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2/12/23

"Recuerdos de mi infancia", Mi colaboración con el libro de las fiestas de Mazarrón este año.

 Por tercer año consecutivo mando mi granito de arena para el libro de las fiestas de mi pueblo, Mazarrón.

Con un gran agradecimiento al Ayuntamiento, y orgullo os lo dejo aquí.

Y cómo no, os recomiendo visitar mi pueblo si no lo conocéis. En la Costa Cálida murciana os espera un rincón encantador con playas de todo tipo (nudistas, caninas, familiares, deportivas, vírgenes,...) Una gastronomía mediterránea que enamora a todo sibarita que se precie. Rincones de postales (playa, montaña, mina, agricultura, senderismo,...) Tierras añejas con gentes encantadoras. Nos faltaría la nieve para ser perfectos,... ejem...



Recuerdos de mi infancia:

El Mazarrón de mi infancia transcurrió en la década de los´80, cuando su época dorada minera no era más que un montón de monstruosas construcciones abandonadas a la salida del pueblo, donde nos gustaba ir a investigar aquel glorioso pasado.

Entonces estaba en todo lo suyo el tomate, la falta de mano de obra atrajo montones de andaluces con curiosos acentos y ganas de trabajar. En la Calle Italia vivían algunas familias de ellos. Los almacenes del tomate estaban en pleno centro del pueblo y los invernaderos de Coexto a continuación del campo de fútbol, con la radio local enfrente.

28/6/23

28 DE JUNIO, DIA INTERNACIONAL DEL ORGULLO LGTBI


Hoy se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Orgullo LGTBI.
Aún hemos de andar mucho camino para que no importe tanto en nuestra sociedad a quién quiere cada uno. Pues veo ilógico que a la hora de elegir a un profesional en cualquier campo, poco importa con quién se mete en la cama en su casa.
Por eso me quedo con las personas, porque personas somos todos, depende ya de cada uno si normaliza algo natural, porque en la naturaleza es otra opción más para muchos animales, o coaccionas a una persona totalmente capaz, por el simple hecho de escucharse, aceptarse y comprenderse; y buscar la felicidad, que a fin de cuentas es lo que todos buscamos.


EL CAMINO DEL AGUA

El agua siempre encuentra su camino.
Por mucho que nos empeñemos en mover toneladas de tierra y piedras, en hacer desaparecer montañas para rellenar ríos y cambiar cauces; el agua siempre encuentra su camino. Tiene impresos sus propios recuerdos desde que el mundo es mundo, y aunque cambie de estado millones de veces y viaje miles de kilómetros disfrazada de vapor, siempre vuelve a la tierra y corre por ella dibujando los mismos surcos por las mismas vías. Por mucho que la mano humana se empeñe en encauzarla, el instinto natural siempre hace acto de presencia poniéndolo todo en su lugar correcto.
El corazón, es como el agua.
Siempre fue una niña tímida, silenciosa. Por nada del mundo quiso destacar en nada. Apenas si tuvo amigas en la infancia, Isa, la vecina del cuarto F, que más bien iban juntas obligadas por sus madres -dos niñas de la misma edad, pues sí o sí han de ser amiguitas, irán juntas al cole, harán la primera comunión juntas, se echarán novio juntas,...-. Y su prima Sofía, que siendo un par de años mayor que ella siempre fueron uña y carne. Cuando le preguntaban que qué quería ser de mayor, nunca supo qué contestar. Simplemente se encogía de hombros y se imaginaba a sí misma de adulta en las ciudades y lugares que veía por la tele como una persona feliz y libre de ir donde le apeteciera; pero nunca con un oficio específico como Isa, que quería ser modelo, o su prima, veterinaria.
Acababa de empezar aquella loca década de los '80, y con ella un nuevo estilo de vida más liberal y variopinto. Aquello abrió su mente, y poco a poco empezó a entenderse a sí misma y a aceptarse de forma paulatina. Empezó a ver con naturalidad que le atraían más las chicas que los chicos. Y aunque tuvo que salir con un par de chicos para guardar las formas, y casi obligada por la interesada Isa, pronto empezó a distanciarse de ellos, en lo que se refería a relaciones de pareja. Acabó encerrándose en sí misma, centrada en su trabajo y sus clases, pensando que jamás encontraría a esa persona con quien compartirlo todo.
Un buen día conoció en el autobús a Rosa, y desde entonces han estado juntas. Empezó con un descarado flirteo por parte de la atrevida Rosa, que nadie nada más que ella entendió. Flipó con sus miradas, con esos ojos penetrantes que la hacían sentirse especial. En cuanto el asiento de su lado quedó vacío, Rosa se sentó a su lado y el corazón se le aceleró, se ruborizó y apenas pudo contestar cuando le preguntó su nombre. Rosa lo tenía todo estudiado, y sacando su libro de inglés desvió la conversación hacia una inocente charla entre dos compañeras de clase. Nada más lejos de la realidad, aunque eso tan solo lo sabían dos personas en aquel autobús. Salieron de allí como si fueran amigas de toda la vida, y así lo entendió su familia.

22/6/23

ALIGERANDO CUERPO Y ALMA

 


Al ver salir por la puerta a su último visitante, se levantó de su asiento sin ningún disimulo y tirando el cigarro al suelo se dirigió hacia allí con grandes zancadas. Notó los ojos de su compañero clavados en la nuca, y mirando hacia atrás le hizo una señal con la mano para que lo esperara ahí mientras terminaba la cerveza, atento a cualquier movimiento sospechoso. Tenía la vista puesta allí desde que entraron al garito de mala muerte siguiendo una pista, y no se podía ir sin indagar en lo que era un caso de extrema urgencia.

Empujó la puerta con uno de los brazos y se abrió camino hasta el interior. Lo encontró vacío, tal y como esperaba. Ante él se presentaban cuatro cubiles mal iluminados, y empujando cada una de las puertas los fue examinando con su famoso ojo clínico. Todos presentaban el mismo aspecto de decadente dejadez, paredes alicatadas de azulejos que ya no sabían lo que era el agua con jabón, antaño blancos, ahora marrones por el uso. Pero el detective buscaba no en vano ese algo que a cualquiera se le escapa.

Tras la primera puerta que empujó lo recibió un nauseabundo olor de una suerte de líquido verde y rosáceo con tropezones que ocupaba la mayor parte del suelo. Lo descartó con una mueca de asco. Su profesionalidad lo hizo sobreponerse de las arcadas que desde su estómago pujaban por salir, y alargando la mano cogió el rollo de papel que colgaba con un cordel desde una púa en el marco de la ventana. Y sin más preámbulos descartó dos más por el mismo olor, alguna sustancia más desparramada por el suelo de distintas tonalidades amarillas, y las salpicaduras negras que los adornaban. Su instinto de perro sabueso le empujaba a tocar esas irregulares manchas con la punta de los dedos, ver si manchaban e investigar su naturaleza, o si por el contrario formaban ya parte de la decoración de las paredes, resecas, duras y perennes.

25/4/23

El número 48 de la fila

 

Aún no eran las cinco de la mañana, y ya tenía en un viejo cazo el agua hirviendo lista para echarle, una vez más, los restos del café de recuelo. Lo aprovechaba una y otra vez, mientras cambiara el color del agua y le diera un poco de sabor. Apenas era un puñado de posos de café que se las ingeniaba para conseguir en alguna de las casas donde iba a servir, ya que era un bien escaso y muy cotizado. Ya había recogido la casa, que no era más que un cuartito donde dormía con los dos niños anexo a otro un poco más grande, con una chimenea en un rincón donde aprovechaba el fuego para cocinar los días que tenía algo para echar a la olla. Un par de sillas destartaladas y una mesita de madera que había rescatado de un montón de escombros de los bombardeos de la ciudad. El abuelo, a pesar de la escasa motricidad de sus manos, le había puesto una estaca en sustitución de la pata que le faltaba, y afianzando las otras tres, les hacía el mejor de los apaños. Él dormía en un pequeño colchón de lana allí mismo en el suelo, al calor del hogar. Los niños iban todas las tardes, después del colegio, a recoger la madera que pudieran cargar entre los escombros de la ciudad. Los amontonaban detrás del inmueble donde vivían y allí jugaban con el resto de los niños del barrio, no tan ajenos a los tiempos que corrían como les hubiera gustado a sus padres. Muchos eran huérfanos, en el peor de los casos de ambos progenitores, y vivían con los abuelos o algún familiar que quisiera recogerlos.

Hecho el desayuno, había días que tenía algo de leche para hacerlo más sustancioso, e incluso algún chusco de pan para poder mojarlo, Mercedes dejaba a los niños durmiendo a cargo del abuelo y salía aún de noche, discreta y sigilosa, hacia el camino del matadero. Por allí pasaba el batallón de trabajo dos veces al día, por la mañana de ida y de vuelta con el sol ya caído. Los días que tenía algo que ofrecer para sobornar a cierto guardia se acercaba, siempre en el mismo punto de la carretera, para poder ver a su marido al menos de cerca. Eran los menos, la mayoría de los días se quedaba apartada varias decenas de metros y veía pasar la comitiva a los lejos. Los guardias ya sabían de su presencia, y conociendo el trato que tenía con el cabo, la dejaban estar. Ella sabía que si veían algo o alguien sospechoso a esas horas por cualquiera de los caminos que rodeaban la carretera dispararían a matar sin hacer preguntas. La guerra hacía meses que había terminado, el país tardaría lustros en recuperarse, y aún quedaban insurrectos huidos, escondidos en las sierras, que de vez en cuando hacían planes para liberar al amparo de las tinieblas del alba compañeros presos de los batallones de trabajo. Ella tan sólo quería ver cómo estaba el padre de sus hijos, aliviarle la condena en todo cuanto estuviera en sus manos, y vivir con tranquilidad al margen de ideales políticos que bastante mal habían hecho.

Los vio avanzar como de costumbre, uno detrás de otro en el orden que les correspondía. Cada preso tenía un número asignado para su control, y eso se cumplía a rajatabla, les iba la vida en ello. En cuanto veía las figuras perfilándose entre la oscuridad las iba contando lentamente. Uno, dos, tres,... Era el 48 de la fila, ella lo sabía. Lo reconocía incluso sin tener que contarlos, al principio de la guerra había sido herido en la cadera y renqueaba ligeramente. Su porte de galán de cine hacía tiempo que lo había perdido, al igual que su sonrisa y la chispa que brillaba en sus ojos. Ahora era una figura anodina más en una fila de despojos humanos de una guerra entre hermanos.

7/3/23

Me quiere


Los primeros rayos de sol la fueron despertando, y tras un largo bostezo y estiramiento de todo su ser, miró a su alrededor. Su alma se iluminó y en ese mismo instante lo supo, ¡Hoy va a ser mi día! Tomó su desayuno casi con ansias, y a continuación se acicaló con esmero. La noche había sido fresca, con un par de gotitas de rocío bastó para lucir sus mejores galas, su lindo vestido de un verde intenso y su diadema del color del oro, digna corona para la reina de la primavera.

Sobre el medio día aparecieron cogidos de la mano, y se instalaron sobre la piedra redonda, testigo de tantos amores similares. Allí desplegaron, ruborizados, su amor adolescente de caricias y cosquillas, algún torpe beso furtivo, y promesas henchidas con el primer amor. Y entre ellas el ancestral juego de la margarita. Juntos la eligieron a ella, la más bonita de todas y con tacto él la arrancó para ofrecérsela a ella. Entre sus manos la fueron deshojando, esperando con ansias que la hermosa flor les diera el me quiere, para volver a sellar ese amor fugaz con un nuevo beso.



18/5/22

EL ARTE DE CREAR

 Mi participación en la Segunda edición de Relato48, de la Editorial Exlibric.

No es un relato como tal, más bien un monólogo, lo mandé porque seguro alguien del jurado se echaría unas risas con mis tonterías, que es lo único que pretendía.

Y lo que aquí pretendo. Disfrútalo.


EL ARTE DE CREAR:

Son las tres de la madrugada, llevo en el cuerpo cinco cafés y dos manzanillas (no me gusta el té), y aquí no ha aparecido ninguna musa a orientarme con el relato, ni inspiración ni nada que se le parezca. Señores del Relato48 segunda edición, me siento estafada (carita enojada, carita enojada).

Y es que con las frasecitas que nos habéis propuesto este año, no sé qué van a hacer el resto de compañeros, compañeras y esa otra palabra de misma raíz y acabada en “es” que está de moda pero que, como buena defensora de mi lengua materna y de la RAE, me niego a usar. No obstante menciono, no vaya a incomodar a alguien, ante todo el respeto. Retomando lo de las frases, pues eso, que vaya marrón con las frases propuestas y que encima has de elegir una y no la otra. ¡A mí me venían las ideas buenas con ambas frases!, ¿Qué hago?. Hay que tener muy mala baba para poner las bases del concurso así.

3/2/21

GOUMFI

Este enternecedor relato fue el que presenté en el primer concurso de nuestra querida Karol Scandiu. Hoy he querido rescatarlo y subirlo aquí para poder disfrutarlo nuevamente. La portada es obra de mi Dama Bonnie.
GOUMFI:
"BIP... BIP... BIP... BIP... BIP..." Mi cuerpo, perfectamente monitoreado, me daba paulatinamente la bienvenida, después de superar una nueva crisis. El oxígeno llenaba mis pulmones, con dificultad, pero con éxito. Un día más seguía viva. Un día más que le había arrebatado a la muerte, aunque la victoria final todos sabemos quién la gana.
Respiré profundamente, con cierto trabajo, llenando mis pulmones todo lo que pude. Ahora podía oír, aparte del tedioso “BIP” del monitor, leves sonidos que se colaban en mi habitación por la ventana, alguna de las enfermeras la abría dejado abierta, como a mi me gustaba tenerla. El canto de un gorrioncillo se colaba alegremente, con el del viento jugueteando con las ramas y hojas de los árboles del jardín. La claridad de la luz que percibían mis ojos me dio a entender que era un día soleado. Un día de primavera, de los que tanto me gustaban. Levanté trabajosamente una de mis manos, la que me quedaba libre, y aparté la mascarilla del oxígeno. En la leve brisa que se colaba descubrí ciertos matices, todo un festín para mi olfato. Ahí estaba el sofisticado aroma de la albahaca mezclado con el de las amorosas rosas, el dulce jazmín, y cierto toque del caballero don romero. Daría las horas que me quedaran de vida por volver a ver los campos de mi infancia cuajados de todas esas maravillosas flores, inundando con miles de colores el horizonte.
A mi confusa mente vino claramente un recuerdo de mi infancia. Uno que me acompañó durante toda mi vida. Tal vez fuese lo único que a estas alturas de mi vida más echara en falta, Goumfi, mi Goumfi. Hace tantos años que lo perdí, pero jamás lo llegué a olvidar.
Apenas si recuerdo mi primera noche en la nueva casa a donde nos mudamos papá, mamá y yo. Tenía siete años y no quería quedarme sola en aquel cuarto tan enorme, con mi diminuta cama en medio. Mamá cerró la puerta, con la luz ya apagada, a mi mente vinieron imágenes de horrorosos monstruos que salían del armario y de debajo de la cama.
-¡Mami! ¡No cierres la puerta!
-No pasa nada mi cielo, es para que duermas mejor.
-¡No! ¡No! ¡No! ¡No la cierres!
-María, hemos hablado ya de esto. No hay monstruos en tu armario ni debajo de tu cama. La voy a dejar entornada, ¿Vale? Y tú, a dormir.
-Vale, pero deja la luz encendida.
-¡María! Con la luz encendida no puedes dormir. Te voy a dejar la del pasillo.
En cuanto mamá se fue, un leve temblor sacudió mi cama.
-¡¡¡MAMAAAAA!!!
Salí corriendo por todo el pasillo hasta su cuarto, donde dormía papá ya. Lo desperté y me gané una buena reprimenda, pero con toda la paciencia del mundo, me cogió de la mano y me acompañó a mi cuarto. Me metió en mi cama y me arropó.
-Mira pequeña – decía mientras abría las dos hojas del armario y removía la ropa colgada – aquí no hay nadie. Y debajo de tu cama – se asomó, llegando a arrodillarse – tampoco hay nadie.
-Pero papi, la cama tembló.
-¿Sabes qué la hizo temblar? – se había levantado, sentándose a mi lado en la cama, mientras acomodaba las mantas sobre mi cuerpo – tu miedo. Si no tienes miedo, nada raro pasará. Pero como tienes miedo, tu imaginación hará que veas y oigas cosas raras. No tienes que temer nada pequeña, estás a salvo en casa. Y ahora a dormir, es muy tarde ya.
Me dio un beso en la frente y salió del cuarto, dejando la puerta entornada tal como la había dejado mamá antes. Papá tenía razón, allí no había nadie, y más tranquila me acomodé para dormirme, cuando un nuevo temblor de la cama me sobresaltó, esta vez acompañado de un leve gemido. “¡Goumf!” se oyó de debajo de mi cama.
-¡¡¡PAPAAAAA!!!
Salí disparada por todo el pasillo, y a la mitad papá me detuvo.
-¡Ya está bien María! – Cuando papá me llamaba por mi nombre, es que estaba enfadado – En tu cuarto no hay nadie. – Decía con su voz autoritaria mientras entrábamos – ¿Ves? – me hizo asomarme debajo de la cama.
-¡La cama tembló otra vez, y también me gruñó!
-María ya vale, a dormir o me vas a hacer enfadar de verdad.
Volvió a meterme en la cama, a arroparme, a darme su beso de buenas noches, y a dejarme sola. Y esta vez no podía salir de la cama, así que me senté apoyando la espalda en el cabecero y mis rodillas en el pecho, rodeando mis piernas con mis brazos, y con los ojos como platos esperé otro temblor o gemido de mi cama. Temblor que no llegó, o por lo menos yo no lo noté. Y mientras me repetía una y otra vez que no debía de tener miedo o me imaginaría cosas raras, el sueño fue venciéndome. Entre sueños noté que alguien me acomodaba en la cama y me tapaba, acariciando levemente mi mejilla, mientras me parecía oír dos o tres “goumf” a mí alrededor.
Las siguientes noches fueron más tranquilas, la cama no volvió a temblar, pero en mitad de mis sueños oía esos “goumf”, que lejos de asustarme, eran como una nana con la que sentirse tranquila. Hasta que una noche una de mis manos quedó colgando fuera de la cama, y justo antes de llegar a dormirme del todo, sentí como otra mano me la agarraba suavemente. Abrí los ojos de golpe, pero en vez de salir corriendo a buscar a papá, con la consiguiente regañina, me quedé quieta allí, con esa mano suave y cálida cogida de la mía. De cuando en cuando un “goumf” se oía debajo de la cama, inspirándome tranquilidad. Y así me dormí, pues no me atreví a quitar mi mano de allí. La siguiente noche, una vez en mi cama y con mucha curiosidad, dejé mi mano colgando, y a los pocos minutos volví a sentir el tacto de aquella, tan acogedor. Me acostumbré a dormir así, con mi mano cogida por el monstruo que había debajo de mi cama –dijera papá lo que dijera– y con sus “goumfs” como nana.
Con el paso de los años llegué a hablar con mi monstruo, bueno, yo hablaba, él me contestaba siempre con un “goumf”. Pero sabía que me escuchaba y me entendía. Una noche, después de contarle un chiste que había oído en el colegio, y tras varios “goumfs” seguidos, que yo interpretaba como su risa, al darles las buenas noches lo llamé Goumfi. Él me apretó la mano tiernamente, le gustaba el nombre que le había puesto.
Desde entonces Goumfi y yo fuimos compañeros de cama, yo encima y él debajo, unidos por el simple contacto de nuestras manos, y de nuestras conversaciones. En alguna ocasión quise verlo, y agarrando fuertemente su mano me asomaba debajo de la cama, pero él siempre lograba zafarse de mi agarre, y nunca pude verlo.
Con diecisiete años me fui a la cuidad a estudiar. Tan solo dormía en casa los fines de semana, y algunos días en vacaciones. Y ahí estaba Goumfi, debajo de mi cama esperándome. Aunque él jamás lo llegó a reconocer (a través de sus “goumfs” llegué a descifrar sus respuestas) sé que me echaba de menos esas noches que no dormía allí. Y sé que las noches que sí dormía en casa, al dormirme él acariciaba con su dulce mano mi cara y mi cuello, y peinaba mi cabello con sus dedos.
Cuatro años después, volví a casa a pasar la que sería mi última noche allí, pues al día siguiente me casaba e iría con mi marido a vivir al extranjero. Aquella noche fue la última que pasé con Goumfi, y él a su modo se despidió de mí.
Jamás volvió debajo de mi cama, a pesar de que a los cuarenta y tantos años enviudé, y volví a casa con mis hijos para vivir con mis padres. Recuperé mi cuarto con la misma cama. Y de allí me sacaron mis hijos hace unos meses, al sentirse incapaces de cuidar de mí por mi avanzada edad.
Él jamás volvió. Y yo jamás lo olvidé, teniéndolo presente en mi día a día. En todos los reveses que me daba la vida, yo siempre me hice la fuerte, y con un “goumf” me animaba a seguir con mi vida.
“BIP... BIP... BIP BIP BIP BIP”
Una nueva crisis se adueñó de mi cuerpo, haciéndome temblar mientras el aire se negaba a bajar a mis pulmones. Estaba angustiada, me dolía el pecho. Enseguida acudieron dos enfermeras y un médico.
-¡Ha entrado en paro cardíaco otra vez!
“BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP”
Desde la cama sentía cómo el médico se afanaba en traerme, una vez más, a la vida, inyectándome cosas por la vía de mi brazo, y en última instancia con el desfibrilador sobre mi pecho. Las descargas eléctricas recorrían mi cuerpo, haciéndolo saltar en la cama.
“BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP”
Dos, tres veces. El tiempo corría en mi contra. La muerte cerebral era ya inminente, pero el médico seguía intentando reanimarme.
“BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP”
Mi brazo libre caía fuera de la cama, y lo oí. El único sonido de todo el universo capaz de calmarme y hacerme sentir bien. Un familiar y casi olvidado “goumf” se oyó debajo de la cama, y una añorada mano agarró la mía, infundiéndome la calma que necesitaba en esos momentos.
“BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP”
En uno de esos saltos de mi maltratado cuerpo por efectos de la corriente eléctrica mis ojos se abrieron, y por primera vez en veinte años mis ojos volvieron a ver.
“BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP”
Vi los médicos, que ya eran dos, trabajando sobre mí. Vi a dos enfermeras detrás de ellos pendientes de todo. Y vi un ser de luz, radiante, armónico, espléndido, hermoso, mirándome a través de los dos pedacitos de cielo que tenía por ojos, agarrado con fuerza a mi mano.
-Goumfi – mis labios, resecos, temblando, apenas si lograron articular su nombre. Él había regresado a mí.
-No tengas miedo María, yo estoy contigo, – oí su aterciopelada voz, acariciando mis oídos. Su otra mano se alargó hasta posarse sobre mi marchita mejilla – siempre he estado a tu lado, jamás te abandoné. ¿No me sentiste día tras día contigo? – sus labios se transformaron en la sonrisa más hermosa que jamás había visto, dejando al descubierto sus perfectos dientes – Ven, sígueme – tiró suavemente de mí, y ya libre de todos los cables que me rodeaban, libre del molesto “BIP” del monitor, y libre de los médicos; le seguí.
Un melodioso “goumf” salió de su garganta, guiándome a su lado, mientras su mano y la mía permanecían agarradas la una a la otra, recuperando para siempre el suave y cálido tacto del monstruo de debajo de mi cama.

30/10/15

La noche de Todos los Santos hay fiesta en mi casa



LA NOCHE DE TODOS LOS SANTOS HAY FIESTA EN MI CASA






Así es. Y yo no he invitado nunca a nadie.
Todo empezó hace ya unas cuantas décadas. Recuerdo aquella noche, unas semanas antes del último día de octubre como si fuera ayer. Al atardecer ya estaba apostada sobre mi chimenea aquella enorme ave nocturna, más negra que la noche misma. Y cuando las tinieblas del ocaso engulleron por completo todos los restos del día, cayendo sobre el pueblo la más absoluta oscuridad, empezó a ulular lenta, rítmicamente, lo suficiente como para no dejarme pegar ojo en toda la noche. La casa cruje con cada paso que das por sus suelos, pero en el silencio de la noche cruje mucho más. Así que lo que faltaba para acompañar esos crujidos, era el maldito pájaro ahí fuera.

Así pasó una noche tras otra hasta que a la cuarta, apareció el primero apoyado en la barandilla de las escaleras que suben a mi portal. A priori no noté nada raro en aquella figura humana la primera vez que la observé desde el ventanal del salón. Por la mañana había desparecido y no volví a acordarme de él hasta que volví a casa ya oscuro. Había sido un día muy largo, y aquella silueta recortada bajo la tenue luz de la farola me hizo dudar si entrar en casa o pasar de largo y avisar a alguien. Pero conforme me iba acercando se me hacía cada vez más familiar, hasta tal punto que al pasar por su lado, subiendo no obstante los escalones deprisa y de dos en dos, lo reconocí.

27/11/14

La piedra blanca



Él, me miraba siempre con los ojos llenos de promesas. Yo, le decía con mi mirada que no podía, que lo nuestro era un imposible. No. Más bien una prueba a superar.

Un día, se acercó a mí y sacando la mano del bolsillo, me la tendió con el puño cerrado. Hasta que no puse la mía con la palma hacia arriba no se movió. Entonces abrió el puño y dejó caer en mi palma una pequeña piedrecita blanca, ovalada. Me dedicó la última de sus miradas y desapareció.
Nunca más lo vi.
En mi celda guardo, como mi tesoro más preciado, aquella piedra. Y cada vez que la veo recuerdo aquellos ojos llenos de promesas, que nunca tuvieron la más mínima oportunidad de cumplirlas.

A pesar de que lo amé con todo mi ser, mi compromiso con mis votos fue lo que me retuvo, y nunca quise creer aquellas promesas veladas. No sé si a él le pasaba igual. Tan culpable fue por no dar un paso hacia delante, como yo por callar y dejar pasar el tiempo.

Hoy lo traen de cuerpo presente, vestido de un blanco impoluto con olores a santidad, a su última morada, aquí en la cripta del monasterio.

Cuando la ceremonia haya terminado y los vivos vuelvan a sus quehaceres, lejos ya de los que duermen el sueño eterno, me acercaré a su tumba, y le devolveré su corazón. Aquel mismo que una tarde me entregó con la forma de una piedra blanca ovalada, y que desde entonces ha permanecido a mi lado, siendo el vivo soporte para el mío propio. Y en esa tumba, desde ahora, descansarán estos dos viejos corazones, consagrados a Dios, y al amor más puro y sincero que jamás haya existido en el mundo.


6/1/14

Cuento de Navidad cuando ya se ha acabado

Este cuento ha salido en un intento de hacer en el último día (pa variar) el segundo reto del blog de Acompáñame, y como todo lo que se hace así, deprisa y corriendo, pues no tiene mucho sentido. Aun así aquí lo dejo, como casi siempre me gusta meter algo reivindicativo o que haga pensar, pues es otro de mis cuentos absurdos sin sentido y con una manida moraleja, pa rematar la Navidad. Así que advertidos estáis si os decepciono.

El perro de los Reyes:

Teco está frenetico, como todos los 5 de enero. La cocina es un ir y venir de sirvientes con bandejas llenas de comida durante todo el día, cocineros concentrados en guisos de increibles sabores, reposteros hasta arriba de azúcar y chocolates de mil colores,... Siempre hay alguna miguita de bizcocho, algún trocito de carne, o taquito de queso que se les escapa, ¡y ahí está él para recogerlo! Ese es su lugar favorito de toda la fábrica de juguetes, pero sobre todo este mítico día cobra magia propia, más incluso que el propio almacén de mercancías de sus dueños. Éstos acostumbran a dar un grandioso almuerzo antes de salir en la única noche al año que trabajan, digamos, de cara al público. Justo después de este almuerzo con todos sus pajes, mecánicos, sirvientes, mozos de almacén, jugueteros y demás personal de la fábrica; los acontecimientos se desencadenan y la magia hace acto de presencia para que ellos puedan estar presentes en todos los actos donde millones de niños los esperan con ilusión.

Teco es el perro guardián de los Señores de Oriente. Lleva con ellos desde que era un cachorrito. Con un gran lazo rojo al cuello y en una caja forrada de colores de fantasía, iba a ser el regalo especial para una niña acomodada que se había encaprichado de él un par de días antes. Pero solo fue eso, un capricho pasajero de una cría consentida; pues cuando llegó a su poder ni tan siquiera fue capaz de pasarle la mano por la cabeza y brindarle una caricia, la caricia que con sus enormes y expresivos ojos chocolate le estaba suplicando. Ya había despertado  demasiado temprano a su nueva familia y la niña bajó ansiosa a ver sus regalos antes de que saliera el sol, antes incluso de que los Magos terminaran su labor. Y antes del amanecer, Teco ya fue atado a una gruesa cadena en un rincón olvidado en la parte trasera del patio. Fue Mel el que lo descubrió justo antes de dar por finalizada su tarea de aquella noche, y apiadándose del pobre cachorro, lo rescató.

Desde entonces Teco vive con los Reyes Magos, y como os iba contando antes, hoy corre frenético atento a no estorbar ni provocar accidente alguno por toda la cocina, esperando que algo comestible se le escape a alguien, y poder saborearlo. Y cuando todos estén ya sentados en la mesa, él se pondrá a los pies de Balta, pues sabe que el Rey negro siempre le echa algún trocito suculento. Y cómo no, a la hora de los postres es Gaspi quien terminará corriendo detrás de él para untarle el hocico de nata, siempre lo hace.

¡Qué dura es la vida del perro de los Reyes Magos! Gracias a su generosidad no se convirtió en uno de esos animalitos que al cabo de los meses crecen, pierden toda su gracia, y acaban antes de las vacaciones de verano abandonados en cualquier carretera.


9/10/13

Aprieta el gatillo

Microrrelatos espontáneos:


Aprieta el gatillo:

Era tanta la desesperación que no calibró el alcance de sus actos, simplemente apretó el gatillo. Un sonido grotesco se oyó entre sus manos, y el animal luchó con sus uñas para librarse del abrazo mortal al que la odiosa niña lo sometía.

–¡¡Mamiiii!! ¡Yo quero el atito!
–Te he dicho mil veces que bastantes animales tenemos ya en casa con tu padre –risas comprometidas de la dependienta de la tienda de animales, intentando recuperar el cachorro de las manos de la cría–. Así que suelta el gato ahora mismo y vámonos, que va a empezar el Duque y yo con los platos aún sin fregar.

7/4/13

Abre los ojos


Abre los ojos




“El camino hacia el fin es duro, aun cuando se busca”


Abrió los ojos, y al momento el peso de la realidad cayó sobre ella, como si una lápida funeraria fuera.
Estaba en la cama de un hospital, conectada a cables y tubos. Su muñeca izquierda, atada con unas esposas a la barandilla de seguridad de la cama. La cabeza le iba a estallar de dolor. Y justo al lado de ese dolor, todos los recuerdos estaban también allí presentes, haciéndole el mismo daño de siempre. Ni tan siquiera le habían dado la más mínima oportunidad de poder llevar a cabo sus planes, había elegido su opción, y Dios sabe que había intentado llevarla a cabo. Pero en el último momento alguien se interpuso entre la muerte y ella, y no la dejó terminar su trabajo.
Unas silenciosas lágrimas corrieron por sus mejillas desde sus ojos, sin permiso ni previo aviso. No eran lágrimas de tristeza ni de dolor. Eran de rabia. La misma rabia que la había empujado horas, tal vez días, pues no sabía cuánto tiempo llevaría allí, antes a hacerlo. Una inmensa rabia, fruto se su enojo con la vida, y con toda la raza humana. Ella simplemente quería ser feliz, como cualquiera. Y la puta vida se reía y burlaba de ella siempre, poniéndole al alcance de sus manos toda esa felicidad, y en el momento que iba a asirla fuerte, se la arrebataba. La puta vida siempre se la arrebataba.

La puerta de la habitación se abrió, e instintivamente cerró los ojos, no quería ver a nadie, y mucho menos hablar con nadie, con cualquiera de los médicos que la iban a tratar, otra vez. Oyó unos pasos que se aproximaban a ella, los justos que separaban la cama de la puerta. El sonido de un cuerpo pesado sentándose en el sillón al lado de la cama, y un bronco suspiro de resignación que llenó el espacio de un desagradable olor a tabaco. La curiosidad la corroía por dentro, tanto o más incluso que el dolor, y por un instante estuvo a punto de abrir los ojos. Instante que se esfumó con la voz cavernosa, fría y cortante que salió de su acompañante.

-Si abres los ojos para verme, será lo último que veas en tu desgraciada vida. Piénsalo bien antes de hacerlo, porque sé que a pesar de lo que has intentado antes, no quieres esto. No aun.

El instinto, o tal vez fuese el miedo, la hizo apretar los párpados, corroborando así las palabras del extraño. Los apretó hasta que su boca se abrió al elevar las mejillas para apuntalar sus párpados bien, y con la misma fuerza gritó. Con toda la potencia de sus pulmones. Mas ni un solo sonido salió de su garganta. Una mano grande y helada tapó su  boca, impidiendo así que saliera todo su miedo y dolor de ella. La misma mano le impidió tomar aire, y entonces sí fue cuando empezó a sentir miedo de verdad.

-¿No era esto lo que querías? ¿Lo que buscabas en la bañera? Pues hoy es tu día de suerte. Lo vas a tener, y te lo voy a servir en persona.

Los pulmones le dolían, intentando en vano buscar aire para llenarlos mientras se replegaban sobre sí mismos por el vacío. Luchó como una fiera, intentando soltarse de las esposas, mientras sentía que le cortaban la muñeca, dañando su piel en un gran corte de donde manaba la siempre escandalosa sangre. Su brazo derecho quedaba aprisionado bajo lo que ella supuso era el corpulento cuerpo de aquel hombre que ya la sujetaba por los hombros, riendo sobre ella, exhalando en cada carcajada su pútrido aliento, que la helaba. La risa, semejante a la de las hienas, de su torturador se le clavaba en los tímpanos, haciendo que estos le martillearan hasta las sienes.
Los segundos pasaban y todos sus esfuerzos por librarse, por respirar empezaban a agotarla. Se sentía sudorosa, mojada. Todo su cuerpo era un río de lágrimas, sudor y sangre. La empapaban.

-¡Oh! Vamos, no te resistas. ¿Acaso no era esto lo que deseabas? ¿No tenías una buena razón para hacerlo? Pues entonces sé consecuente con tu elección y afronta tus actos. Ahora no me vengas con que tienes miedo. Solo tienes que abrir los ojos y dejarte llevar. Ven conmigo a mi reino, y te haré mi reina. Vamos, abre los ojos.

Todo lo tuvo claro en ese momento. Si abría los ojos, moriría. Sacudió su cuerpo debajo de su captor con las pocas fuerzas que le quedaban en su diminuto organismo. Luchó como un animal herido por quitárselo de encima, pero le iba ganando el terreno. Se sentía atrapada, sin poder respirar. Y cuando pensaba que las cosas no podían empeorar, lo hicieron. Sintió la lengua sucia, viscosa y fría del tipo pasearse por su cuello. El aliento, también frío, la acariciaba brutalmente, despertando en sus entrañas las ganas de vomitar.

-Sé que te gusta, así que solo déjate llevar.

El frío iba adueñándose de su cuerpo allá por donde esa maldita lengua la iba babeando.

-¡Abre los ojos y mírame, zorra!

Le increpó a gritos, dejando ver entre sus palabras toda la oscuridad y maldad del alma. Dejó de luchar, agotada. Sabía que era ya una batalla perdida.

-¡Abre los ojos!

Sus párpados se relajaron. Ya no los apretaba con la fuerza de antes. Y las esposas dejaron de herirle la muñeca, donde un enorme corte sobre las venas sangraba sin pausa.

-¡Maldita sea! ¡Abre los ojos, por el amor de Dios!

La voz a su lado ya no era cavernosa, sino apremiante. Su boca estaba libre de la mano gigante que le impedía respirar. Con ansias, llenó sus pulmones de aire, del tan necesitado oxígeno para poder vivir. Sintió cómo tiraban de su cuerpo, y en un chapoteo la cogieron en brazos. Sentía su ropa mojada pegada al cuerpo, haciéndola tiritar de puro frío. Ya no se sentía atada a la cama, sin embargo sí sentía que le apretaban la muñeca herida, causándole un enorme dolor. Ese dolor la hizo gritar, y en esa ocasión de su garganta sí salió un grito, como el del primer llanto de un bebé cuando nace. El llanto que le trae a la vida.

-Vamos, sé que estás ahí, te acabo de oir. Abre los ojos, solo para confirmármelo. Por favor, ábrelos.

Ya no era la voz de antes. Esta era una voz amiga, impregnada con tintes de miedo, ruego, y esperanza. Una voz que la esperaba ahí, al otro lado, dándole seguridad.
Y lentamente los abrió.
Sus ojos vidriosos, perdidos, buscaron enseguida los de su salvador. Éste, por su parte, la miraba clínicamente, estudiándola. Una mirada del azul del cielo, limpia y trasparente. ¿Sería esa la señal que durante tantas noches esperó? ¿El rayo de luz que tantas veces había clamado al cielo? ¿El camino que la devolvería a la vida?

-Gracias. No temas nada, estás a salvo. Ahora ciérralos si quieres y descansa. Yo cuidaré de ti.

Aquel desconocido que le habló mientras apartaba el pelo mojado de su frente le inspiró toda la confianza del mundo. Sabía que no le mentía, y que cuidaría de ella. Tragó saliva atropelladamente mientras la envolvía en una manta. Miró su muñeca herida, la tenía vendada. Se agarró con la mano buena a la chaqueta de su salvador, como si se agarrara a la vida, y sin miedo alguno, sabiéndose lejos del primero, cerró los párpados, agotada. A lo lejos ya, lo oyó dando instrucciones a alguien. Pero no entendió nada, ni quería en esos momentos saber nada.

-La tenemos, hemos llegado a tiempo. Estaba inconsciente en la bañera, pero al parecer no ha perdido mucha sangre, y ha vuelto en sí. El corte es profundo, esta chica iba en serio. Será mejor que nos vayamos. Ve despejando la entrada y abriendo las puertas de la ambulancia. Si hay algún familiar puede venir con nosotros. Cuando se recupere va a necesitar mucho apoyo y comprensión de todos ellos.

5/1/13

Noche de Reyes



NOCHE DE REYES

Pedrito se había propuesto aquella noche no dormirse. A pesar de que se encontraba realmente cansado después de estar toda la tarde en la cabalgata de  Reyes, y después había estado jugando con sus primos hasta bien tarde. No quería, no podía ceder ante el cansancio esa noche. Él les demostraría a Juan, Nacho y hasta a la mismísima Emma que Melchor, Gaspar y Baltasar sí existían; y que aquellos rumores que habían llegado a los oídos de Emma a través de su hermana mayor, eran falsos. No, él no caería en esa burda falsa. ¡Que los Reyes eran los padres! Si su padre era uno de los Reyes Magos, se iba a pasar los días enteros en la obra pegando ladrillos. E iba a seguir su madre limpiando las oficinas del banco todas las tardes. ¡Ja!
Pedrito sabía perfectamente que ellos tres, los Magos de Oriente que todos los años le traían aquello que más ansiaba, eran reales. Tan reales como la paja que él, agradecido, les dejaba a sus camellos para que repusieran fuerzas durante la noche más importante del año. Y a cada una de sus Majestades les dejaba lo que más les gustaba. De sobra era sabido que a Melchor le encantaban las naranjas, a Gaspar el fuet, y a Baltasar el chocolate, de ahí su color de piel.
Pedrito sonreía pensando en esos manjares que a él también le volvían loco, y así se mantenía despierto, hasta que destapado para que el frío no lo dejara dormir, dejó de oir a sus padres por la casa. Ya se habían acostado. Sigiloso como un felino y con su cámara de fotos en la mano, salió de la cama y descalzo se dirigió al sofá que quedaba justo enfrente del árbol de navidad. Debajo estaba la mesita llena de paja, naranjas, fuet y chocolate que él mismo se había encargado de preparar para que tan ilustres visitantes se sintieran como en casa cuando vinieran a dejarles sus regalos.
La noche era fría y mamá ya había apagado la estufa, así que tuvo que taparse con la mantita para que el castañeteo de sus dientes no lo delatara. Quería pillarlos in franganti para poder hacerles una foto, fiel prueba de su existencia ante sus amigos, y ante Emma. Las horas empezaron a pasar lentamente, y a Pedrito cada minuto se le hacía eterno. Sus ojitos se le cerraban y era más difícil levantar los párpados cada vez que estos se les desplomaban de puro cansancio. Y en ese esfuerzo estaba, ya prácticamente vencido ante el sueño, cuando un ruido proveniente del pasillo lo alertó. No tuvo las suficientes fuerzas para vencer al sueño y espabilarse, ni hacer su foto, pero sabía que ellos ya estaban allí en el salón junto a él. Entre sueños los oyó hablar con las bocas llenas, dichosos de las viandas que les había dejado. Pedrito ya dormía plácidamente arropado por los tres Reyes de Oriente, para él ya se habían despejado sus dudas, sabía que estaban ahí, y que uno de ellos lo había descubierto.

– Acompáñame al salón,… ¡Ei, mira quién está aquí!
– ¡Pero si es Pedrito! Menudo terremoto, este no para quieto ni durmiendo. Se ha empeñado en demostrar a sus amigos que los Reyes Magos existen, y míralo, hasta se ha traído la cámara de fotos.
– Este año no va a ser, se ha quedado sopa esperando. En cuanto terminemos de poner los regalos lo llevo a su cuarto, ahí se va a constipar.

Minutos después, Pedrito sintió cómo lo cogían en brazos y lo acurrucaban mientras besaban su frente. Se sintió en una nube cálida, rodeado de cariño. El olor de la colonia de su padre que tanto le gustaba lo hizo sentirse más a gusto de lo que ya estaba, la neurona que le quedaba en servicio aún, llegó a la conclusión de que a papá le habían traído colonia. Y soñando que uno de los Reyes Magos de Oriente lo llevaba a su cama, terminó de caer rendido ante el sueño que hacía horas le daba tirones de su consciencia.
Al día siguiente despertó como todos los días que no había cole, con el olor del café de mamá y del pan tostado. Enseguida vino a su memoria los vagos recuerdos que su subconsciente le había dejado. ¿Habían estado realmente los tres Reyes delante de él?... y él ¡Tonto! ¡Se había quedado dormido!
Bajó como un rayo las escaleras y debajo del árbol adornado vio los paquetes envueltos con el papel especial de los regalos de los Reyes, y la mesa con el refrigerio para ellos vacía.
¡Habían estado ahí, junto a él, y él se había quedado frito! Por momentos lo recordó todo, la conversación que tuvieron cuando lo descubrieron, y cómo uno de ellos lo había llevado hasta su cuarto. Entonces vio en el sofá su cámara de fotos. Sabía perfectamente que no les había echo ninguna foto. Cogió la cámara con desgana, ¡Había desaprovechado la oportunidad de su vida! Triste se dirigió a abrir sus regalos, y al dejar en el suelo la cámara, vio la lucecita de una nueva fotografía parpadeando. Su corazón se puso a mil, y con mano temblorosa le dio al botón para ver esa foto. Desde la pantalla digital le sonreían tres rostros  felices. El primero con la boca llena de chocolate, el segundo dándole un bocado al fuet, y el tercero somnoliento, sonreía con los ojos cerrados.

***

¿Quién pensáis que había en esa foto? Eso es algo que yo no os puedo decir, pero sí os diré que Pedrito jamás se la ha enseñado a nadie, y que cada noche de Reyes sigue poniendo debajo del árbol una naranja de las más gordas, un fuet entero y una pastilla de chocolate del negro, sin olvidarse nunca de la paja; porque siempre se sentirá agradecido a esos Reyes Magos que año tras año nos alimentan los sueños e ilusiones, y que grande o pequeño, siempre tienen un regalo que dejarnos para ese día especial, para compartir con los nuestros junto al Roscón de Reyes.





Este cuento escrito por mí lo encontrarás en este hermoso recopilatorio de Cuentos de Navidad, organizado por el blog Acompáñame, donde podrás hacerte con todos los cuentos de forma gratuita en formato PDF. Lleva unos cuentos y relatos muy hermosos y emotivos con estas fechas.

Y, por supuesto, feliz noche de Reyes a todos/as!!!

4/9/12

Un sueño hecho realidad




Siento tu cálida mano aferrada con fuerza a la mía, y te correspondo como mereces. La tarde va pasando, las aceras de la ciudad se van deslizando suavemente bajo nuestros pies. Y el aire, que el atardecer va refrescando paulatinamente, nos acaricia el rostro, juguetea con mis cabellos sueltos, y me embriaga cada vez que trae a mi nariz el sutil olor de tu after safe. Tus palabras me alhajan los oídos y el alma. Tu conversación me enamora, y me cuentas entre líneas que eres alguien muy especial. Y yo presumo por toda la ciudad de ti, yendo de tu mano por todas sus calles. Ocupamos un banco en un parque, el de artillería me has dicho que se llama, y bajo la fresca sombra que nos cobija, me pierdo en tus ojos, mansos, ávidos de amar y de vida. Como los míos, como mi alma. Poco después me arrastras colina arriba hacia uno de los miradores de la ciudad, que a nuestros pies, va languideciendo mientras el sol alarga sus sombras. A unos pocos cientos de metros, desde el puerto el viento nos regala su soplo salado, teñido de solemnidad por las campanas de la catedral que le dispensan sus repiqueteos, siempre puntuales. Y esa brisa marinera salpicada de mediterráneo, pone la magia suficiente para que, por un instante, nuestros alientos se entremezclen. Un simple roce, los ojos entornados, y mi acelerado corazón ya te pertenece para siempre.

La velada ha sido excepcional. Jamás pensé encontrar en un sitio como este, un chico como tú.


¿Ha sido realidad, o lo he soñado?

Han pasado ya dos días, y esos recuerdos que llevo tatuados en mis retinas de tu rostro, tus gestos, tu ojos; tu voz en mis oídos, se han ido difuminando. ¿Cómo es posible, que algo que se llega a amar en unos segundos, y que tanto anhelas volver a tener a tu lado, volver a sentir como tuyo; se haya desvanecido tan rápidamente?
Porque así lo siento. Hoy miro mi mano vacía, y siento la falta de la tuya. Sola. Solos se cierran mis dedos sobre la palma. ¿Fue real, o tan solo un sueño? Necesito sentir otra vez el tacto de tu piel, y tu fuerza, agarrándome, porque así sabré que esa tarde inolvidable, fue una certeza. Una de las más grandes en mi vida.

He escuchado hace un rato tu voz a través del móvil, y lo sé. Fue un sueño, hecho realidad.

13/6/12

El Club

Aquí os dejo el relato del reto que Dulce nos ha propuesto desde el Club.
Si te gustaría participar, aún estás a tiempo de hacerlo. Y este reto es de los que apetecen, pues es como el redbull (en mi blog se pueden decir marcas) te da aaaaaaalas!!!!
Entra aquí y mira de qué va:
http://elclubdelasescritoras.blogspot.com.es/2012/06/nuevo-reto-con-estas-pautas-crea-un.html



EL CLUB

Su cuerpo se estremeció, tensándose más aún las cuerdas que lo aprisionaban, marcando su desnuda piel. Una decena de chicas lo observaban detrás de sus portátiles, y él simplemente se avergonzó de la situación. No había ido hasta allí para eso, pero por su amor haría lo que fuera, hasta posar desnudo y atado para un grupo de artistas locas, entre ellas Caroline, su chica. Pero con lo que no contaba era con una de ellas empuñando un hierro de marcar ganado al rojo vivo, acercándosele. No temas cariño, esto sellará nuestro amor para siempre, le susurró Caroline al ver aproximarse a su cuerpo la punta del hierro incandescente. Un sonido, apenas un lamento, gutural se le escapó entre los labios cuando sintió sobre su pecho el calor que lo marcó sobre su corazón, en señal del amor que le profesaba. Y justo antes de perder el conocimiento, la vio a su lado, observándolo con cara de satisfacción. Minutos después Roberto abrió los ojos al sentir el alivio de algo fresco sobre la herida. A su lado encontró a la loca que portaba el hierro, que lejos de reconfortarlo, lo miró con una mezcla de odio y deseo, que no alcanzó a comprender. Estaba agotado y el pecho le dolía horrores. Levantó la cabeza y vio sobre su piel dos letras marcadas a fuego, una C y una E. eran las iniciales de su chica. Sonrió. Se dejó llevar nuevamente por las brumas de la inconsciencia sabiendo que lo había aceptado, y que ya jamás podrían separarlo de ella.

Despertó de un pesado sueño envuelto en sábanas de seda negra. El contacto con su cuerpo desnudo pronto hizo reaccionar a su parte más viril. No sabía dónde estaba, pero eso no le importó a la hora de llevarse la mano a su excitado miembro para aliviarse. De pronto una mano enérgica lo paró antes de poder agarrarse.

-¡No puedes hacer eso! Tu cuerpo ahora pertenece al Club. Sin permiso no puedes ni rascarte.
-Pero,… ¿Qué…?
En la habitación resonó una soberana bofetada, que terminó de despertarlo. Se incorporó rápidamente sobre la cama, pero un agudo dolor sobre su pecho lo paró en seco.
-Quédate en la cama unas horas más, aún no estás recuperado.

Roberto miró a su interlocutora por primera vez, notando en el ambiente su poder. No era solo su presencia y fuerza, era algo más que traspasaba los sentidos, haciendo que su alma se encogiera, buscando su protección. Y eso era algo inverosímil para él. ¿Un hombre buscando la protección de una mujer? Sacudió su cabeza para alejar esas tonterías, fijando la vista en ella. Era la mujer más hermosa que jamás había visto. Alta y estilizada, con un vestido negro que se amoldaba a cada una de sus curvas a la perfección. Sus cabellos caían en cascada sobre sus hombros, rivalizando el tono negro azulado con el brillante del vestido. Sus ojos eran fiel reflejo de su alma. Dulces a la vez que fríos y distantes. Llenos de fuerza y determinación.

-Te lo voy a dejar pasar porque eres nuevo aquí, pero la próxima vez que me mires así pagarás la ofensa con tu vida –Roberto tardó más de lo que quiso en apartar la mirada de ella, a pesar de la advertencia–. Ponte esto, es un kilt, ¿sabes cómo se pone? –Asintió, intimidado por la mujer–. En tres horas has de presentarte abajo en el salón. Dúchate y quítate ese olor a macho cabrío que desprendes. En el baño hay jabón y perfume, úsalos. Eres la última adquisición del Club, el presente que Caroline nos ha traído, y todas van a querer conocerte.

La deidad morena, que había permanecido sentada al borde de la cama, se incorporó elegantemente, y sin decir nada más salió de la habitación, echándole una última mirada, esta vez con deseo. Tres horas más tarde y casi después de haber permanecido una debajo del chorro del agua fría, pensando en dónde se había metido, Roberto bajó las escaleras principales hasta el gran salón, precedido por dos provocativas mujeres, sus guardianas, que lo anunciaron como el presente de Caroline Everest, su novia. Doscientas mujeres, a cual más hermosa, callaron en ese momento, fijando sus ojos en él. Se sintió más desnudo y avergonzado que nunca antes en su vida, como si aquellos doscientos pares de ojos lo estuvieran devorando. Bajó la cabeza, intimidado, mirando el aspecto que tenía. Cómo no lo iban a mirar así. Un tío musculoso, depilado, bronceado y oliendo a Acqua di Gio, vestido únicamente con un corto kilt de discretos cuadros pardos sobre blanco, que deliberadamente podía abrirse por delante con un simple movimiento o reacción inconsciente, en mitad de una manada de mujeres que presumiblemente ya estarían fantaseando con él. Sintió que alguien se le acercaba, y al levantar los ojos se encontró a Caroline delante de él.

-Sonríe, estúpido –le susurró entre dientes, dejándole perplejo–, me vas a hacer quedar fatal delante de mis compañeras. Y te aseguro que si eso pasa, te vas a arrepentir.
-Pero, Caroline, ¿qué está pasando? –se atrevió a levantar su mano y agarrarla del brazo, y sin esperarlo la segunda bofetada del día se estrelló sobre su cara.
-¡Que sonrías! Ahora no eres más que una propiedad, y has de hacer lo que se te diga. Menea tu lindo culo hacia las bebidas y sírvenos. Queremos verte.

Roberto obedeció, y siguiendo la dirección que una de sus guardianas le indicó, se acercó a una barra situada al fondo, llena de bebidas listas para servir. Cogió una de las bandejas y se mezcló con las mujeres que a su paso dejaban de hablar. En todas las reuniones del Club, fuera de la índole que fuera, el tema principal era siempre el mismo: “Estoy ahora mismo con una historia de dos enamorados que…”, “pues yo he empezado una de vampiros donde…”, “a mí se me está ocurriendo un relato corto de dos amantes pillados en…”. Las socias de tan selecto Club, allí presentes todas, siempre tenían alguna idea en la cabeza sobre lo próximo que iban a escribir, y esas reuniones eran el sitio perfecto para comentarlas, sacar más ideas, y hasta colaboraciones entre ellas.
Aquella noche era la presentación de una nueva socia, la escritora amateur Caroline Everest, pero la verdadera estrella de la noche fue el presente que hizo al Club como presentación, su joven y musculoso novio, Roberto, que levantó pasiones entre todas las socias. Las más recatadas simplemente se quedaban mirándolo con ojos golosos. Y alguna de las más atrevidas le metió la mano debajo del kilt, sobándole el trasero. Roberto se sintió asqueado, comprendiendo así a las chicas, sobre todo las camareras, que a diario son tratadas así por borrachos y frescos en los pubs de moda. La noche se le hizo muy larga, y cuando ya dejó de acaparar todas las miradas, vio a más hombres entrar en el salón, con la misma indumentaria que él. Y la misma marca en el pecho, una C y una E. Se acercó a la barra donde uno de esos hombres, que ya peinaba canas, le tendió la mano.

-Tú eres Roberto, ¿verdad? – Roberto asintió–. Yo soy Lorenzo.
-¿Lorenzo?... ¿El multimillonario?
-El mismo.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué sitio es este?
-Una de estas arpías me sedujo, y aquí me tienen en esta cárcel de oro que mantienen con mi fortuna a su merced. Irónico, ¿verdad? Lo que yo hacía en mi juventud con las mujeres que me gustaban, ellas lo están haciendo a lo grande. No te preocupes, aquí no se está tan mal, pero te van a usar y a exprimir hasta que se harten de ti o entre una nueva socia, con un nuevo “regalo”.
-Pero, ¿qué clase de mujeres son todas estas locas?
-Son escritoras. Este es tu nuevo hogar, la sede del Club de las Escritoras, una sociedad secreta que maneja los hilos de nuestro mundo en las sombras. Obedece todo lo que te manden y estarás bien, porque de aquí no se sale con vida. Esas dos letras que llevas sobre el pecho dicen de ti que eres una de sus propiedades, y allá donde vayas todo el mundo lo sabrá. Complácelas y vivirás bien. Enójalas y esto será un infierno para ti. Olvídate de tu chica, ya no le perteneces a ella sola, ahora perteneces a doscientas.

Roberto se giró tratando de digerir todo lo que acababa de oir, y a sus espaldas vio a todas las escritoras pendientes de él. Una de ellas dio unos pasos hacia él y le tendió la mano. Ve con ella sin dudarlo, oyó que le decía Lorenzo. Agarró con firmeza la mano de la mujer, y la siguió escaleras arriba.

20/2/12

TORMENTA DE ARENA

Aquí os dejo hoy el relato que hice estos días pasados para el reto del Club de Las Escritoras, Las dos caras de un mismo cuento:





El sol ya no le hacía daño en la piel. Ya se había acostumbrado a sus caricias lacerantes. El aire ardiente entraba por su boca a un ritmo constante, llenando sus pulmones más de polvo que de oxígeno. Ya no iba mirando al suelo, cuidando de no pisar con los pies desnudos las rocas y piedras del camino. Iba con los ojos cerrados, adecuando su paso al del caballo, y la respiración al paso casi al trote que el animal llevaba. Los grilletes que le ataban las muñecas hacía tiempo que habían dejado de hacerle daño en las mismas heridas que le habían hecho. Ya no le importaba por qué estaba en esa situación, ni dónde lo llevaba. Ni siquiera le importaba ya caer al suelo y ser arrastrado a lo largo del camino por el caballo. Su mente la ocupaba el hecho de que era Héctor el que lo llevaba así, y no creía en su inocencia a pesar de llevar días diciéndoselo.
¿Desde cuándo habían caído en ese negro pozo de la desconfianza? Siempre habían mantenido una buena relación. Siempre, hasta que pasó lo que pasó, y le echaron las culpas a él. Huyó, temiendo por su vida y pensando que Héctor no lo perseguiría. Pero sucedió todo lo contrario, pues el cazarrecompensas más famoso de toda la región puso especial empero en darle captura. A él.

El caballo relinchó, sacándolo de su ensimismamiento. Jonás notó entonces que el sol había atenuado la intensidad de los rayos sobre su piel. Estaba atardeciendo y el animal necesitaba descansar. Solo por eso Héctor haría un alto en el camino. Al caer la noche pararía unas horas por el caballo. Porque si por él fuera, habría hecho el camino del tirón, sin importarle si su prisionero llegaba o no de una pieza.
Por el día el único sonido que llegaba a sus oídos era el de los cascos del caballo golpeando la arena, junto con sus dubitativos pasos mezclados con su respiración. Héctor era como una estatua de bronce encima de su montura, estático, silencioso, intransigente. En el ambiente no había sonido alguno de ningún animal por los alrededores. El desierto era así. Ni insecto, ni ave, ni reptil o mamífero alguno se atrevería a adentrarse en las horas centrales del día en la infinita llanura de tierra reseca y piedras de filos cortantes. Ese era todo el paisaje que los rodeaban. Si acaso algún tronco seco en donde antaño habría agua, era lo que rompía la monotonía del paisaje. Esos viejos troncos precisamente los aprovechaba Héctor para descansar por las noches.

Al caer la noche el cazarrecompensas se aproximaba a uno de esos troncos, desmontaba sin perderlo de vista, y con varios tirones de la cuerda donde lo llevaba, lo ataba fuertemente a uno de esos troncos, con la holgura suficiente para que descansara, pero sin darle opción alguna a escapar. Sabía lo que hacía. Primero saciaba la sed del caballo, luego la suya, y por último, donde mismo le había dado a la bestia le acercaba a Jonás unos sorbos. Lo suficiente para que aguantara el día siguiente, hasta llegar ante la ley. De la albarda sacaba algo de paja para mitigar el hambre del animal. Y en su viejo morral, siempre colgado a su espalda, llevaba carne seca como único alimento. Le arrojaba, como si de un perro de presa se tratara, algo de esa carne a Jonás, y él mismo comía una reducida ración de la misma.

El calor que le sobraba a los días, era el que le faltaba a las noches. Con una diferencia de más de treinta grados, el desierto es de los peores sitios sobre la faz de la tierra para pasar una temporada. Jonás se encogía todo lo que podía sobre sí mismo para darse algo de calor. A pocos metros de él, Héctor hacía cada noche fuego para calentarse. Pero siempre tomaba precauciones para que su prisionero no tuviera opción a atacarle para escapar, y el calor de ese fuego realmente no aliviaba en nada a Jonás.
Con el estómago apenas lleno de agua y carne que más que carne parecía cuero, se acomodó lo mejor posible sobre las piedras que descansaba para pasar la noche. Hacía días había perdido toda esperanza de hacer entrar en razón a Héctor, y hacerle ver que él no era quien la había matado. Él no era ningún asesino, y mucho menos de ella. Se acurrucó y cerrando los ojos, se abandonó al sueño, esperando que este viniera pronto, pues en los inconscientes brazos de Morfeo todo lo olvidaba, y por unas horas su angustia desaparecía.

Los sonidos de la noche no tenían nada que ver con los ausentes del día. La noche en el desierto cobra vida propia, y todos sus habitantes aprovechan esas horas sin el abrasador sol para cazar, moverse, aparearse y hasta para divertirse. Con el arrullo de las aves nocturnas, de los insectos que revoloteaban a su alrededor y hasta de los reptiles que se movían por debajo de la arena, Jonás cayó en un estado de seminconsciencia, pues el frío no lo dejaba dormirse completamente. Esa noche un nuevo ruido se sumó al del desierto, sin saber exactamente de qué se trataba, lo asimiló e intentó dejarse llevar por su inconsciencia. Pero pasaban las horas y ese ruido no cesaba. Hasta que notó que algo abrigó su cuerpo helado, y una agradable sensación de calor lo inundó. Eso lo puso alerta, y entonces comprendió que Héctor lo había cubierto con una de sus pieles, cesando al instante el molesto ruido de antes. Comprendió entonces que era el castañeteo de sus dientes.
Jonás lloró silenciosamente bajo esas pieles. Sabía que era imposible que su propio hermano fuera tan duro con él. Comprendía su situación al creerlo culpable por el asesinato de ella, ¡pero era su hermano! Él había crecido a su sombra, admirándolo desde que tenía uso de razón. La naturaleza había sido generosa con Héctor y lo había dotado con un enorme cuerpo que se había encargado de entrenar y esculpir para seguir los pasos de su padre como cazarrecompensas. Pero Jonás no había sido bendecido con un físico atlético, y por ello idolatraba a su hermano mayor. Fueron muchos los que vieron ahí envidia, pero ella les había hecho ver que no era envidia, sino admiración. Con la mano que le llegaba al rostro limpió las lágrimas, y se rio amargamente de sí mismo. Envidia. Envidia por alguien que, no solo creía que él era un asesino, sino que también lo presentaría ante la ley para que fuera ajusticiado. Sin querer escucharlo. Sin darle opción alguna a explicarse. Él jamás lo habría hecho con él. Nunca.

Perdido entre sus pensamientos fue vencido por el sueño. Cuando el sol ya despuntaba al alba, un ruido sordo lo despertó, reconociéndolo al instante, y con verdadero pánico se incorporó lo que pudo, buscando con la mirada a su hermano. Enseguida su boca y nariz se llenaron con la arena que cada vez se movía más violentamente a su alrededor. A malas penas pudo ver la silueta de Héctor tratando de sujetar al caballo, antes de que la violenta tormenta de arena se cebara también con sus ojos.

–¡Héctor! ¡Ven! ¡Agárrate a mí antes de que la tormenta te arrastre! –gritó tanto como sus pulmones le permitieron, intentando superar el bramido mismo de la arena danzando mortalmente con el viento.
–¡El caballo… ! –apenas si lo oyó.
–¡Deja al maldito caballo y agárrate a mí! –gritó nuevamente mientras sentía las partículas de arena entrar en sus castigados pulmones, clavándosele como si de millones de alfileres se tratara.

No volvió a oir nada más que no fuera la arena revuelta con el fuerte viento. Y resignado agarró las pieles para taparse la cabeza y resistir así la tormenta de arena, cuando sintió que alguien lo agarraba fuertemente de una pierna. Supo que era Héctor e inmediatamente estiró el brazo para poder sujetarlo. Los minutos que siguieron parecieron horas para los dos hombres, expuestos a la vorágine del viento. No fueron arrastrados como el caballo porque el tronco donde Jonás estaba atado tenía unas profundas raíces ancladas al terreno.
Cuando el viento fue amainando con la arena, Jonás descubrió su cabeza y levantándola pudo ver a su hermano a sus pies, inconsciente. Vio su pecho subir y bajar, y respiró aliviado. Pero sin perder ni un solo segundo atrajo el cuerpo de Héctor hacia él y de su cinturón desenvainó su puñal. Rápidamente cortó las cuerdas que lo ataban al tronco que había sido su salvación, y con el cuerpo entumecido se incorporó. Cuando recuperó el tono muscular, se agachó sobre su hermano con intenciones de buscar entre su ropaje la llave de los grilletes que le aprisionaban las muñecas, y poder liberarse. Pero era tal su afán que no se dio cuenta de que Héctor había recuperado parcialmente la consciencia, y de un golpe en la mandíbula lo derribó. Héctor levantó una de sus enormes piernas y golpeó con ella a Jonás, pero éste fue más rápido y lo esquivó. Héctor aun estaba aturdido, y Jonás aprovechó esos momentos golpeándolo con el puño. Lo volvió a tumbar de espaldas y se le subió encima inmovilizándolo. Pero Héctor era mucho más fuerte, y pudo liberar un brazo con el que se defendía como una fiera. Jonás, viéndose perdido, agarró uno de los pedruscos que tenía a mano y lo levantó sobre la cabeza de su hermano mayor. Ambos se quedaron inmóviles, mirándose a los ojos. Rabia, miedo, desesperación, locura, venganza, y hasta instintos tales como el de la supervivencia asomaron a aquellos dos pares de ojos tan iguales.

–¡Yo no maté a madre! ¿Me oyes? ¡Yo,…! –La voz de Jonás que en un principio había sonado enfurecida, en unas décimas de segundo se quedó en un susurro–… no la maté.

Arrojó la piedra lejos, con las manos aún atadas, y lentamente se bajó de lo alto del pecho de Héctor, y resignado se sentó a su lado. De sus ojos unas silenciosas lágrimas empezaron a brotar, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Recordó que de niño su hermano mayor le decía que los hombres no lloraban nunca, salvo por sus seres queridos, y lo hacían siempre en privado.

–Pero si tú no me crees, ya todo me es igual. Haz justicia aquí tú mismo, y mátame.

En su hombro sintió cómo una mano grande, fuerte, se posaba, intentando darle consuelo, o eso quiso creer. El mismo consuelo que de niño le daba esa misma mano, cuando los demás chicos se burlaban de él, o las chiquillas de la aldea le daban calabazas. Jonás besó esa mano, y por un instante se sintió aquel chaval escuchimizado,  al que su hermano mayor siempre protegía y cuidaba.