22/6/23

ALIGERANDO CUERPO Y ALMA

 


Al ver salir por la puerta a su último visitante, se levantó de su asiento sin ningún disimulo y tirando el cigarro al suelo se dirigió hacia allí con grandes zancadas. Notó los ojos de su compañero clavados en la nuca, y mirando hacia atrás le hizo una señal con la mano para que lo esperara ahí mientras terminaba la cerveza, atento a cualquier movimiento sospechoso. Tenía la vista puesta allí desde que entraron al garito de mala muerte siguiendo una pista, y no se podía ir sin indagar en lo que era un caso de extrema urgencia.

Empujó la puerta con uno de los brazos y se abrió camino hasta el interior. Lo encontró vacío, tal y como esperaba. Ante él se presentaban cuatro cubiles mal iluminados, y empujando cada una de las puertas los fue examinando con su famoso ojo clínico. Todos presentaban el mismo aspecto de decadente dejadez, paredes alicatadas de azulejos que ya no sabían lo que era el agua con jabón, antaño blancos, ahora marrones por el uso. Pero el detective buscaba no en vano ese algo que a cualquiera se le escapa.

Tras la primera puerta que empujó lo recibió un nauseabundo olor de una suerte de líquido verde y rosáceo con tropezones que ocupaba la mayor parte del suelo. Lo descartó con una mueca de asco. Su profesionalidad lo hizo sobreponerse de las arcadas que desde su estómago pujaban por salir, y alargando la mano cogió el rollo de papel que colgaba con un cordel desde una púa en el marco de la ventana. Y sin más preámbulos descartó dos más por el mismo olor, alguna sustancia más desparramada por el suelo de distintas tonalidades amarillas, y las salpicaduras negras que los adornaban. Su instinto de perro sabueso le empujaba a tocar esas irregulares manchas con la punta de los dedos, ver si manchaban e investigar su naturaleza, o si por el contrario formaban ya parte de la decoración de las paredes, resecas, duras y perennes.

El último cuarto que le quedaba fue el elegido más por descarte que por ser una opción. Y resignado entró, por lo menos podría bajarse los pantalones sin tener que preocuparse de mojárselos al contacto con el suelo. Con un trozo de papel limpió el asiento, y con el rostro ya verde de tanto apretar se sentó, dejando suelto al instante al polizonte que tanto tiempo llevaba pugnando por salir. Un suspiro de alivio escapó de su boca casi al mismo instante que éste hacía contacto con el agua, mientras fuera oía a su compañero llamarlo. Volvió a suspirar, las necesidades del cuerpo humano también hay que cubrirlas por muchos asesinos sueltos que haya en las calles de la ciudad, y como bien decía su santa abuela, aligerando cuerpo y alma se piensa mejor.


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