28/3/12

BUSCANDO UN SUEÑO:33º.- Buscando a Edward

Capítulo 33º: Buscando a Edward



BELLA


Alice subió al coche, y nos pusimos en marcha, siguiendo el camino que desembocaba en la casa de los Cullen. El día era, como siempre por esas latitudes, gris y húmedo. Mirando ese cielo siempre encapotado pude entender por qué se habían instalado en esa pequeña y olvidada localidad de la Península del Olympic. Su clima, húmedo y casi siempre lluvioso era el más propicio para ellos. Por la ausencia de sol prácticamente todo el año, ellos podían llevar allí una vida casi humana. Alice me sacó de mi ensimismamiento.

-No está aquí –No me hizo falta preguntarle nada. Por extraño que fuera, ella ya sabía lo que me había llevado hasta allí, y no era el clima precisamente.
-¿No ha venido? –La decepción se notó al instante en mi voz, casi temblorosa. Por un momento la idea de no encontrarlo me cruzó por la cabeza. Alice no le dio tiempo a esa idea de anidar en mi mente.
-No, pero no te preocupes. Te voy a ayudar a encontrarlo –sin apartar la vista del camino, pude apreciar en su cara una sonrisa de complicidad, que le devolví. Algo en mi interior me decía que esta alianza sería buena para mí–. Vamos a mi casa, y desde allí trazaremos un plan, necesito tu ayuda para saber dónde está.
-¿No lo sabes?
-Digamos que,… tengo algunas pistas.
-¿Algunas pistas? –Le pregunté, con curiosidad.
-¿Edward no te ha hablado nunca de nuestras habilidades extrasensoriales?
-No –Negué con la cabeza, con más curiosidad cada vez.
-Es un chico muy reservado, ¿verdad? –Las dos sonreímos ante esa afirmación.
-Sí, desde siempre ha sido así –hubo un discreto silencio, mientras Alice organizaba sus ideas, y al fin se decidió a hablar.
-Algunos de nosotros – se refería claramente a los de su especie–, al despertar a esta nueva existencia, desarrollamos ciertos dones.
-¿Ciertos… dones?
-Sí, llamémoslos así, dones –ya nada de lo que me dijera ella, una vampira, me extrañaría. Estaba en mitad de un bosque perdido en compañía de un ser de leyenda, y si me decía que podía volar, yo la creería a pies juntillas.
-¿Edward tiene algún don?
-Sí. Él puede saber qué es lo que piensa la gente a su alrededor –nos quedamos en silencio mientras yo trataba de asimilar todo lo que me había dicho, sin apenas apartar la vista del angosto camino de tierra.
-¿Él puede leer la mente de la gente? –al fin salió de mi boca lo que mi mente se preguntaba.
-Así es. Y yo puedo percibir el futuro.
-¿Qué? –ahí sí que me dejó estupefacta. Sonrió antes de contestarme ante la cara de asombro que le había puesto.
-Puedo tener visiones del futuro, a raíz de que se haya tomado una decisión que provoque ese futuro. Por ejemplo, he tenido una visión de Edward en un lugar muy concreto, donde seguro está en estos momentos, a raíz de que él ha decidido ir allí para alejarse de ti.
-Y,… ¿Por qué ha decidido alejarse de mí? –le pregunté abiertamente, pues era lo que más me preocupaba en esos momentos.
-Por tu seguridad. Tu sangre es muy atrayente para él, y teme que si sigue a tu lado, en cualquier descuido te haga daño.
-Él nunca me haría daño.
-Bella eso no es suficiente garantía de seguridad con un vampiro. A veces nuestra sed se puede anteponer a nuestra voluntad, y entonces estaríais perdidos los dos.
-Entonces,…
-Él ha antepuesto tu seguridad a vuestros sentimientos. Por eso se ha alejado de ti. No obstante, estoy segura de que él jamás llegaría a hacerte daño alguno. Por eso te voy a ayudar a encontrarlo. Si Carlisle ha logrado vencer la llamada de la sangre, pudiendo trabajar tranquilamente en el hospital; estoy completamente convencida que Edward también puede lograrlo contigo. Y mis visiones en cuanto a vosotros, son un aval de lo más fidedigno.
-¿Me vas a ayudar a encontrarlo? –le pregunté mientras llegábamos frente a la entrada principal de la casa, y apagaba el motor del coche.
-Sí –la estaba mirando de frente, esperando esa contestación mientras me recreaba con el tono dorado de sus ojos, igual que el de Edward. Por la sinceridad de sus orbes, y de su impetuoso monosílabo, recordé cómo la había estado tratando en el pasado, y me avergoncé de ello, subiendo a mis mejillas un pertinente rubor.
-Yo, Alice, creo que te debo una disculpa –me lancé, se lo debía. Ella siempre había estado apostando por nosotros desde el principio, y yo la había estado tratando a patadas.
-¿Una disculpa?
-Sí. Desde que encontré a Edward has estado ahí apoyándonos, y yo no he sabido apreciarlo. Solo quiero pedirte perdón por todas las malas caras que te he puesto.
-No tienes por qué disculparte Bella, era normal que después de todo lo que pasó no confiaras en nadie, y menos en una hermana postiza –a sus ojos asomó el perdón que le pedía, acompañado de una sonrisa–. Y ahora vamos dentro, quiero que veas algo.

Bajamos del coche, y al acercarnos a la entrada principal, nos encontramos a Jasper esperándonos. Un saludo de lo más tórrido entre ellos no se hizo esperar, que me hizo sonrojar otra vez. Al tiempo una agradable sensación de paz y bienestar, de estar en casa y rodeada de amor me invadió. Alice se separó de los labios de Jasper sonriendo, fijando su atención en mí.

-¿Lo has notado? –me preguntó. La miré extrañada.
-¿El qué?
-Esa sensación de felicidad y plenitud.
-Sí –sorprendida, le contesté, pues así era.
-Ha sido Jasper –me contestó aferrándose a su cintura mientras él la abarcaba con sus brazos. Mi cara de póker les hizo reír a ambos al unísono–. Él tiene el don de poder controlar los estados emocionales de quien le rodea –el aludido asentía, divertido, con la cabeza.
-¿Cómo?
-Jasper muéstraselo –al instante una tremenda pena me embargó por completo. No sabía cuál era el motivo, pero me sentía totalmente desamparada, y de una forma tan repentina como extraña. Y de súbito, todo cambió a la más terrible excitación, sin causa aparente. Estaba como un niño con un colocón de azúcar, ansiosa, nerviosa y muy excitada.
-Ya vale Jass, que al final la lías –él rió, y como quien no quiere la cosa, todos esos sentimientos tan desbordantes y exagerados al límite, desaparecieron–. Anda Bella vamos dentro, tenemos mucho que hacer si queremos encontrar a Edward –dio unos pasos hacia mí, los justos para agarrar mi mano y tirando de ella, entramos en la casa seguidas de Jasper.

Sé que había estado con anterioridad allí, pero apenas si lo recordaba. Un gran recibidor decorado con un gusto exquisito, en tonos claros, y con unos lujosos sofás de cuero negro al fondo nos recibieron. Más allá un esplendoroso piano de cola también negro llenaba un rincón. Alice me condujo hacia la izquierda, y fuimos a dar a lo que parecía un estudio con un par de pc´s sobre unos escritorios, y las paredes llenas de estanterías con libros. En el centro había una mesa rodeada de varias sillas. Un gran ventanal al fondo daba al jardín. En uno de los pc´s había sentado un chico de anchas espaldas y cabellos negros como el azabache, que al entrar en el estudio se giró y me sonrió. Se puso de pie, y pude ver su enorme envergadura, pues era casi un gigante. Pero para nada amenazante, la sonrisa que se perfilaba en su boca me dio confianza. La palidez de su piel y el color dorado de sus ojos me dio la pista para adivinar que se trataba de otro miembro de la familia.
-Así que tú eres la famosa Bella –me saludó con un gesto franco. A pesar de su tamaño, su rostro se asemejaba al de un niño ingenuo–. He oído hablar de ti mucho en los últimos tiempos, sobre todo al pesado de Edd. Lo tienes bien pillado.
-Él es Emmet, nuestro hermano –Jasper me lo presentó.
-Hola Emmet, encantada –le correspondí a su saludo lo más cordial que pude, parecía buena gente.
-¡Pero…! ¿Cómo os habéis atrevido a traerla aquí? –Una voz estridente y enfadada llamó nuestra atención desde la puerta. Al girarme me encontré con la belleza personificada, embutida en un sencillo y elegante vestido rojo, y con una esplendorosa melena rubia cayéndole por la espalda. Otra vez se repetía la palidez de la piel, y los ojos dorados. Pero en esta ocasión oscurecidos por un odio mal contenido mientras me observaba. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, recordando a la rubia que me atacó en el camino.
-Tranquila mi amor. Mejor nos vamos, ¿sí? –Emmet la intentó contener mientras se acercaba a ella. Al pasar a mi lado me guiñó un ojo, aun divertido, a modo de disculpa.
-Mejor será. Me pone enferma solo pensar que Edward ha preferido a… eso, antes que a Tanya. Es que ni siquiera es mona –una mirada de asco fue lo que me dedicó de despedida mientras el grandullón la agarraba por la cintura y se la llevaba de allí.
-disculpa a Rosalie, nuestra otra hermana. Tanya y ella eran muy amigas, y le ha afectado mucho su desaparición –se disculpó Alice.
-¿Tanya?
-Sí, la rubia que te atacó. Pero no tienes que preocuparte por nada, Rosalie no es ningún peligro para ti. Ven, quiero que veas una cosa –así quedó zanjado el tema.

Alice me invitó a sentarme en una de las sillas y se sentó a mi lado, con Jasper detrás. Encima de la mesa había un bloc de dibujo junto a unos lápices. Cogió el bloc y pasando unas hojas, me enseñó un dibujo.

-Quiero que te fijes bien en este dibujo. Es un lugar que seguro que conoces. Tómate todo el tiempo que necesites, pero míralo bien. Lo he visualizado en una de las visiones que he tenido en los últimos días de Edward. Él está, o ha estado en el interior de esa cabaña, mirando durante horas una foto de vosotros dos.

Al coger el bloc y mirar aquellos trazos a lápiz dados con rapidez sobre el papel blanco, en cuestión de un segundo lo reconocí. No me hizo falta más tiempo, ni más detalles ni explicaciones. Tenía ante mí un boceto mal trazado de la cabaña del lago Michigan que Edward había comprado para nosotros. A mi mente vinieron recuerdos ya olvidados de la última vez que estuve allí con la pandilla. Y de la foto de nosotros dos que coloqué encima de la chimenea, junto a la de nuestros padres. El recuerdo de aquel día se coló sin permiso en mi mente. Fue por la tarde, mientras el resto estaba en la playa, cuando coloqué aquella foto en el portafotos para darle una sorpresa. Entonces estaba esperándolo en su primer permiso, justo antes de que lo mandaran a África. Justo antes del accidente. Dos silenciosas lágrimas cayeron por mi rostro recordando aquellos días. Y Edward ahora estaba allí, con esa foto entre sus manos, tal vez rescatando de su maltrecha memoria los momentos felices vividos en aquella cabaña, que eran muchos. Se había escondido de mí en un lugar donde todo le recordaría a mí. Ahí tenía otra prueba más de que no me había abandonado porque no me quisiera.

-Bella, ¿estás bien? –Jasper me sacó de mi ensimismamiento. Al momento una oleada de tranquilidad y sosiego me invadió. Comprendí que era cosa de él.
-Sí –lo tranquilicé.
-Has reconocido el lugar, ¿verdad? Y te ha traído muchos recuerdos, unos buenos, y otros no tan buenos.
-Así es. Esta cabaña está a unos cuantos kilómetros de Chicago, él la compró para regalármela, antes de alistarse en los marines.
-Pues está allí –me confirmó Alice.
-Entonces estamos perdiendo el tiempo aquí. Cuanto antes nos pongamos en marcha hacia Chicago, antes lo encontraremos.

Nos miramos los tres, estábamos de acuerdo, y nos pusimos en marcha. Al salir a la entrada buscando el coche de Mia, sin maletas ni nada, nos tropezamos con el doctor Cullen y la que me presentaron como su esposa. El rol de los vampiros de una belleza insuperable, pálidos y de ojos dorados se repetía, una vez más en Esme. Me la presentaron cordialmente, tal como ellos dos me recibieron. Brevemente les pusimos al tanto de nuestros planes, y accedieron a acompañarnos al aeropuerto en el coche de Carlisle, un flamante mercedes negro que reducía a la nada al utilitario de Mia. Yo conduciría el coche de Mia hasta Forks, en donde había quedado con ella a través de una llamada al móvil, para que lo recogiera y poder volver a Seattle. Aparqué en la calle principal del pueblo y rápidamente bajé del coche arrastrando mi maleta del viaje a Denver, para darle las llaves, sin darles opción alguna de preguntarme dónde iba en un mercedes lleno de vampiros. Tan solo le dije a mi amiga que no se preocupara por mí. Subí al coche y nos pusimos rumbo al aeropuerto. Nuestros billetes para Chicago ya estaban reservados.

El viaje fue tranquilo, pero yo cada vez estaba más excitada conforme nos acercábamos a Chicago. Jasper lo notaba, y desplegó un halo de tranquilidad para mí, calmando mis nervios. Desde luego este chico era todo un tesoro para una de esas personas eternamente nerviosa. Ya en el aeropuerto, mientras Jasper alquilaba un coche para trasladarnos hasta la cabaña, Alice y yo hicimos unas cuantas compras. Para ellos algo de ropa, pues querían disfrutar de la ciudad en solitario una vez que me dejaran con Edward. Y para mí decidió invertir todo su potencial en preparar una velada romántica en la cabaña para sorprender a Edward, pues estaba completamente convencida de que todo iría como la seda. Eso me dio más tranquilidad aún que el efecto sedante de Jasper. Y despreocupadamente me dejé arrastrar por ella, comprando velas perfumadas, unas cuantas rosas, unos aceites balsámicos, algunas prendas de seda para lucir tres minutos en  la cama,… en definitiva, cosas para asegurar una noche brillante entre dos amantes.

Alguna que otra hora después estábamos en el coche con todas las bolsas en el maletero, y dispuestos a meternos en la autopista del noroeste con dirección a Milwaukee. Le fui indicando a Jasper por dónde debía de ir desviándose hasta que llegamos a la puerta de la cabaña. Se notaba que el lugar había estado descuidado en los últimos años, y por un momento pensé que Alice se había equivocado y él no estaba aquí. Pero al bajarse del coche asintió triunfante delante de la cabaña, afirmando que era el mismo lugar de sus visiones. Y el aire traía ciertos matices de su rastro, al menos eso me confirmaron los dos vampiros. Él estaba aquí.
Debajo de una tabla suelta del porche teníamos escondida una copia de la llave de la puerta. La saqué y abrí. La cabaña estaba vacía, una fina capa de polvo cubría los muebles. Todo estaba tal como yo lo había dejado hacía ya tanto tiempo. Todo menos nuestra foto, que la encontré en el sofá de delante de la chimenea. Recordaba perfectamente que la dejé sobre la repisa de la chimenea, entre las fotos de nuestros padres.  Me senté en el sofá y cogí la foto, la miré intentando evitar que unas traicioneras lágrimas corrieran por mis mejillas. El pensar que él había estado ahí mismo sentado con esa foto nuestra entre las manos, mirándola durante horas, me hizo comprender por qué me había abandonado. Comprendí lo que yo significaba para él, y por qué había elegido renunciar a todo lo que sentía por mí.

-No te preocupes Bella, no está muy lejos, lo encontraremos –Alice había posado su mano en mi hombro dándome el apoyo que necesitaba–. Esta mañana he tenido una visión donde lo he visto en la oscuridad de una cueva o algo parecido. ¿Hay por aquí alguna cueva?
-¡Sí! –Enseguida vinieron a mi mente las grutas de los acantilados que descubrimos en uno de nuestros paseos por los alrededores–. No lejos de aquí hay unas grutas, se llegan a ellas fácilmente por uno de los senderos del bosque –me puse de pie, dejando con suavidad el marco encima de la repisa.
-Bien, pues vamos para allá, él está allí.
-¡Vamos!

1 comentario:

aras dijo...

de verdad que ha estado este capitulo muy tierno me ha encantado mucho esperemos que pronto ya esten juntos que emocion besos