llego tarde.
- De acuerdo, pero no lo voy a dejar correr, luego lo hablamos.

Me colgué del hombro el bolso y me fui a la biblioteca. En el estado tan alterado que estaba, y teniendo clase con la profesora Clinton, no iba a ser nada bueno que encima me topara de narices con él. Entré en la biblioteca y me senté en una de las mesas centrales con tres estudiantes más, una chica y dos chicos. No me fijé en nada más, saqué uno de mis libros y lo abrí encima de la mesa. Hacía como que lo leía, pero en realidad solo estaba pensando en lo sucedido.
Estaba que echaba chispas, venir hasta la universidad con su volvo, el mismo que llevaba antes, el mismo en el que en Chicago nos movíamos a todas partes cuando éramos una pareja; era la gota que colmaba el vaso. Perdida en mis pensamientos  noté cómo alguien se sentaba cerca de mí con un libro en las manos, aparté mi bolso un poco para darle espacio sin mirarlo, solo me di cuenta de que era un chico.
  Resoplé negando con la cabeza, eran demasiadas cosas en tan poco tiempo. Recordé la tarde de la semana anterior en la que hablamos, en aquel banco del jardín de la facultad. No podía quitarme de la cabeza que él en vez de ir detrás de mí, me dejara ir sin darle la menor importancia. No salió detrás de mí, viendo en el estado en el que me fui, a darme ninguna explicación, ni tan siquiera para intentar calmarme, consolarme. Y no lo había vuelto a ver después. ¿Estaría huyendo de mí? Ya no estaba tan alterada como antes. Me fui relajando paulatinamente, hasta tal punto de arrepentirme de lo que le había hecho a su coche, pero el daño ya estaba hecho.
Tenía que hablar con él, y no quería postergarlo por más tiempo. Una infinita calma me invadió al tomar esa resolución, era lo mejor que podía hacer, poner las cosas claras cuanto antes mejor. Iría a la próxima clase, era con el profesor Uley, y hablaría con él. Miré mi reloj para ver la hora, no quería retrasarme, y al levantar la cabeza vi sentado a mi lado al chico rubio que lo acompañaba en Denver, el mismo que la semana pasada estaba con Alice en la cafetería. Nos quedamos mirándonos unos segundos. Pese a creer que me estaban siguiendo, con el consiguiente enfado que eso me provocaría, permanecí tranquila. No era lo normal en mí, pero estaba calmada. Lo volví a mirar, él no había desviado  su mirada de mí. Sus ojos dorados se trabaron nuevamente con los míos durante un par de segundos, y entonces me sonrió y bajó la vista a su libro. Algo de confusión ofuscó mi mente, y cuando quise mirarlo otra vez, lo vi alejándose.
  Me di cuenta que se había dejado el libro en la mesa, así que agarré mi bolso tirando de él, cogí su libro y salí detrás suyo para dárselo. También iba con la idea de enterarme de quién era, tal vez él no supiera quién era yo. En la biblioteca no me atreví a llamarlo, así que una vez que habíamos salido a la calle le grité intentando captar su atención. Se giró y cuando vio su libro entre mis manos puso cara de despistado y se acercó alegremente a mí.

- Perdona, te has dejado este libro en la biblioteca.
- ¡Ops! No me he dado cuenta, gracias Bella.

Nuestros ojos se trabaron nuevamente, él con cara de haber metido la pata, y yo con reproche y enfado, aunque el enfado no llegó a manifestarse. Solo sentía calma, tranquilidad, pero de manera un tanto artificial. Me sentía algo incómoda.

- No te enfades, por favor. Ven, sentémonos en ese banco y te lo explico.
- Edward ya te ha hablado de mí, ¿a que sí?

A escasos metros había un banco, me acompañó y gentilmente me invitó a sentarme, él lo hizo después de mí y a una distancia prudente. Le daría esa oportunidad que me estaba pidiendo de explicarse, no parecía mal chico.

- A decir verdad, no ha parado de hablar de ti en los últimos meses, lo que pasa es que no sabía que eras tú.
- ¡¿Qué?!
- Todo esto debería explicártelo él. Pero déjame decirte una cosa, en el accidente aéreo en el Atlántico recibió un golpe muy feo en la cabeza. No recuerda prácticamente nada de su pasado. Dale una oportunidad para que se pueda explicar, se la merece.
- Entonces, ¿no se olvidó de nosotros?
- No. Sencillamente no lo recuerda.

La explicación a su comportamiento cayó sobre mí como una losa de varias toneladas de peso. Bajé los ojos hasta el suelo, recordando su frío comportamiento conmigo. Eso lo explicaba todo. Era imposible que Edward se olvidara de nosotros con esa pasmosa facilidad que me dejó entrever el día que hablamos. Un sentimiento de culpabilidad apenas si iba naciendo en mi corazón cuando esa extraña sensación de tranquilidad volvía a invadirme.

- Tu próxima clase está a punto de empezar, él estará ahí, y quiere hablar contigo. Ve Bella, debéis hablar y aclarar las cosas.

Levanté los ojos y me encontré con los suyos en mí, llenos de ánimos, infundiéndome valor. Una gran sonrisa se asomó en sus labios, animándome a que fuera a clase a hablar con él.

-  Lo cierto es que sí, tenemos que hablar. De acuerdo, iré. Gracias…

Dejé la frase incompleta esperando que notara mi sutileza y me diera su nombre. Reaccionó al momento, y de manera exagerada.

-¡Oh! Perdone mis modales señorita Bella. Jasper Hale a sus pies.

Se levantó, y tomando una pose casi de reverencia se presentó. Fue a hacer ademán de coger mi mano, pero se abstuvo, haciendo una leve inclinación con la cabeza. Con una sonrisa en la cara me levanté y haciendo la misma inclinación con mi cabeza le contesté:

- Bella Swan. Si me perdonas Jasper, no quiero llegar tarde a la clase del profesor Uley. Gracias.

Salí casi a la carrera de allí, Jasper se quedó mirándome mientras sonreía. Me había caído muy bien ese chico, con esa alegre sonrisa, y esa sinceridad que destilaban sus dorados ojos. Llegué con tiempo de sobra. Me acomodé en mi sitio habitual en aquella aula tan reducida, esperando a que Edward llegara. Ansiaba verlo entrar por la puerta y poder hablar con él. Sentía que segundo a segundo un viejo sentimiento ya olvidado, que perdí aquel horroroso día del accidente, volvía a mi corazón. Un sentimiento que su padre eliminó de un plumazo con aquella frase que durante más de dos años permanecía retumbando en mi cabeza. Ese sentimiento no era otro que la esperanza, matada aquel día que su padre nos comunicó a su madre, a Maggy y a mí que no había supervivientes. Maldita frase que tantas vidas habrá destrozado. Pero en esa reducida aula, a la espera de que él entrara por la puerta, esa esperanza volvía pasito a pasito a ocupar mi corazón casi sin mi permiso, y digo casi porque en mi interior albergaba la esperanza (qué si no) de recuperarlo pese a todo lo sufrido.
 El profesor Uley era de los que aun habiendo llegado, si no era la hora, no cerraba la puerta, y dejaba entrar a los alumnos más rezagados. Llegó  con varios minutos de sobra y se sentó en su silla, esperando mientras preparaba sus libros, a que se hiciera la hora exacta. Me buscó entre los alumnos con la mirada, había tomado esa costumbre desde la tarde del autobús, y al verme me saludó con una leve inclinación de la cabeza y una media sonrisa, le devolví el saludo de la misma manera; estaba agradecida con él. Un minuto después entraron Edward y su hermana. El profesor giró la cabeza hacia ellos como si tuviera un resorte, y al verlos su cara cambió, una mueca de asco y horror se dibujó al instante. Se levantó y se dirigió a ellos, mientras lo oía decir con voz furibunda, apenas audible:

- ¡Ah no! Esto sí que no pienso consentirlo, solo faltabais vosotros en este aula tan reducida. En mi clase no va a entrar ningún Cullen.
- No estamos en la reserva, y le guste o no, somos sus alumnos.

Fue Alice la que le habló con desparpajo, Edward solo se limitó a buscar con la mirada a alguien entre los alumnos. Al verme su cara cambió del enojo por la reacción del profesor al alivio por encontrarme allí. Se dirigió hacia mí sin hacerle caso al profesor, que iba detrás de él ya gritando abiertamente que salieran de su clase. A un par de metros escasos Edward tendió su mano hacia mí, invitándome a ir con él, a la vez que miraba con gesto amenazador al profesor. Recogí mis cosas y me levanté, el profesor me siguió hasta la puerta, y allí me retuvo del brazo, con la angustia reflejada en su rostro:

- Señorita Swan no vaya con ellos, no es seguro para usted.
- ¡No te metas en esto!, ¡ella viene conmigo!

Edward le dijo aquellas palabras bañadas en una ira contenida que se podía ver destilada a través de sus dorados ojos, ahora refulgentes por una ira que no alcanzaba a entender, ¿por qué esa aprensión del profesor con ellos, y de ellos con el profesor?

- No se preocupe profesor Uley, solo vamos a hablar.
- ¿No recuerda la última vez que habló con él? Les vi, y luego la encontré destrozada en el autobús. Por favor Bella, no sabe qué clase de personas son, pueden hacerle mucho daño.

Oí una especie de gruñido sordo detrás de mí, ¿acaso se había colado en el edificio algún animal? Miré a mi espalda y solo vi a Edward y a Alice. Él se plantó delante del profesor y le advirtió:

- Jamás le haría daño a ella ni a nadie de los aquí presentes, salvo a algún chucho insolente. Ahora suéltela, le está haciendo daño. Bella, acompáñame por favor, tenemos que hablar. Luego si quieres puedes volver a la clase de este cretino.
- Lo siento.

Fue lo único que atiné a decirle al profesor. Se quedó mirándome, con decepción y preocupación reflejada en sus profundos ojos, mientras observaba, con impotencia, cómo me alejaba con los Cullen. A mi lado Edward me calmaba, mientras miraba, receloso, hacia atrás.

- Gracias por darme esta oportunidad. Tengo que explicarte muchas cosas.
- Lo sé Edward, lo sé. Hablemos.
- Sí, ven y hablemos cari.




* “Al menos ahora”
Nek

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