25/3/21

Desde el asiento del copiloto

 Sociedad, definición: “Conjunto de personas que se relacionan entre sí, de acuerdo a unas determinadas reglas de organización jurídicas y constantes, y que comparten una misma cultura o civilización en un espacio o un tiempo determinados.”

Bajo mi punto de vista siempre he englobado el concepto de sociedad a nivel mundial, pero viendo esta definición, la primera que me ha ofrecido el buscador en internet, denoto que es algo más local. Bien lo dice la definición que está sujeta a la cultura. Imposible englobar con unos pocos parámetros la diversidad cultural mundial.

Pues bien, en la actualidad hay un concepto nuevo (y antiguo a la vez, que ha condicionado a las distintas sociedades de las distintas épocas a lo largo de los siglos) que ha logrado transformar las distintas sociedades a lo largo del planeta. Sí, la pandemia.

Ayer mismo salí con mi marido a una consulta médica en un hospital. Iba sentada en el asiento del copiloto como siempre, observando el tráfico, las calles, las personas. Y ya no somos los mismos de antes de la pandemia. En China, sin hacer referencia a este país por ser el origen o no del COVID-19, desde hace mucho tiempo se hace uso de la mascarilla de forma habitual de la gente por la calle. A grandes rasgos dicho uso era en las ciudades a causa de la contaminación atmosférica. Pero da qué pensar que esa sociedad china tan hermética tanto por su idiosincrasia como por el gobierno que tienen, utilicen esa prenda desde hace años con las connotaciones que tiene, haciendo alusión a la similitud con una mordaza, referente de esclavitud, símbolo de libertades mermadas. 

El uso de mascarilla es obligatorio prácticamente en todas las sociedades actuales, no ya por ley, sino porque nosotros mismos como individuos no nos sentimos cómodos ya sin ella. Todas, absolutamente todas las personas que desde mi asiento de copiloto vi ayer, la llevaban. Los niños en el recreo en los colegios, los profesores que los tutelaban en el patio. La gente andando por las aceras, paseando al perro, con las bolsas de la compra. El cartero en su ciclomotor, el policía dirigiendo el tráfico. Los abuelos sentados en los bancos de los parques, guardando la distancia conveniente,... TODOS. Y más allá de su uso por la pandemia, es ya algo mimetizado en nuestro subconsciente. Igual que guardar la distancia de seguridad entre nosotros. Los negacionistas dirían que nos han quitado la voz y nos han aislado. Desde la primera vez que me puse una mascarilla, que fui reacia a ponérmela por el hecho de sentirme ridícula con ella, pensé que un simple trozo de tela en la boca no podría callarnos. Hay que tener muy poco carisma para dejar que una mascarilla nos calle. De hecho, en los dos colegios donde pude ver en el patio a los niños disfrutando del recreo (el primero un colegio de pueblo, el segundo de ciudad), la actitud de estos era la misma. Llevaban sus mascarillas puestas, de colores y dibujos acorde a sus dueños, mantenían sus distancias de seguridad mientras no ejercían ningún juego o deporte; pero la algarabía, gritos, risas y carcajadas que hacen esta franja de edad en sus juegos era la misma de siempre. Por eso digo, nos adaptamos, cambiamos hábitos si es necesario; pero nuestra forma de ser no va a variar por ello. No debe variar por ser lo que somos. 

En estas sociedades (hago alusión en plural al conjunto de las mismas por diferencias culturales, como he indicado al principio) se cambian ciertos parámetros porque va evolucionando al son que suena, pero siempre habrá una parte nuestra que no podrá ser domada, ni por leyes, ni a la fuerza, ni siquiera con una pandemia. Nuestra naturaleza siempre sale a flote y no debemos olvidar que somos nosotros como individuos los que al unirnos, al poner nuestras similitudes y diferencias sobre la mesa los que formamos precisamente la sociedad.

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