5/2/12

BUSCANDO UN SUEÑO:20º.- Volviendo a vivir



Capítulo 20º: VOLVIENDO A VIVIR


Me muero por suplicarte que no te vayas mi vida,
me muero por escucharte decir las cosas que nunca digas,
mas me callo y te marchas,
mantengo la esperanza
de ser capaz algún día
de no esconder las heridas
que me duelen al pensar que te voy queriendo cada día un poco más.
¿Cuánto tiempo vamos a esperar?

Me muero por abrazarte y que me abraces tan fuerte,
Me muero por divertirte y que me beses cuando despierte
Acomodado en tu pecho, hasta que el sol aparezca.

Me voy perdiendo en tu aroma,
Me voy perdiendo en tus labios que se acercan
Susurrando palabras que llegan a esta pobre corazón
Voy sintiendo el fuego en mi interior.

Me muero por conocerte, saber qué es lo que piensas,
Abrir todas tus puertas
Y vencer esas tormentas que nos quieran abatir,
Centrar en tus ojos mi mirada,
Cantar contigo al alba,
Besarnos hasta desgastarnos nuestros labios,
Y ver en tu rostro cada día
Crecer esa semilla
Crear, soñar, dejar todo surgir,
Aparcando el miedo a sufrir.

Me muero por explicarte lo que pasa por mi mente,
Me muero por intrigarte y seguir siendo capaz de sorprenderte,
Sentir cada día ese flechazo al verte,
¿Qué más dará lo que digan? ¿Qué más dará lo que piensen?

Si estoy loco es cosa mía,
Y ahora vuelvo a mirar el mundo a mi favor,
Vuelvo a ver brillar la luz del sol. *







EDWARD

Avanzaba, elegantemente, con esos precisos pasos, su pelo suelto, perfumando el aire que hasta mí traía su olor; y esa sencillez al vestir que tanto me gustaba. Avanzaba, digo, entre toda la gente que la rodeaba, mientras hablaba con su compañera de piso y su novio, hacia mí. De entre todas las conversaciones que invadían mi mente, solo estaba pendiente de una, la que mantenía su amiga con ella. Y no era muy halagüeña conmigo precisamente. Su amiga le aconsejaba que llevara cuidado conmigo, después de todo lo que le había hecho pasar no era de extrañar esa actitud. En el fondo me alegraba de que su amiga pensara así, eso significaba que le importaba, y que cuidaba de ella. A unos pocos metros de mí se despidió de su amiga y su novio, que me miraron con aire reprobatorio mientras en sus mentes podía leer la amenaza si le volvía a hacer daño; y se me acercó. Yo la esperaba, como cada mañana, a la entrada de la facultad junto a Alice, cuya mente se reconcomía al ver que las cosas entre ellas no se arreglaban en el futuro. Aunque pareciera mentira, existía una persona en el mundo a la que Alice no caía bien: mi Bella.

Una semana había pasado desde que volví de Chicago con mi memoria casi al completo. Encontrar a Maggy allí fue una gran ayuda. Y sobre todo lo fue la intervención de Emmet, sin el cual jamás habría podido recuperar gran parte de mi vida humana a través de los pensamientos de Maggy. A principios de esa semana había hablado con Bella y le había dejado muchas cosas aclaradas. Jasper me había allanado el terreno mucho, no solo con su don, sino hablando con ella; cosa que la pobre Alice había intentado infructuosamente. Lamenté alguna que otra mentira que tuve que contarle, pero eran necesarias para ocultar la verdad. Y parecía que ella las había aceptado. La más evidente era sobre la temperatura de mi piel. Por muy raras que sean las enfermedades tropicales, no creo que haya ninguna que te deje la temperatura de tu cuerpo tan baja, por no decir de que te cambie el color de los ojos. Pero a ella no le había importado. Lo había aceptado. Y aquí estaba, delante de mí, mirándome con esos ojos marrones suyos, alegres ahora, presidiendo su rostro mientras en su boca se iba perfilando una sonrisa solo para mí. Y que al girar la cara hacia mi hermana se tornaba una medio mueca de descontento mientras la saludaba sin ganas. Alice le contestaba lo más afable que podía, y rápidamente se escabullía entre el resto de alumnos hacia su sitio en el aula, lejos de nosotros.
Una semana no daba aún para que nos saludáramos con un beso, ni tan siquiera en la mejilla, sobre todo por mí, mi sed y su olor. Pero poco a poco iba inmunizándome al poder que su sangre tenía sobre mi monstruo. Yo con verla a mi lado, sonriendo, era feliz. El poder estar así con ella era más de lo que me merecía después de todo. Esa oportunidad que me estaba dando era un claro síntoma de lo que ella pudiera sentir por mí. Lástima que no pudiera leerle la mente. Eso me mataba. No poder saber lo que realmente pensaba, y así poder hacer todo cuanto estuviese en mi mano para recuperarla, para no meter la pata. Pero eso no me desanimaba, todo lo contrario, me daba fuerzas para poder resistir su efluvio y aplacar el monstruo. Me daba fuerzas para seguir a su lado volviéndomela a ganar. Y me daba fuerzas para querer creer que ella seguía amándome.


-Buenos días cari, ¿Qué tal has dormido? – le preguntaba a diario mientras me derretía al volver a llamarla “cari”, tal como vi en los pensamientos de Maggy que hacía en mi casa.
-Hola Edd. Muy bien, ¿Y tú? – me encantaba que me llamara Edd, solo a ella se lo permitía.
-También bien. – Lo que no sabía era que desde el primer día la seguía, y así averigüé su dirección, y pasaba todas las noches en la azotea de su edificio velando su sueño. Descubrí cuál era su cuarto por su olor, que subía desde una de las ventanas que daban al patio de luces, en la última planta del edificio, un quinto.  Lo tenía muy fácil si alguna vez se me ocurriera colarme en su cuarto, pero no eran esas mis intenciones, no iba a violar su intimidad de esa forma.
-¿Vamos? Hoy empezamos con la profesora Clinton, y mejor no llegar tarde.
-¡Desde luego! Vamos.

Y uno al lado del otro nos adentrábamos en la facultad por el largo pasillo. Me moría de ganas tan solo de cogerle la mano, y andar esos metros así, cogidos. Pero ella siempre las llevaba ocupadas con su bolso y algún libro, y no me atrevía. No aún. Al llegar al aula nos sentábamos juntos, y así pasaban los minutos. Con el paso de los días las miradas furtivas se fueron haciendo más que evidentes, dando paso a las risitas tontas de “¡Ops! Me has pillado” mientras girabas la cabeza rápidamente. Parecíamos dos niños de preescolar en vez de dos universitarios, pero no nos importaba, así éramos felices.
La hora del almuerzo era totalmente diferente. Ella almorzaba siempre con sus amigas, mientras yo fingía hacerlo con mis hermanos. Era lo mejor para ambos, y esas dos horas se me hacían eternas mientras esperaba en el coche que pasaran. Las tardes que no teníamos clases empezamos a ir a la biblioteca a estudiar. Y la situación era la misma que en las clases, miradas furtivas, risas tontas, ella acababa siempre sonrojándose, y yo muerto de ganas de cogerle la mano, e incluso darle un beso. Pero era muy arriesgado, no quería exponerla a ese peligro. No aún. Desde luego que habíamos empezado desde cero, y lentamente, sin prisas.
Con el profesor de derecho civil, el profesor Uley, tuvimos algún que otro roce, pero nada que el decano no arreglara, siendo mi padre uno de los mayores accionistas de la universidad. El chucho se había negado en rotundo a darnos clases a Alice y a mí. Alegaba que su aula era demasiado pequeña, y ya estaba completa sin nosotros dos. El decano al final cambió esa clase a un aula más grande. Por lo menos eso aplacó un poco al chucho intransigente, insistiendo en que nos pusiéramos lo más alejados del resto de alumnos que se pudiera. También quiso que Bella se alejara de mí, pero por ahí sí que no pasamos, saliendo de ella misma el decirle que iba con quien quería, que no era su padre para decirle ahora con quién ir o no ir.

No pasaron muchos días más cuando en un arrebato por mi parte, y viendo lo poco caballeroso que hasta entonces había sido con ella, le arrebaté de las manos el bolso y su libro para llevarlos yo. Y así me las ingenié para poder cogerla de la mano, tímidamente, esperando no ser rechazado. Su respuesta me sorprendió. Se agarró fuertemente a mí, ignorando la temperatura de mi piel, mientras que por sus ojos intentaron salir dos minúsculas lágrimas. Había sido un idiota al no darme cuenta de que ese simple gesto de cogerle la mano lo había estado esperando desde hacía tiempo.
Aquello precipitó las cosas, pues los gestos, las miradas cada vez más directas, y sobre todo el ir cogidos de la mano pronto se hizo lo más natural entre nosotros. Ya estaba preparado para nuestra primera cita fuera de la universidad, la iba a llevar al cine. Era viernes y llovía a cántaros, así que la convencí para que me dejara recogerla en la puerta de su casa. Me dio la dirección, y a la hora en punto estaba tocándole el timbre. Enseguida bajó, pues preferí esperarla en el coche. Y sabiendo que a ella no le gustaba mi volvo, le pedí prestado el mercedes a Carlisle. Era mucho coche para mí, pero lo prefería antes de que ella se sintiera incómoda. Al verla asomar bajé rápidamente a abrirle la puerta del coche, y vi su cara llena de desilusión al ver el mercedes. Mientras arrancaba el motor y nos poníamos en marcha, en dirección al cine, no pude evitar preguntarle.

-¿Por qué esa cara tan triste? ¿Tanto te supone ir conmigo al cine? – intenté darle un tono desenfadado.
-No, estoy encantada de ir contigo – me dijo con cierto deje de tristeza en su voz.
-¿Y esa tristeza? – insistí.
-… una tontería,… pensé que me recogerías en tu volvo, y has traído éste tan grande.
-Es de Carlisle, y me lo ha prestado,…  – al ver su tristeza no quise hacerla sentir culpable, como sé que se sentiría si le hubiera dicho que no lo traje por ella – el volvo sabes que sufrió hace unas semanas un accidente – sonreí ampliamente al decir la última palabra – y están arreglándomelo.
-Sabes que lo siento mucho, fue…
-Por favor no tienes que estar disculpándote siempre por lo del coche, ¿Vale? No te preocupes más por eso. La próxima vez, que ya estará listo, lo traeré.
-De acuerdo, pero de todas formas quiero que sepas que siento mucho lo del volvo – ella siempre tenía que decir la última palabra.
-Yo creía que… – iba a meterme en terreno resbaladizo, pero quería preguntarle por ese repentino cambio de idea – no querías subir al volvo.
-Eso era antes, pero ahora que estoy otra vez contigo, la verdad es que me encantaría volver a ese coche, para recordar los buenos momentos vividos ahí. – noté con mi visión periférica cómo se sonrojaba. Al pensar cuáles serían esos buenos momentos, me eché a temblar, de miedo y de satisfacción, a partes iguales.
-No te preocupes cari, a la próxima lo traeré. –  Logré decirle intentando esconder toda la cascada de sentimientos y sensaciones que estaba experimentando en esos momentos – Ya hemos llegado. Será mejor que te bajes y me esperes en la entrada mientras yo aparco en coche, no quiero que te mojes, no te vayas a resfriar.
-De acuerdo.

Se bajó del coche justo en la entrada y entró para no mojarse. La vi ponerse en la cola para poder sacar las entradas. Chica lista. No tardé más de cinco minutos, y cuando volví, encontré algo que no me gustó en absoluto. Ella estaba haciendo cola inocentemente, ajena al tipo que tenía detrás mirándola de arriba abajo mientras en su mente la iba desnudando. Me quedé paralizado en la entrada bajo la lluvia, ante la explosión de sentimientos que estalló en mi interior. Si entraba en esos momentos, iría directamente a por el tipo, le arrancaría la cabeza de un tirón y la tiraría lo más lejos posible. ¿Celos? Seguro que eso era, pero de repente me hicieron querer reclamar lo que era mío, porque Bella estaba conmigo, y no iba a dejar que nadie se interpusiera entre nosotros. Mientras yo me reprimía por ir a arrancarle la cabeza, él había tomado la resolución de acercársele y ligársela. Eso sí que no lo iba a permitir, y menos delante de mis narices. Entré como un huracán, y sin mediar palabra hice un gesto que se me antojó de lo más natural entre nosotros. La cogí posesivamente de la cintura, pegando su cuerpo al mío. Fue arrebatador. De repente ya no estábamos en la cola del cine con un gilipollas detrás nuestro, sino ella y yo solos. Una especie de corriente eléctrica recorrió mi cuerpo al contacto tan cálido y suave de su cuerpo. Por momentos quise disfrutar de esas sensaciones y cerré los ojos, aspirando su olor, toda esa mezcla de su efluvio natural con su champú y su perfume. Al sentirla tirar de mí me sacó de mi ensueño, mientras que avanzábamos en la cola. El tipo ya no la miraba a ella, si no a una pelirroja que había entrado con dos chicas más. Me sentí aliviado, pero por lo menos aquello me sirvió para hacer algo que realmente anhelaba, poder aproximarme a su cuerpo sin miedo. Y también para experimentar por primera vez lo que eran los celos.

***

BELLA

Sabía que se daría cuenta del chico que detrás de mí no me quitaba los ojos de encima, pero no me esperaba esta reacción de Edward. Él nunca había dado signos de ser celoso delante de nadie. Y si bien era cierto que por la calle le gustaba ir cogido de mi cintura, sé que lo hacía porque le gustaba tenerme cerca de él. Pero esos celos tan repentinos que noté en él me pillaron descolocada, al igual que cuando lo vi acercarse a mí, fulminando con la mirada al chico, y cogiendo mi cintura posesivamente me pegó a su cuerpo. Mojado por la lluvia y frío, y la sensación de unos veinte mil vatios recorriendo mi cuerpo me golpeó. Me dejé llevar y recosté mi cabeza sobre él, ajeno a todo con los ojos cerrados, fue un momento indescriptible. Me hubiera dejado llevar por el momento, pero vi que la cola avanzaba, estábamos en un lugar público, y no era el momento. Tiré suavemente de su mano para seguir la cola, y al abrir sus ojos vi en ellos que también había disfrutado de ese momento.
Momentos que una vez sentados en la sala y a oscuras, se repitieron. La película empezó, y él se puso tranquilamente a verla. Yo a los cinco minutos no pude caer en la tentación de cogerle la mano y apoyar la cabeza en su hombro. Fueron las dos horas más intensas de los últimos dos años. Ver que, después de haberlo perdido para siempre, había vuelto a mi lado, y estaba ahí conmigo, me hizo sentir la mujer más feliz de la tierra. Y me pasé esas dos horas que duró la película acomodada en su hombro, cogida de su mano, llorando silenciosamente, de felicidad. Él se dio cuenta, pero no dijo nada, solo me dejó llorar por todo lo pasado, mientras de vez en cuando apretaba con cariño mi mano, demostrándome que estaba ahí. En los últimos minutos de la película soltó mi mano para pasar su brazo por encima de mis hombros y abrazarme. El frío de su cuerpo se notaba algo incómodo, pero no me importaba, estaba entre sus brazos, y eso era todo lo que me interesaba en la vida.
Salimos del cine tal como habíamos entrado, él enganchado a mi cintura, y yo creía haber vuelto dos años atrás en el tiempo, y estar por las calles de Chicago; como si estos dos duros años no hubiesen pasado. Dando un lento y cortito paseo llegamos al coche, ya no llovía y una tímida luna se asomaba a ratos detrás de las nubes. Entramos al coche y allí me preguntó si quería cenar en algún sitio en especial. Yo no tenía hambre, pero le hablé de la cafetería, una Starbucks, de al lado de casa, y nos fuimos allí a tomar un café y charlar un rato. Redescubrir a Edward fue algo con lo que jamás pensé enfrentarme. Hablamos hasta las tantas de nosotros, de nuestros gustos, metas, sueños,… de todo en definitiva. Y fui de sorpresa en sorpresa, no solo por las respuestas que él me daba, que en algunos aspectos nada tenían que ver con el Edward del que yo me enamoré. También me sorprendía a mí misma al ver que mis propias metas habían cambiado. Mi percepción del mundo había cambiado. Edward disfrutó mucho con esa charla, se le veía tan ilusionado, atento siempre a mis respuestas, como si no me conociera de nada. En algunas ocasiones me hablaba de lo que podía recordar de mí, pero eran tan pocas cosas, que para él sí fue ir descubriéndome paso a paso. Cerca de las dos de la madrugada mi móvil sonó, era Angela preocupada por mí. Casi riéndome le dije que se asomara a la ventana que daba a la calle del starbucks y nos vería. Se quedó más tranquila, y me dijo que si queríamos subir a casa, ellas nos dejarían a solas, Ben ya se había marchado. Le dije que no, estábamos allí muy a gusto.
Una hora después el Starbucks cerró, pero no nos importó, nos metimos en el coche a seguir hablando. Era toda una vida, bueno, dos vidas las que queríamos contarnos; y él quería volver a saber todo absolutamente de mí. Cerca de las cuatro de la madrugada se me abrió la boca con un bostezo, no me había dado cuenta de cómo había pasado el tiempo con él. Eso siempre me pasaba, se estaba tan a gusto con él que el tiempo volaba. Con mi bostezo se quedó mirándome a los ojos, como si esperara algo, y yo, que estaba deseando darle un beso en sus labios, aproveché ese momento y me acerqué a él con esas intenciones, tal como hacíamos antes. En el último momento, cuando ya casi mis labios habían rozado los suyos, sintiendo su aliento frío en la cara, Edward apartó la cara de golpe.  Aquello me descolocó totalmente, creía que era lo que deseaba, pues yo también lo deseaba y que me rechazara de esa manera me dejó fuera de lugar. Él, rápidamente intentó arreglarlo, pero el daño ya estaba hecho. Fui a salir del coche para irme a casa, y agarrándome de la muñeca, sin hacerme daño, pero con firmeza me retuvo.

-Por favor Bella, no te lo tomes a mal – me decía con voz suplicante
-Déjalo Edward, no pasa nada.
-No quiero dejarte ir así. Mañana quiero volver a estar en tu compañía.
-Pues mañana nos vemos. Por favor, déjame ir – le suplicaba ya, las lágrimas estaban a punto de salir, y no quería que me viera.
-Déjame aclararte esto, por favor. Ven y siéntate a mi lado.
-Está bien – cedí, dolorida aun.
-Cari, no sé cómo decirte esto. Ya has visto que yo he cambiado en estos años. Ya no soy el mismo hombre, y tengo miedo de perderte por eso otra vez.
-No te preocupes por eso.
-si he de preocuparme. No quiero que pienses que te he rechazado porque no te quiero. Besar otra vez tus labios es una de mis mayores aspiraciones en la vida,
-¿entonces? – lo miraba extrañada. No lo entendía.
-Solo te pido un poco de tiempo. Todo es muy reciente para mí. Tú recuerdas todos los detalles de nuestra relación, pero yo no. – sus ojos, sinceros, me hizo poder entenderle. Llevaba razón – No quiero que nuestro primer beso sea como si besara a una desconocida. Quiero recordarlo para siempre jamás, porque a quien quiero recordar es a la mujer que amo.

No pude resistir darle ese abrazo que le di. Sus palabras me conmovieron, le daría todo el tiempo que necesitara. Y entre sus brazos, acunada por él, me dormí por el cansancio que acumulaba a lo largo de la semana. Su voz aterciopelada me despertó un rato después.

-Cari, creo que deberías subir a casa a dormir como dios manda. Y aquí el frío ya se está notando en demasía.
.Sí, será lo mejor.

A regañadientes me aparté de su cuerpo y abrí la puerta. Él también salió del coche para sentarse delante del asiento. En el último momento agarró mi brazo y pegó su cuerpo al  mío, como hacía horas hizo en el cine. Mi rostro quedó completamente debajo del suyo, y mientras nuestras miradas se trababan entre ellas, de sus labios salieron dos hermosas palabras: “te quiero”. Con el eco de esas palabras, que yo no pude decirle por la sorpresa y las emociones que formaban un nudo en mi garganta, nos despedimos, y yo me dirigí hacia el portal
Nos miramos desde lejos antes de entrar, y en sus labios vi perfilarse la despedida, Hasta mañana.




* “Sin miedo a nada”
Alex Ubago
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1 comentario:

J.P. Alexander dijo...

Hermosa canción pasaba a desearte una buena semana y muy buen capitulo