6/5/12

BUSCANDO UN SUEÑO:43º.- Mi vida y mi alma




Capítulo 43º: MI VIDA Y MI ALMA


BELLA


Ríos de lava,
Que se arrastran como serpientes,
Recorren mi cuerpo.
Compungida mi cara
Aprieto los dientes,
Ni un solo lamento.
Atravesado por una espada,
Mi corazón, incipiente
Camina hacia el averno.
Mi sangre se para
La ponzoña la hiere
Quemándome por dentro.
Ya he muerto.



-Ya puedes abrir los ojos y bajar cari, ya hemos llegado.

Nuestros cuerpos ya no estaban en movimiento. Una ligera brisa, helada por las fechas en las que estábamos, jugaba a su antojo con mis cabellos. Lentamente fui abriendo los ojos, y me encontré en medio de un hermoso claro en el bosque, junto con toda la familia Cullen y doce enormes lobos. Edward soltó delicadamente mis manos de su cuello, con lo que me permitió apoyar los pies en el suelo. Al verme allí el recuerdo de la pesadilla que había tenido días antes me golpeó. Era un paraje muy parecido al de mis sueños, demasiado parecido. La misma compañía, toda la familia Cullen, y más allá, sin querer mezclarse con nosotros, pero a nuestro lado, los lobos gigantes en los que eran capaces de convertirse el novio de Mia. Un radiante sol se desplegaba por todo el claro, reflejando los destellos de cada rayo por todas las superficies que tocaban. En especial por la piel de los vampiros, haciéndolos aún más hermosos, más atractivos; y más inalcanzables, más… peligrosos, podría decirse.

-Bella –Carlisle estaba dando algunas instrucciones, sobre todo a los lobos gigantes, y en cuanto llegamos se dirigió a mí–, no te separes de Edward por nada del mundo, y mucho menos de nosotros. Los vampiros a los que estamos esperando se alimentan de sangre humana y no van a tener ningún reparo en hacerlo con la tuya si tienen la oportunidad –asentí con la cabeza, aun sin ser consciente del peligro que me acechaba.
-Cari, ¿recuerdas los dos vampiros que os atacaron en Denver? –Edward me había agarrado por la cintura, y atrayéndome hacia él, intentó hacerme ver qué clase de vampiros estábamos esperando–, pues éstos son mil veces más peligrosos. Pase lo que pase, no te alejes de mí.


Volví a asentir con la cabeza. Él me atrajo hacia sí y me dio un casto beso en los labios. Estaba tenso y preocupado. Nadie sabía cómo íbamos a salir de esta, si es que salíamos.
Carlisle se alejó de nosotros, y siguió dando instrucciones. Hablaba de una tal Jane que tenía un poder que la hacía invencible. Era capaz de matarte de dolor por dentro con tan solo pensarlo. Y también habló de un tal Felix, describiéndolo como una mole enorme, fuerte, más incluso que Emmet. También nos habló del don del propio Aro, comparándolo con el de Edward, pero con el inconveniente de que él tenía que estar en contacto con la persona para poder leerle la mente. Había más miembros en las filas de los Vulturis con otros poderes tan increíbles como todo lo que me estaba rodeando en ese momento. Agarrada a la mano de Edward, que reposaba sobre mi vientre, apretándome fuertemente contra él; hice un pequeño repaso de todo, ignorando lo que Carlisle estaba aconsejándonos.
El frío y duro brazo de Edward rodeándome, después de que fuera certificada su muerte en el accidente de avión, era una prueba irrefutable de que todo esto era real. Tan real como que se había convertido en un vampiro, y estábamos rodeados de gigantescos hombres-lobo. Y si Carlisle aseguraba que estos seres de leyenda tenían esos dones, desde luego que no sería yo quien se lo negara. Todo, absolutamente todo lo que me rodeaba era real, como el peligro que se nos acercaba y que amenazaba todas nuestras vidas.
Comprendí que, tal vez, estas serían las últimas horas que pasaría al lado de Edward, y eso desde luego que estaba por encima de todo, por muy sobrenatural que fuera. Miré a nuestro alrededor, y no muy lejos había una piedra enorme, lisa, blanca. Lo suficientemente lejos para darnos algo de intimidad; y suficientemente cerca para no alejarnos de la protección del grupo.

-Edward –me separé de él, lo suficiente para poder mirarle a los ojos–, me gustaría estar a solas contigo hasta que vengan.
-Cari –sus ojos dorados se enternecieron, tomando un aire triste–, eso no es posible, no estaríamos a salvo si nos alejáramos de aquí.
-Ven –tiré de él hacia la piedra, señalándola–, ahí no estaremos alejados, por favor.

Enseguida comprendió mis intenciones, y con una sonrisa en su cara, que no llegó a iluminar sus ojos, me siguió hasta la piedra. Se sentó y agarrándome de la cintura me acomodó en su regazo, rodeándome con sus fornidos brazos, acunándome. Yo me acomodé sobre su pecho, y de espaldas al resto pasamos así las pocas horas que tardaron en aparecer los Vulturis.
Muchos fueron los recuerdos que durante ese tiempo pasaron por mi mente. Y en todos, el protagonista era él. A pesar de todo lo que me había tocado vivir, ahí estaba, entre sus brazos. Un lejano recuerdo de todo el dolor que pasé cuando lo perdí cruzó mi corazón, pero bastó acercarme más a él para desecharlo.

-Cari, ¿Estás bien? –sintió el dolor que en esos instantes perturbaba mi corazón, y con uno de sus abrazos intentó reconfortarme.
-Sí. Es solo que,… estaba recordando todo lo que hemos pasado juntos.
-Daría todo lo que tengo por poder, solo por esta vez, entrar en tus recuerdos, y volver a ser consciente de todo lo que compartimos antes de mi conversión.

No hicieron falta más palabras entre nosotros. El simple contacto de nuestros cuerpos, los besos que nos dábamos, el olor del otro; era todo lo que necesitábamos en las que, probablemente, serían nuestras últimas horas juntos. Nos necesitábamos tanto, nos trasmitíamos tanto con una sola caricia, que aquellas pocas horas fueron las más intensas de nuestra relación. Éramos lo que siempre habíamos querido ser, dos cuerpos unidos por un solo corazón, un solo sentimiento. Si los Vulturis aparecieran en ese mismo instante de la nada y acabaran con nosotros dos de un solo golpe, moriríamos felices.

La tarde estaba ya cayendo. El sol, medio oculto por unas brumas que se iban levantando por el oeste, se iba coloreando paulatinamente de tonos anaranjados. El aire se enrareció de golpe, hasta yo lo noté, volviéndose denso, aún más gélido, y con cierto olor a rancio y sangre. El característico ruido del bosque y sus habitantes dejó de oírse por momentos. Edward se envaró, y mirándome a los ojos me hizo saber que ya estaban aquí. Nuestro momento había llegado a su fin. Ahora tocaba luchar por sobrevivir, y por descontado que él se dejaría la piel por mí. Me cogió en brazos, dándome un último beso, y en cuestión de segundos me dejó en el suelo en el centro de todos. Los lobos estaban ya más que nerviosos, y sus gruñidos se entremezclaban en el aire enrarecido con los de los vampiros, sordos y mitigados. Esme se acercó a mí, y con la dulzura que la caracterizaba, posó una de sus manos sobre mi hombro, y me calmó diciéndome unas palabras cariñosas. Edward le dio las gracias.
De pronto todos se giraron hacia el sur. Por ahí vendrían, como había dicho Carlisle, desde la dirección de la mansión Cullen. Los lobos fueron tomando posiciones, siempre a nuestra derecha. Fue entonces cuando comprendí que esa era la dirección que deberían tomar si tenían que iniciar alguna maniobra de repliegue hacia la reserva. Intentarían luchar aquí lo que fuese necesario, pero no por ello dejarían a su suerte a su gente allá en La Push, si es que no habían mandado desalojarla.

Por el borde del bosque fueron apareciendo, una detrás de otra, unas figuras sombrías, siniestras, fantasmagóricas; que parecían flotar a pocos centímetros del suelo. Todos iban ataviados con oscuras capas, la cabeza cubierta con las capuchas de éstas. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Parecía que un ejército del Hades había ascendido a la Tierra, y se paseara impunemente por ella, simulando a la mismísima parca. Tan solo les faltaban las guadañas. Las brumas que iban ocultando el sol parecían compincharse con ellos, dándoles una apariencia aún más tétrica.
Silenciosamente se fueron acercando a nosotros, hasta quedar a unos cien metros. Eran quince figuras en total. La del centro totalmente de negro, el resto de capas iban pasando por tonos más claros entre grises conforme se alejaba hacia los extremos. Los tamaños de las figuras eran de lo más dispares. A la derecha de la figura central estaba el más alto de todos, ese sería el tal Felix. Y a su izquierda la que sería la figura más menuda de todas, prácticamente del tamaño de un niño, o de un adulto muy bajito. Detrás de la férrea formación, dos hermosas mujeres, que parecían no tener nada que ver con los encapotados, nos estudiaban con una mal disimulada sorpresa. Llegué a la conclusión de que serían las hermanas de Tanya. Ellas eran las que habían ido en busca de los Vulturis. Parecían mirar con desdén a Rosalie, pero ella, altiva, las retaba agarrada de la cintura por Emmet, muy pegada a él.

La tensión creció por momentos entre los lobos, y Carlisle tuvo que intervenir para calmarlos, susurrándole unas pocas palabras a Sam. Todos callaron a una. El lobo alfa les había dado una orden directa, una orden en contra de su naturaleza e instintos, pero que era totalmente necesaria. Era prioritaria una oportunidad para solucionar las cosas con la palabra.

La negra silueta del centro de la formación fue subiendo sus manos con un liviano movimiento, y descubrió su cabeza. Unos oscuros ojos borgoña aparecieron en su brillante y blanco rostro de piel casi traslúcida. Sus cabellos negros como el azabache caían hasta sus hombros. Una falsa media sonrisa, estudiada, se perfiló en su boca mientras nos estudiaba con afán. Se fijó sobremanera en la manada, y en mí. En el último en el que reparó fue en Carlisle. Éste al fin tomó la iniciativa, dio unos pasos hacia él, sin querer alejarse en exceso de la protección del grupo, y le habló.

-Aro, amigo, cuánto tiempo,… –Carlisle dejó el conciliador saludo en el aire, a la espera de la reacción del interpelado. Ni se inmutó, simplemente se quedó observándonos uno por uno, hasta que llegó a Carlisle nuevamente. Al fin habló.
-Así es Carlisle, viejo amigo –hizo una exasperante pausa, orquestada con una falsa mueca de dolor–. Y me entristece sobremanera que tengamos que volver a vernos bajo estas circunstancias. Sabes de las distintas acusaciones que hay contra toda tu familia. Yo no podía creerlo, no contra ti. Y he tenido que desplazarme hasta aquí para verlo con mis propios ojos. En mis más de veinte siglos de existencia jamás había visto tal concentración de licántropos –señaló con una inclinación de la cabeza a los lobos–, y tú haciendo pactos y conspiraciones en la sombra con ellos. Me has decepcionado –negó con la cabeza mientras pronunciaba su artificioso discurso–, como nadie antes lo ha hecho Carlisle.
-Esto no es así como piensas –Carlisle se defendió–. Yo jamás conspiraría contra ti y los tuyos, y menos con esta manada de lobos, que lo único que quieren es vivir en paz con sus familias.
-¡No es eso lo que me han dicho! –Aro empezaba a encolerizarse–. Esos malolientes chuchos mataron a una de las nuestras, ¡y tú los defendiste! Y no solo eso, veo que también tienes entre tus filas a una humana. Y por si fuera poco, te has hecho de un buen ejército preparado para recibirnos.
-La humana está con mi hijo Edward, y tiene intenciones de ser una de nosotros –así se lo comenté a Carlisle días atrás, a pesar del desacuerdo que Edward mantenía con esa decisión–. Los licántropos hicieron un acto de protección y justicia con Tanya –las hermanas rugieron como leones enjaulados ante esa afirmación, tensando aún más el ambiente. Carlisle no les dio importancia alguna–. Ellos solo salieron en defensa de la chica de mi hijo, amenazada por Tanya.
-¿Estás defendiendo a una manada de pulgosos lobos por una simple mortal?
-¡Tanya no tenía ningún derecho a atacarla! –fue Edward quien de improviso saltó gritando, exasperado–. Lo hizo en venganza porque yo no quería estar con ella. Tanya era muy vengativa y caprichosa, lo veía en su mente con cada nuevo deseo que se le antojaba.
-¿Lo veías –Aro se dirigió con cierto interés a Edward, matizando esa palabra– en su mente?
-Sí. Puedo ver lo que piensa todo el mundo.
-¿Sin necesidad de tocarlos?
-… No. No necesito tocar a nadie para saber lo que piensa, como tú.
-Me gustaría comprobarlo –fue entonces cuando Aro rompió sus filas, y con unos decididos pasos, se acercó a Carlisle que era el más cercano a él. Parte de su tropa se inquietó, pero levantando una de sus huesudas manos, los acalló.–. ¿Puedo? –la misma mano que había levantado, la tendió entonces hacia Edward, con la palma hacia arriba y un gesto, por primera vez sincero en su rostro.
-Yo,… –Edward dudó, mirando interrogante a Carlisle, pero tras unos segundos me soltó de su abrazo, me guiñó un ojo quitándole seriedad al asunto, y se dirigió resuelto hacia ellos–. Está bien.

En el mismo instante en que se alejó de mí, Emmet y Rosalie me rodearon, dispuestos a no dejarme sin protección ni un solo segundo. Emmet rodeó mis hombros con uno de sus enormes brazos, y en un susurro me dijo que no debía preocuparme de nada.
Edward ya estaba al lado de Carlisle cuando quise darme cuenta. Y juntos se aproximaron a Aro, que lo esperaba impasible con la mano tendida hacia ellos. Un escaso metro los separaba, cuando Edward se detuvo, y sin dudarlo, cogió la mano de Aro, que se la agarró con la suyas. Un largo minuto pasó, Aro parecía concentrado, con los ojos entrecerrados, inmóvil. Al fin abrió los ojos, y con desgana soltó la mano de Edward.

-¡Realmente impresionante! He podido ver a través de ti los pensamientos de todos los presentes, ¡Al mismo tiempo!
-A veces es una locura.
-Pero sabes manejar toda esa información.
-Cuestión de práctica, y de ir seleccionando.
-Y dime Edward, ¿no te gustaría unirte a nosotros? ¿Poner tu don al servicio de la justicia?
-Gracias pero no. De momento no estoy interesado.
-¡Lástima! Tu novia –cambió enseguida de tema en cuanto recibió la negativa de Edward– de cuando eras humano, es esta chica.
-Sí, es Bella.
-Isabella, hermoso nombre. Y ahora se ha convertido en la tua cantante. Increíble. A pesar de toda la sed y el deseo que despierta en ti su sangre, eres capaz de resistirte –Aro hablaba ahora sin quitar la vista de mí, sorprendido–. Dime, ¿Cómo has podido… yacer con ella sin morderla?
-Realmente no lo sé, pero te puedo asegurar que no es nada fácil.
-¿Y por qué a ella no puedes leerle la mente?
-No lo sé.
-Mmmm,… –se quedó pensativo, siempre con los ojos clavados en mí, mientras asentía. Y girando sobre sí mismo, dándole la espalda a Carlisle y Edward, formuló una pregunta, tan terrible como inesperada–. Me gustaría saber si también su mente está cerrada a mi don –se giró de golpe, sus iris rojos refulgían radiantes– ¿Puedo coger su mano?
-¡NO! –rugió Edward, envarándose delante de él, claramente interponiéndose en su camino hasta llegar a mí.
-¡Oh! Vamos mi joven amigo, sabes que no tengo intenciones de hacerle daño.
-Edward –fue Carlisle el que intervino, cogiéndole del brazo para llamar su atención–, creo que deberías dejarlo, hijo. En todo momento vas a saber sus intenciones –se hizo un desesperante silencio, roto solo por los diferentes gruñidos impacientes de ambos bandos.
-Preguntémosle a ella si quiere –fue la única respuesta de Edward, que permanecía plantado entre Aro y yo, altivo, con los brazos cruzados sobre el pecho.
-Muy bien –dijo Carlisle, y en unos segundos lo tenía a mi lado–. Bella, sé que no es fácil lo que te voy a pedir, pero Aro…
-Quiere comprobar si puede o no leer mis pensamientos –no lo dejé terminar, había estado pendiente de todo y sabía qué quería.
-No tienes por qué hacerlo si no quieres –Emmet, aun con su brazo sobre mis hombros, intervino rápidamente. No le hacía ni pizca de gracia que estuviera tan cerca de Aro, como a Edward.
-No te va a hacer ningún daño, y créeme que ese voto de confianza sería muy bueno para nosotros.
-Está bien –suspiré, resignada. No me hacía gracia, pero Carlisle llevaba razón.

Emmet me dio un último apretón antes de apartar su brazo de mis hombros. Con una sonrisa se lo agradecí, y me encaminé hacia Aro siguiendo a Carlisle. Pasé por al lado de Edward, y sin decir ni media palabra se pegó a mí. Estaba claro que no iba a dejarme sola en las manos de Aro. Éste alzó su mano hacia mí, invitándome a cogerla con una de sus falsas sonrisas. Lentamente levanté una de las mías y la deposité entre la suya. El tacto era frío, más incluso que el de Edward. Y la piel era, al contrario de lo que había pensado, más bien áspera, pero de una forma muy sutil. No me agradaba ese tacto. Y menos aún me agradaba el gesto que iba poniendo en su cara. Sorpresa y escepticismo era lo que se iba reflejando en sus ojos. Pero supo disimularlos a tiempo, detrás de otra de sus estudiadas sonrisas.

-¡Increíble! –dijo al fin, sin apartar la mirada de mí–. No he podido ver absolutamente nada. Es la primera vez que me pasa esto con alguien –volvió a darnos la espalda despreocupadamente. Sus soldados estaban a punto de saltar sobre nosotros, cuando nuevamente los acalló levantando la mano. Pensativo, volvió a girarse lentamente hacia nosotros, clavando una vez más sus inquietantes ojos escarlatas en mí–. Me pregunto, si será también inmune al resto de nuestros poderes…
-¡Ya está bien Aro! –bramó Edward, visiblemente alterado, poniéndome detrás de él–. Esto ha ido demasiado lejos. No le vais a volver a tocar ni un solo pelo más.
-Carlisle –Aro se dirigió a Carlisle, ignorando a Edward–, será mejor que contengas a tu hijo, no estáis en condiciones de exigir nada. Te recuerdo por qué estoy aquí. Estoy tratando de encontrar una vía alternativa a tus acusaciones, y Bella promete mucho si es tal como pienso.

Edward saltó en un abrir y cerrar de ojos sobre Aro, pero como por arte de magia, en mitad de su trayectoria cayó al suelo, retorciéndose como un pez cuando lo sacas del agua. Aro rió, observándolo complaciente. Corrí al lado de Edward, intentando tranquilizarlo. No tenía ni idea de qué era lo que le pasaba, pero en sus ojos se reflejaba un intenso dolor que parecía comérselo por dentro. Carlisle se arrodilló a mi lado, intentando ayudarlo también. Pero estaba como yo, no sabía qué hacer.

-Mi pequeña Jane, infalible, siempre atenta a todo. Acércate –de las filas de los Vulturis salió aquella figura pequeña, de estatura similar a la de un niño.
-Maestro –la tal Jane, de quien Carlisle nos había hablado horas antes, descubrió su cabeza delante de Aro. Otro rostro hermoso, angelical, salvo por el color rojo de sus ojos.
-Aro –enseguida intervino Carlisle desde el suelo al lado de Edward, junto a mí–, creo que esto ha ido demasiado lejos. No es necesario que Bella…
-Eso lo decidiré yo. A Bella no le va a pasar nada si Jane prueba su don con ella, tan solo un poquito, ¿Verdad Jane que no le vas a hacer más daño de lo necesario?
-No, maestro –contestó ella, automáticamente, mientras clavaba sus ojos bermellones en mí.
-Procede, pues.

Jane se quedó mirándome intensamente. Pero yo estaba más pendiente de Edward que de ella. Ayudé a Carlisle a levantarlo del suelo. Y Jane seguía con esa mirada suya sobre mí, taladrándome, mientras Aro parecía de lo más divertido ante la escena. Edward, ya recuperado, suspiró con alivio cuando se dio cuenta de la situación. Miró a Jane y luego a mí, y sonrió.

-Es suficiente, Jane –la mirada de Jane se volvió de puro odio cuando Aro le dio esa orden–. Eres toda una caja de sorpresas querida Isabella. En tus manos está ahora la salvación de tus amigos.
-No voy a permitir que te la lleves –la voz de Edward sonó casi sin fuerzas a mi lado, pero era firme.
-Si ella viene con nosotros, será por su propia voluntad. A fin de cuentas tú sabes lo que le espera a un humano que sabe de nuestra existencia. O se convierte en uno de nosotros, o muere.
-¡Aro! –desde la punta atrás de las filas de los Vulturis sonó una voz femenina, teñida de indignación. Por encima del hombro de Aro vi a una de las hermanas de Tanya irrumpir de entre las filas de vampiros y plantarse a nuestro lado–. No puedes dejar sin ajusticiar a todos esos licántropos hediondos y a la familia de Carlisle. ¡Ellos mataron a mi hermana y exigimos justicia!
-Tu hermana era una niñata caprichosa, Edward tenía razón. No debía haber intentado matar a Bella –Aro utilizó el argumento de Carlisle echando por tierra la acusación vertida sobre nosotros.
-¡Pero los licántropos…!
-Conozco bien a los licántropos, pues llevo siglos luchando contra ellos. Un licántropo no es capaz de permanecer a plena luz del día en su forma lobuna. Esos decididamente no son hijos de la luna.
-¡Pero mataron a mi hermana!
-¡Oh vampira del diablo! ¿Acaso osas poner en tela de juicio mi capacidad de impartir justicia? –miró fulminando a Irina, que era la que llevaba la voz cantante–. La única falta cometida por Carlisle –ahora habló a todo el mundo allí presente, con voz potente–, es dejar que esta humana sepa de nuestra existencia. Si ella viene con nosotros, todos los cargos se levantarán contra ellos –clavó sus ojos en mí– ¿Qué me dices Bella?
-¡NO! –un Edward iracundo le contestó, interponiendo nuevamente su cuerpo entre el mío y los Vulturis.
-Piénsalo Bella –ignorando a Edward, Aro se dirigió a mí–. La familia de tu novio quedará libre de cargos, y los chuchos apestosos podrán volver a sus casitas.

La propuesta de Aro me pilló desprevenida. ¿Podría solucionarse todo de esa forma tan sencilla? Era simple, nadie iba a morir por mi culpa. Tan solo yo iba a cargar con toda ella. En un par de clics que mi cabeza hizo con toda la información que acababa de decir Aro, me pareció justo. Sin pensarlo y con más miedo que otra cosa, solté la mano de Edward de mi cintura. Él no quería, pero lo obligué. Aro le recordó que Jane estaba lista para inmovilizarlo nuevamente, y ante el recuerdo del dolor que le había visto sufrir, lo obligué a soltarme. Cuando ya parecía que había entrado en razón y me dejaba ir, volvió a cogerme de la mano. La escena se repitió, y cayó al suelo nuevamente, retorciéndose de dolor, esta vez acompañado por todos los Cullen. Todos habían reaccionado para salir en mi defensa, pero todos cayeron ante el invencible don de Jane.
Aro se acercó victorioso a mí, y cogiéndome de la mano, me conminó a que fuera con ellos.

-Haré todo lo que tú quieras, pero por favor, deja de hacerles daño –le supliqué a Aro.
-Cuanto antes nos vayamos, antes los dejará Jane en paz. Vamos querida, prometo darte una existencia plena, y todo el tiempo del mundo. Tal vez en el futuro Edward se lo piense mejor y se nos una. Entonces volveréis a estar juntos. Alec –se dirigió a uno de sus guardias–, déjalos fuera de juego durante unas horas para que no se les ocurra seguirnos.

A una señal de Aro, el gigantón que sería Felix, apareció a mi lado, y sin esfuerzo ninguno, cargó conmigo como si fuera un saco de patatas, y desaparecimos de allí como fantasmas en la oscuridad. En el rápido viaje que hicimos a través del bosque, los gritos de dolor e impotencia de Edward herían el viento, hiriéndome a mí también en lo más profundo de mí ser. Jamás me perdonaría todo el dolor que le estaba haciendo sufrir, pero era necesario mi sacrificio para que todos ellos pudieran sobrevivir.

A partir de ese momento, lo que hiciera Aro conmigo me tenía sin cuidado. Yo ya había muerto al volver a separarme de Edward. Pero por lo menos sabía que él seguía vivo.

No sé cuánto tiempo estuve en los brazos de Felix, ni dónde estábamos cuando dejaron de correr. Me dejó en el suelo, y  Aro, muy amablemente me pidió que lo siguiera. Parecía que estábamos en las pistas de un viejo helipuerto. De un destartalado hangar apareció un pequeño avión al que Aro me invitó a subir. Una vez acomodados, con una escueta frase me informó que volaríamos a casa. Imaginé que sería hasta Italia. Ni una sola palabra se cruzó más en todo el trayecto, y cansada por todo lo sucedido, caí dormida enseguida. Desperté justo cuando el avión tomaba tierra junto a un enorme castillo. Aro me invitó a bajar, y siguiéndolo al interior del castillo, me llevó a una de las salas interiores, pobremente adornada con un camastro y una silla de madera.

-No tengas miedo, Isabella –se me iba acercando lentamente, convenciéndose más a sí mismo que a mí–. Ésto no es más que el comienzo de una nueva existencia para ti. Vas a sufrir un poco durante los próximos días, pero te aseguro que merecerá la pena.

Con un ligero empujón me sentó en el camastro, y cogiéndome entre sus brazos, acercó sus dientes, ahora desnudos, a mi yugular. Grité descontroladamente hasta que llevó su mano a mi boca para callarme. Sentí su gélido aliento sobre mi cuello, el filo de sus colmillos, y un intenso dolor al desgarrarse mi piel en su boca. El olor salado de mi sangre inundó la estancia, y perdí el conocimiento. O más bien fue la vida, mi vida y mi alma, ese fue el precio que pagué por salvar a los Cullen y a los Quileute. Mereció la pena.

1 comentario:

aras dijo...

valgame dios no puede ser que se la haya llevado ahora que ba ha pasar con el pobre de edward y la pobre bella espero que lleguen pronto por ella hay dios esto esta para darle a uno infarto