11/4/12

BUSCANDO UN SUEÑO:36º.- Quiero ser como tú



Capítulo 36º: Quiero ser como tú

AVISO: ESTE CAPITULO CONTIENE ESCENAS DE SEXO EXPLÍCITO.
Abstente si eres menor de edad, o no te agradan este tipo de escenas. Gracias.




Aquí me ves,
rendida a tu vida de diez a diez,
sin telas ni juicios, si ningún porqué,
sintiéndome libre, sintiéndome tuya, y amándote.

Aquí me ves,
aunque liberada, soy tu rehén.
Seduces, encantas, qué puedo hacer,
de la encrucijada que tienes montada no escaparé.

Te abriré las puertas del alma de par en par,
dispuesta a hacer todo a tu voluntad,
dispuesta a hacer todo lo que te dé la gana,
qué me importa.

Toda, de arriba a abajo, toda, entera y tuya,
toda, aunque mi vida corra peligro, toda,
de frente y de repente, toda, desesperadamente toda,
haz todo lo que sueñas conmigo.

Aquí me ves, eres mi testigo, eres mi juez,
mi trampa, mi vicio y mi no sé qué,
sintiéndome fuerte, sintiéndome al filo y amándote.

Aquí me ves,
como hipnotizada, cabeza y pies,
un poco embrujada y pues yo qué sé,
perdida en la magia de tantas palabras creyéndote.

Te abriré las puertas del alma de par en par,
dispuesta a hacer todo a tu voluntad,
dispuesta a hacer todo lo que te dé la gana, qué me importa.

Toda, de arriba a abajo, toda, entera y tuya,
toda, aunque mi vida corra peligro, toda,
de frente y de repente, toda, desesperadamente toda,
haz todo lo que sueñas conmigo.

Con tus besos vuelo,
en tus brazos juro, me siento más mujer.
Contigo desde cero, adonde quieras llego,
enamorándome, y deseándote...

Toda, de arriba a abajo, toda, entera y tuya,
Toda, aunque mi vida corra peligro, toda,
de frente y de repente, toda, desesperadamente toda,
Haz todo lo que sueñas conmigo.*


BELLA

Me dolía todo el cuerpo, como si hubiera corrido una maratón, ida y vuelta. Mas la placentera sensación de plenitud que sentía por todo mi organismo, era única. Y era la que siempre me llenaba cada vez que estaba con Edward. Hacía ya mucho tiempo que esa plenitud no me llenaba, pero esa noche me colmaba por todo mí ser.
Después de caer rendida entre sus brazos, duros, fríos, pero acogedores y terriblemente familiares; me dormí arrullada por su respiración. Al despertar enseguida lo eché en falta, y asustada con una sensación de vacío intentando anidar en mi corazón, me incorporé en la cama, buscándolo por toda la habitación. Al girar la cabeza hacia la chimenea, donde oía el crepitar de la leña seca, lo vi. Su figura, recortada con las chispeantes llamas del fuego que ardía delante de él, me dejó sin aliento. Era el mismísimo David de Miguel ángel. Su blanca piel reflejaba los destellos anaranjados del fuego, contorneando cada músculo de su fibrado cuerpo. No recordaba que Edward tuviera una anatomía tan marcada, notándosele cada músculo, cada pliegue, cada tendón en sus piernas y brazos, en su espalda y en sus glúteos. Era la perfección hecha carne.
Me quedé admirándolo, con su nombre atorado en la boca. Estaba de espaldas a mí, desnudo de pie ante el fuego de la chimenea, pensativo, tal vez con la mirada perdida en las llamas que ardían delante de él. Lentamente se giró hacia mí, mostrándome el juego de todos los músculos de su espalda y su torso. Solté el aire de golpe, pues estaba reteniéndolo sin darme cuenta, y mientras volvía a llenar mis pulmones me dedicó una triste sonrisa desde su posición. Me extrañó su actitud, y arrastrándome por el colchón puse los pies en el suelo y me dirigí hacia él. Lié mi cuerpo con la sábana, más por frío que por pudor ante él. Me dolía todo el cuerpo, y ante las muecas de dolor que le iba poniendo, él las ponía aún más, como si le doliera más que a mí. Conforme me acercaba a él, levantó las manos, intentando pararme.

-¡No te acerques a mí Bella! –Me dijo con miedo en su voz desgarrada, negando con la cabeza– ¡Soy un monstruo!
-¿Qué? –Fue lo único que atiné a decirle, dando pasos cada vez más cortitos hacia él.
-¿No te has visto? –me preguntó angustiado, señalando mi cuerpo con su mano–. No te merezco, sea como sea siempre acabo haciéndote daño.

Sin entenderlo me paré a su lado, frente al fuego, y allí me hizo mirar mi cuerpo a la luz de las llamas. Al principio no veía nada, mis ojos estaban acostumbrados a la oscuridad y tardaron unos segundos en habituarse a las llamas. Y conforme fui observándome, a lo largo de mis brazos fui descubriendo aquí y allá hileras de moretones, repitiéndose el patrón que los dibujaba. Edward, con todo el cuidado del mundo superpuso una de sus manos sobre uno de esos cardenales, y con sorpresa vi que eran las marcas de sus manos. Eran marcas del amor y de la pasión que se había desatado entre nosotros. Pero claro, él no lo veía así. Lo miré a sus ojos del color de la miel, que reflejaban las llamas de la chimenea, y pude ver todo el sufrimiento y culpabilidad del mundo en ellos. La historia se volvería a repetir, él, por miedo a dañarme volvería a alejarse de mí.

-Edward, no… –mi voz reflejaba la angustia que se iba haciendo patente al pensar que se alejaría nuevamente, pero él me cortó tajantemente.
-Bella, antes de decir nada, por favor mira todo tu cuerpo, pues no han sido solo los brazos.

La sábana que me cubría cayó al suelo, deslizándose por mi figura, cuando la solté, obligada casi por la suya. Ante la tenue luz de la chimenea mi blanca piel quedó expuesta a nuestros ojos. Y, efectivamente, por toda mi anatomía el recuerdo de sus dedos, del deseo y la pasión desatada por sus manos quedaba patente. Antes de que él pudiera reaccionar y se alejase de mí, salté a sus brazos ignorando el dolor, y me enganché a él como si fuera un mono a un árbol. Sabía perfectamente que con un simple movimiento se desharía de mí, pero tenía que retenerlo a mi lado a cualquier precio.

-Si éste es el precio que tengo que pagar por estar a tu lado, no me importa, lo pagaré con gusto; pero no me vuelvas a dejar, por favor.

Nuestros ojos se engancharon, como la pasada tarde en la entrada a las grutas. No hizo falta decir más palabras. Él moría de miedo por no saber controlar sus fuerzas y terminar haciéndome daño. Y yo perdería la única razón de mi vida si lo volvía a perder a él. Mientras acercaba mi boca a la suya en busca de un beso, fui cerrando los ojos lentamente, abandonándome a su voluntad. Si en ese preciso momento moría por ese beso, entre sus brazos, no me importaría en absoluto. Nuestros labios se envolvieron, frío y calor en un contacto más que íntimo, depositando en cada roce nuestro amor y necesidad del uno por el otro. Profundizando aún más ese beso, Edward se dejó llevar por el sentimiento que lo llenaba, y me acercó más a él, agarrándome con sus enormes manos por el trasero. Mis brazos volvían a enredarse en su cuello, mis dedos en su cabello, mis piernas en su espalda, y mi lengua con la suya, saboreando toda esa exquisita fragancia que para mí era su aliento. Todo su ser. Cayó de rodillas sin soltarme en ningún momento, y separándose de mi boca para dejarme respirar, pues él parecía no necesitarlo, escondió su rostro en mi cuello.

-¿No lo entiendes mi amor? –Me decía, susurrándome al oído–. Desatas en mí tanta pasión, que no soy capaz ni de controlar mi fuerza cuando te acaricio –su voz era todo un llanto, destrozado por las evidencias de mi piel.
-No me importa. Ya he vivido sin ti durante dos eternos años, y conozco el infierno –me separé de él para mirarle a los ojos, y hacerle comprender que hablaba totalmente en serio–. Esto no es nada comparado con aquellos días. No me voy a separar de ti por nada del mundo otra vez, ¿me entiendes? Por nada.

Volví a pegar mi boca a la suya, en un intento de recuperar esos años que había estado alejado de él, devorando con urgencia esos labios fríos y duros. Buscando con anhelo el roce de su aterciopelada lengua, tan fría y dura como sus labios, y tan apetecible. Él simplemente se dejó llevar, apremiado por mí, y recostándome lentamente sobre la alfombra, enfrente de la chimenea al calor de sus llamas, me dejó tumbada boca arriba debajo de su cuerpo. Acusé el frío contacto de su piel, pero ese juego entre frío y calor no hizo nada más que subir la temperatura del dormitorio. Soltó su cuello de mis brazos, y con su lengua fue recorriendo, uno a uno, todos los cardenales que sus dedos habían dejado antes en mi piel, intentando aliviarlos con su temperatura. El color dorado de sus ojos se perdía por momentos, dando paso a uno más intenso, libidinoso y lascivo. Un color oscuro que describía a la perfección el deseo que centímetro a centímetro derramaba su lengua sobre mi piel.
Cuando sus caricias llegaron a mi zona púbica mi corazón se aceleró a mil por hora. Él, nada más hundir su cara allí soltó uno de sus gruñidos desde lo más profundo de su ser, tan sensual y primitivo, que me hizo desear más el suave roce de su lengua justo ahí. Estaba en sus manos, abandonada entre sus brazos, dispuesta a todo para él. Podía, con tan solo el movimiento de una de sus manos, matarme sin darnos ni cuenta. Pero no era eso lo que estaba haciendo, él simplemente me estaba haciendo la mujer más feliz y amada de todo el planeta. Porque jamás amante alguno ha llevado tanto cuidado a la hora de amar como el que Edward llevaba, pese a todo, conmigo. Ahí me di cuenta de lo frágil que debería ser mi endeble cuerpo entre sus manos. Con lo fácil que sería, sobre todo para él, que ambos fuéramos de la misma condición. ¿Podría llegar yo a ser como él? Esa loca idea fue tomando forma en mi mente, pero a medida que él intensificaba sus caricias, mi cuerpo reclamaba su momento, y mi mente debía acompañarlo, más tarde retomaría esa idea.
Creí enloquecer con cada movimiento de su lengua, hundida en lo más profundo de mi ser, escapándose de ahí mismo los gemidos que por mi boca salían. Mis ojos, apretados inconscientemente, y mis manos aferradas fuertemente a la alfombra que nos recibía; eran fiel reflejo de todo lo que me estaba haciendo sentir. Y justo cuando mi cuerpo llegaba al éxtasis, temblando de puro goce, con un movimiento que apenas si pude notar, sentí su miembro entrar de golpe y sin previo aviso en mi interior, recogiendo para sí mi orgasmo. El contraste entre nuestras temperaturas fue el desencadenante de un nuevo orgasmo que arrasó por completo la poca cordura que quedaba en mi cabeza, dejándome delirando, con tan solo el eco de su nombre en mis labios. Fue espectacular, algo imposible de describir con palabras.

-Te deseo tanto mi amor –aún mantenía los ojos cerrados, cuando su dulce aliento me golpeó la cara–, que si tú estás tan segura, merece la pena intentarlo.

Su cuerpo lo sentía ahora sobre el mío, unidos a través de unas ya familiares descargas eléctricas que no hacían más que intensificarlo todo. Y en mitad de aquel clímax, entre sus poderosos brazos, me dejé llevar por sus movimientos, sus palabras y gruñidos, y por sus ojos, oscurecidos como si fueran la noche más negra, por ese deseo que a ambos nos arrasaba.

El amanecer nos pilló desprevenidos aún sobre la alfombra, delante de la chimenea que él mismo se había encargado de que no se apagara en toda la noche, para contrarrestar el frío de su cuerpo. Edward a esa hora me mecía entre sus brazos, sin cansarse de mirarme. Yo disfrutaba de su contacto, a ratos durmiendo en su pecho, otros devolviéndole las miradas. Apenas si hablamos en estas intensas horas. No necesitábamos palabra alguna, con tan solo la presencia y el contacto del otro, nos sentíamos llenos. Muchos recuerdos de todo lo que habíamos vivido en esta cabaña en el pasado fueron haciéndose presentes en mi memoria, y justo cuando los primeros rayos del sol empezaron a colarse por los cristales del ventanal, recordé lo que Alice me había contado de su don, y de lo que él me había dicho horas antes.

-Edd.
-Dime cari.
-¿Es cierto eso de que puedes leer los pensamientos de los demás?
-Sí.
-Menos los míos.
-Así es, y no me preguntes por qué. No tengo acceso a lo que pueda pasar por tu mente.
-Pues es una lástima, ahora mismo estaba recordando muchas cosas de las que vivimos aquí antes de que te marcharas a los marines –me apretó aún más contra su pecho.
-Sí que es una lástima, pero tengo la esperanza de poder volver a vivirlos ahora que estamos otra vez juntos.
-Ojalá que esta vez sea para siempre.
-Desde luego que lo será mi amor, no pienso separarme de ti nunca más.
-Ya. Pero no has pensado, ¿qué será de nosotros con el paso del tiempo?
-Nada, seguiremos juntos –me incorporé girándome para mirarlo de frente.
-¿Y de aquí a cuarenta años?
-Seguiremos juntos.
-Seguro, yo tendré más de sesenta y tú seguirás así, porque tú ya no puedes envejecer.
-Por mi parte no es ningún problema.
-¡Pero por la mía sí! –Acabé gritándole.
-No tienes por qué temer a que te deje por eso Bella. Mi existencia carece de sentido sin ti –tendió sus brazos, invitándome a que volviera a tumbarme a su lado y dar por terminada la conversación. Volví a apoyar mi cabeza en su pecho, dejándome acunar entre sus brazos, pero ni de coña estaba esa conversación acabada.
-Edward, lo he estado pensando, y he tomado una decisión.
-¿Sí? ¿Sobre qué? –volví a incorporarme para verle la cara.
-Quiero ser como tú.
-¿Qué? –su cuerpo se tensó ante mi afirmación, intentando aparentar una calma que no tenía al oírme decir eso.
-Quiero que me conviertas en una vampira, y poder estar a tu lado para siempre.



* “Toda”, de Malú
Por una vez

1 comentario:

aras dijo...

mara villoso capitulo de verdad sigue asi hay que emocion que la comvierta ya para que esten juntos besos